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Escrito por Rafael Lara Martínez. Noviembre 27. Tomado de Contra Punto.
Tiempo e historia en el folósogo italiano Giorgio Agamben
NUEVO MEXICO – “El verdadero materialismo histórico no consiste en perseguir, a lo largo del tiempo lineal infinito, el vago espejismo de un progreso continuo, sino en saber que se tiene el tiempo en todo momento, recordando que la patria original del ser humano es el placer [la iluminación, la intuición poética, el rapto lírico]. Tal es el tiempo en el que uno hace la experiencia en las revoluciones auténticas, vividas como suspensión del tiempo e interrupción de la cronología”. Giorgio Agamben
Una de las críticas más demoledoras hacia el pensamiento marxista clásico proviene de la propuesta del filósofo italiano Giorgio Agamben. La obra de Agamben es amplia y polifacética. Combina una teoría hedeggariana sobre el lenguaje, con una crítica posmarxista sobre la condición de los derechos humanos y de la explotación generalizada en el capitalismo global. Entremezcla una aproximación mística a la idea del tiempo con el uso receptivo del idioma. Crítica significa el juego entre reiteración y ruptura.
En su fascinante libro Infancia e historia, Agamben asienta que una de las contradiciones mayores de la sociedad contemporánea es que no ha sabido conciliar dos visiones sobre el cambio y la duración. El ser humano actual está partido en dos. Oscila entre una concepción radical de la historia y otra tradicional del tiempo. Ser-en-la-historia y ser-en-el-tiempo son dos experiencias opuestas que se desdicen y acaban por anularse.
Incluso el marxismo, juzgado como la filosofía más radical del siglo pasado, se dejó contaminar por una visión metafísica y conservadora del tiempo. La propuesta de Agamben consiste en conciliar esas dos caras, historia y tiempo, en una nueva unidad, gracias a una concepción gnóstica, poética del mundo. Una nueva actividad política debe acompañarse de una experiencia renovada del tiempo.
Desde los griegos, pasando por la concepción cristiana y su secularización en la idea de progreso ilimitado, hasta culminar con el marxismo, la (meta)física de Aristóteles prevalece como único punto de referencia con respecto al tiempo. Sea que se adopte la imagen geométrica de un círculo, en el eterno retorno de los astros y en la vuelta del reloj, o bien que se proyecte como línea recta, el punto del instante rige toda idea del tiempo. La imagen es siempre la de un punto geométrico que crea un continuo lineal, infinito y cuantificable, o en cambio, un círculo que se mide por la revolución de los astros celestes como figura de la eternidad en movimiento.
Ese punto geométrico representa el sitio en el cual una noción de la metafísica se abre un “trecho funesto” en casi todas las concepciones científicas de la historia. Todas las nuevas teorías de la historia presuponen una vieja teoría del tiempo. La imagen cristiana como quiebre fundamental con la visión cíclica arcaica, marca el primer paso positivo hacia la historia. Retrae la concepción precristiana clásica que deriva el tiempo de la revolución de los astros hacia el espíritu humano. Ahora el tiempo se interiorisa en cada individuo y grupo que despliegan desde el presente de su alma el recuerdo hacia el pasado y la voluntad hacia el futuro. El ciclo repetitivo de las revoluciones adquiere dirección y sentido. Se inicia con la creación, se centra en la encarnación y prosigue su curso lineal ascendente hacia la redención. Hay un quiebre con la concepción cíclica del pasado pero se mantiene fija la idea de instantes puntuales, independientes, homogéneos, que se persiguen continuamente.
La visión moderna seculariza la idea cristiana de un “tiempo rectilíneo e irreversible, pero elimina toda idea de fin”. La historia consiste en volcar la experiencia humana hacia esa línea progresiva y sin fin en nombre de un desarrollo técnico y económico que nunca llega(rá) de manera generalizada a las masas. Esta visión anula la historia. El continuo histórico no es más que un derivado de la discontinuidad misma del “código historiográfico”. El punto geométrico, el instante de lo actual, sigue manteniendo su estabilidad como punto de arranque a partir del cual se extiende el progreso ilimitado de la historia y el regreso a lo primitivo.
Con Marx la historia se concibe como la dimensión original del ser humano. Sólo en la historia lo humano puede acceder a su realización integral como sujeto universal. La praxis determina la historia. Praxis significa vida diaria, actividad concreta como origen y esencia de la humanidad. Esta es la primera actividad humana: la naturalización de la cultura y la culturalización de la naturaleza. Al ser-histórico, el humano se vuelve temporal. Sin embargo, a esta práctica cotidiana como producción —no como trabajo exclusivo sino como poiesis general— le hace falta una concepción semejante del tiempo. Marx ofrece una teoría del historia pero olvida ofrecer una revolución semejante con respecto al tiempo.
Historia sin tiempo, o bien historia revolucionaria dentro de un tiempo conservador. A destiempo en cuanto que olvida proponer una experiencia temporal liberadora que dependa exclusivamente de la praxis humana cotidiana. Esta falta representa el momento en que intuición mística judía, filosofía heideggariana y gnosis cristiana vienen a completar el pensamiento de Marx. Agamben funde materialismo histórico y misticismo en una unidad indisoluble con el propósito de conciliar una experiencia renovadora de la historia con otra igualmente revolucionaria del tiempo.
Kafka y Benjamin son los neo-cabalistas. El primero juzga que “el día del jucio final es la condición histórica normal”; el segundo, que “el estado de urgencia es la regla”. El presente no es “un paso continuo sino que se mantiene inmóvil al umbral del tiempo”. Hay que hacer que la línea de la historia se haga añicos. Se quiebre. Así se dará lugar a un “tiempo-ahora” como alto mesiánico del acontecimiento. Se vive cada instante como pequeño orificio por donde se cuela el Mesías. Iluminación, rapto lírico, intución poética fugaz se corresponderían de lleno con esta idea de ruptura mística de la duración.
En cuanto a la gnosis, propone una experiencia cuya figura geométrica es la línea quebrada. Rompe el tiempo lineal, así como el tiempo cósmico. El uno estalla porque cada ser humano puede asumir su condición de resucitado —su redención— como vivencia íntima que raja el tiempo. Establece lo heterogéneo y la falta de coherencia. El otro se fractura por lo extranjero que representa Dios con respecto al universo. El es no tanto la confirmación de las leyes físicas sino su violación.
Heidegger inaugura una crítica de repetición-destrucción de la metafísica occidental. Entrevé en el “ser-histórico” un principio de carácter fundacional. Pero a diferencia de Marx su análisis de la historia se acompaña de una reflexión sobre el tiempo. El filósofo alemán concibe además que el tiempo se presenta como ruptura discontinua. El quiebre lo ofrece el momento de lo auténtico en el que el ser-ahí experimenta su carácter finito. Funda la índole histórica del ser en lo humano como “cuidado”, praxis productiva del mundo. Heidegger completa a Marx.
Agamben es uno de los filósofos italianos más innovadores. Su idea de repellar el pensamiento posmarxista con una visión mística del tiempo y de la lengua resulta estimulante. Debería generar una amplia reflexión y un debate sobre la manera más adecuada de renovar el pensamiento liberador a la hora actual. No se trata de adoptarlo incondicionalmente. Por lo contrario, la propuesta consiste en inaugurar un debate, un seminario permanente en el cual las distintas propuestas culturales renovadoras —teología de la liberación, poesía posrrevolucionaria, (pos)testimonio, (pos)vanguardia artística y musical— participen de manera activa…
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