Por Marta Harnecker. Tomado de Rebelión.
La situación de América latina ha cambiado enormemente desde que el Presidente Chávez asumió el gobierno de Venezuela en 1998, cada vez han ido apareciendo en la región más gobiernos que se oponen a las políticas neoliberales. Ha comenzado a renacer la esperanza en nuestros pueblos. Sin embargo, los hechos de Honduras y las bases militares en Colombia son una señal de que el Pentágono ha puesto en marcha un proceso de “recolonización y disciplinamiento de la región” con el objetivo de intentar detener y, en lo posible, revertir el proceso impulsado por el Presidente Chávez para construir una América latina libre y soberana.1
El imperio —que continúa teniendo un enorme poder militar, político, económico y mediático— no puede aceptar que los países de América latina armen su propia agenda independiente y contrapuesta a la agenda que él ha diseñado.
¿Qué hacer frente a esta situación?
Si queremos hacer posible en el futuro lo que hoy parece imposible, dada la actual correlación de fuerzas, nuestra tarea es dedicarnos a construir las fuerzas que nos permitan cambiar la situación.
El Presidente Chávez ha trabajado brillantemente para construir una fuerza internacional que pueda oponerse a la política imperial, y su éxito ha sido rotundo a nivel de los gobiernos de los países del Sur, como lo prueban las más recientes cumbres mundiales y regionales. Pero, aunque el Presidente ha insistido en avanzar en la conformación de una Cumbre de los pueblos, se ha avanzado poco hacia ese objetivo.
Me parece clave, en este sentido, la necesidad de construir un poderoso movimiento popular continental en defensa de nuestra soberanía económica, política, cultural, comunicacional y ambiental. En apoyo solidario a los sectores sociales más desvalidos o donde hayan ocurrido calamidades. Que levante las banderas de la lucha contra el hambre, contra todo tipo de discriminación, contra la depredación de nuestro ecosistema, a favor de la transparencia administrativa y contra la corrupción. Un movimiento que si lucha por estos objetivos está, de hecho, luchando por el socialismo del siglo XXI.
Pero no podemos pensar que un movimiento de este tipo se pueda crear por decreto, hay que empezar a construirlo en cada país y para lograrlo hay que partir creando o fortaleciendo las iniciativas locales por conformar amplias plataformas de lucha contra las políticas neoliberales implementadas por el capital financiero internacional, que ofrezca alternativas concretas de solución a los diversos sectores afectados por la actual crisis mundial del capitalismo.
Esta plataforma de acumulación para el período de crisis cumpliría un papel de instrumento aglutinador de todos ellos.
La profundidad de la crisis, la amplitud y variedad de los sectores afectados, la multiplicidad de las demandas que surgen desde la sociedad y permanecen desatendidas, configuran un escenario altamente favorable para empujar hacia la conformación de un movimiento de amplísima composición y enorme fuerza social, habida cuenta la legión de sus potenciales integrantes, que abarca a la inmensa mayoría de la población.
Entre los que sufren las consecuencias económicas del neoliberalismo, además de los sectores tradicionales de la clase obrera urbana y rural, están: los pobres y marginados, los estratos medios empobrecidos, la constelación de pequeños y medianos empresarios y comerciantes, el sector de los informales, los productores rurales medianos y pequeños, la mayoría de profesionales, la legión de los desocupados, los cooperativistas, los jubilados, la policía y los cuadros subalternos del ejército. Pero no sólo debemos tener presente a los sectores económicamente afectados, sino también a todos los discriminados y oprimidos por el sistema: mujeres, jóvenes, niños, ancianos, indígenas, afrodescendientes, determinadas creencias religiosas, homosexuales, etcétera. Se trata de la mayoría de la población de nuestros países.
A partir de esa plataforma se debería conformar un movimiento muy amplio, sin sectarismo de ningún tipo. Y para lograrlo es necesario tener una gran flexibilidad táctica, aunque sin ceder a los principios (soberanía nacional; democracia y pluralismo político; solidaridad con los más débiles...). Mucho tenemos que aprender de Fidel Castro, el gran estratega de la victoria de la lucha antibatistiana en Cuba, cuyas enseñanzas trato de resumir en mi libro: La estrategia política de Fidel: Del Moncada a la victoria.2
De lo que se trata es de crear una plataforma para la lucha, una plataforma que permita el pleno protagonismo popular. El líder bolivariano ha dicho que no se puede resolver el problema de la pobreza sin dar poder a los pobres, mejor dicho sin que el pueblo asuma el poder; yo quiero parafrasear esto diciendo que no podremos avanzar en la construcción del socialismo del siglo XXI en América Latina —que significa la derrota de la política imperial en nuestra región— si nuestros pueblos no se convierten en los grandes protagonistas de estas luchas. El presidente Chávez tiene absolutamente claro esto. Esperamos que cada vez más presidentes latinoamericanos lo entiendan y ayuden desde el Estado que heredan a impulsar ese protagonismo creando los espacios adecuados para hacerlo efectivo, como lo han sido en Venezuela los consejos comunales, los consejos de trabajadores y otras formas de expresión del poder popular.
