François Varone en su obra “El Dios sádico ¿Ama Dios el sufrimiento?” critica el cristianismo construido sobre el miedo y la culpabilidad; en efecto, tanto el providencialismo católico como la predestinación protestante han fraguado una imagen distorsionada de Dios que justifica la irresponsabilidad humana o que interviene en la historia cuando no se pueden identificar las causas o los responsables de las desgracias.
Escrito por Óscar Picardo Joao.Miércoles 25 de Noviembre. Tomado de La Prensa Grafica.
En el último comunicado de la Conferencia Episcopal de El Salvador publicado el 12 de noviembre, en torno a la tragedia ocasionada por las lluvias se anota en el punto 2: “Un acontecimiento como éste debe ser visto con fe, en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que lo aman (…) las personas damnificadas nos ofrecen la oportunidad de ayudarles y son en verdad una manifestación de Dios...”.
Esto ¿es una intervención divina para medir la caridad y la fe o resultado de la depredación humana que fomenta el calentamiento global y los escenarios de pobreza, vulnerabilidad y exclusión?
Meter a Dios en estos asuntos es políticamente y cínicamente saludable por varias razones: a) se evaden responsabilidades; b) se da una respuesta a aquellos que están sufriendo desconsolados y se pide resignación; c) con Dios no hay tales de discutir temas de reordenamiento territorial, alertas tardías y cambio climático; y d) los líderes y dirigentes enmudecen ante la teofanía y encojen sus hombros: nada podíamos hacer ante el mysterium fidei.
En términos soteriológicos, la religión, sus creencias y dogmas están a la base de los modelos culturales de las naciones; no solo la ausencia del rostro materno de Dios ha configurado Estados machistas y jerarquías excluyentes solo de hombres, sino que además hay argumentos más profundos: los países de origen genuinamente protestante-luterano han tenido un mejor desarrollo que los católicos –incluso en Europa–. ¿Por qué razón?: los signos salvíficos de la predestinación luterana son la prosperidad en la salud, en la economía y en la iglesia de la vida de los creyentes; en cambio en los países católicos ha predominado la resignación providencial en la historia, el sufrimiento y la esperanza en el cielo después de la muerte. Dicho de otro modo, para los protestantes luteranos los beneficios salvíficos son un tema del presente, para los católicos es un asunto del futuro.
No debemos perder de vista que en nuestro medio latinoamericano no hay un protestantismo luterano genuino, sino extensiones organizativas con limitantes formativas de parte de los dirigentes religiosos; incluso muchas de ellas nacen de conflictos inter-eclesiales o de pleitos entre pastores fundamentalistas. Desde la perspectiva católica tenemos una dirigencia eclesial –salvo rarísimas excepciones– muy alejada del Evangelio; la casta cardenalicia y episcopal con privilegios diplomáticos propios de la cultura vaticana se ha ido distanciando del núcleo de fe –kerigma– y a la vez de la gente, quedando la relación entre los laicos y la jerarquía en mano de párrocos, quienes cada vez tienen menos tiempo, menos formación y más feligreses que atender, en un escenario axiológico complejo.
En medio de tantas crisis, tragedias, violencia y globalización las religiones deberían revisar su equipaje y asumir un rol más proactivo de acuerdo con sus principios y fundamentos; tanto protestantes como católicos cuentan con un bagaje conceptual e intelectual acumulado de alto nivel –doctrina social, económica y política– para orientar a los seres humanos y mejorar el mundo en que vivimos. El problema es que no ha calado ese mensaje teológico en los dirigentes, y peor aún, se opta por discursos tibios para no irritar y mantener tradición de buenas relaciones entre política y fe.
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