Pensamos que una forma muy concreta de avanzar en la construcción de ese gran frente, que no se limite a ser un frente de siglas, sino un frente de lucha, es justamente crear espacios puntuales de encuentro o convergencia de luchas antineoliberales puntuales: los sin trabajo, los sin tierra, los sin techo, los estudiantes afectados por el sistema; los jubilados, etcétera; o convergencias en la lucha por la paz, en casos como el de Colombia, o en el rechazo a la intervención extranjera como sería el caso de Venezuela.
Es fundamental realizar un importante trabajo ideológico de esclarecimiento de la relación entre los problemas más sentidos por la gente y las políticas económicas que las causan y a partir de allí explicar el papel que en ellas juega la política imperial, y la necesidad de construir un nuevo modelo de sociedad que permita superar esa situación. Es esencial que la batalla de idea esté relacionada con los problemas más sentidos por la gente.
Una iniciativa que me parece podría producir resultados muy interesantes y promovería un amplio protagonismo popular sería la realización de una consulta popular en todos nuestros países acerca de la aceptación o no de la presencia de bases militares estadounidenses en nuestro subcontinente —como lo ha propuesto el presidente boliviano, Evo Morales y lo pusieron en práctica con mucho éxito los colectivos sociales y políticos de la parroquia 23 de Enero de Caracas—. Generalizar este tipo de consulta nos permitiría movilizar —en una tarea concreta común de convencimiento y de educación popular casa por casa— a militantes de las diferentes organizaciones sociales y políticas, pero aún más importante, a tanta gente y tantos jóvenes que están despertando a la política, que quieren contribuir a construir un mundo mejor, que muchas veces no saben cómo hacerlo, y que no se sienten dispuestos a militar en la forma tradicional.
Iniciativas como estas no tienen efectos legales, pero sí tienen efectos políticos. Ya hay experiencia de esto en América Latina cuando en varios países se realizó simultáneamente una consulta popular sobre el ALCA con resultados políticos muy satisfactorios, lo que permitió generar una gran campaña ideológica de esclarecimiento y una gran movilización de resistencia contra ese pacto neocolonial en todos esos países. Este es un antecedente que no se debe olvidar cuando se escribe la historia de la derrota del ALCA.
Pero una plataforma amplia de este tipo requiere de una nueva cultura de izquierda: una cultura pluralista y tolerante, que ponga por encima lo que une y deje en segundo plano lo que divide; que promueva la unidad en torno a valores como: la solidaridad, el humanismo, el respeto a las diferencias, la defensa de la naturaleza, rechazando el afán de lucro y las leyes del mercado como principios rectores de la actividad humana.
Una izquierda que comienza a darse cuenta que la radicalidad no está en levantar las consignas más radicales ni en realizar las acciones más radicales —que sólo unos pocos siguen porque asustan a la mayoría—, sino en ser capaces de crear espacios de encuentro y de lucha para amplios sectores; porque constatar que somos muchos los que estamos en la misma lucha es lo que nos hace fuertes, es lo que nos radicaliza.
Una izquierda que entiende que hay que ganar hegemonía, es decir, que hay que convencer en lugar de imponer.
Una izquierda que entiende que más importante que lo que hayamos hecho en el pasado, es lo hagamos juntos en el futuro por conquistar nuestra soberanía y construir una sociedad que permita el pleno desarrollo del ser humano: la sociedad socialista del siglo XXI.
Notas:
* Ponencia presentada en el evento realizado por el CIM el 29 y 30 de septiembre.
1. Ana Esther Ceceña, “Honduras y la ocupación del Continente", sep. 2009.
2. Ensayo sobre el papel que Fidel otorga al trabajo político y a la política, en general, en su estrategia de lucha contra Batista. Publicado en varios países de América Latina en 1985 y en libros libres de la página web Rebelión.org rebelion.org/docs/89864.pdf
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