Al rebatir muchas de las propuestas contenidas en la reforma fiscal que plantea el gobierno, lo más fácil es insultar al que las hace, pues insultándolo (lo creen) se le descalifica moralmente
Editorial. Martes 24 de Noviembre. Tomado de El Diario de Hoy.
Siempre es un privilegio aclarar algo a una persona de la categoría de Manuel Hinds, lo que haremos ahora: los insultos que ciertos funcionarios del actual gobierno hacen a sus críticos, son más que una "malacrianza", una manera de evadir el debate de asuntos públicos. Se insulta porque la doctrina marxista obliga a ello, porque es parte del indoctrinamiento que lleva a un individuo a contemplar las verdades eternas, visiones que el resto de los mortales no alcanzamos a vislumbrar.
De acuerdo con Marx no hay una lógica general, sino que cada clase tiene una propia que marca a sus miembros: los burgueses la suya, los aristócratas la propia, los comerciantes la que les hace comerciantes y así sucesivamente. Los únicos que tienen una lógica válida, suprema, absoluta, camino certero hacia la verdad, son los proletarios y con ellos sus líderes, los que nunca se equivocan.
Se da el caso, empero, que personas con irrefutables credenciales proletarias -–hijos de obreros, pobres en su niñez, que se tuvieron que educar a sí mismos— se ponen a defender, en ocasiones, la economía de mercado, la existencia de empresas y hasta el capitalismo. Llegan inclusive a contradecir las decisiones de los líderes de movimientos populares.
¿Cómo explicar ese comportamiento, esa desviación de la pureza revolucionaria, traición a la propia clase?
Muy fácil. Se trata de vendidos, de sujetos que se ponen al servicio de otros, que tuercen su pensamiento para justificar la explotación. Son los mercenarios. Y como son mercenarios, no hay que tomar en cuenta sus argumentos, pues son espurios, falaces, amañados, viles. Con calificarlo de mercenario, vendido, lacayo del imperialismo, basura humana, burgués o lo que en ese momento les llega a la cabeza, se aniquilan sus argumentos, se les niega el derecho a hablar y debatir. Es el clásico argumento ad hominem: depende de quien lo diga para ser verdad.
¿Cómo se atreven a contradecir eminencias?
De allí que al rebatir muchas de las propuestas contenidas en la reforma fiscal que plantea el gobierno, lo más fácil es insultar al que lo hace, pues insultándolo (lo creen) se les descalifica moralmente para participar en la discusión. Y al descalificarlos se anula cualquier argumento que presenten.
En una ocasión, un exaltado le gritó a Eudocio Ravines, el grande y desaparecido pensador peruano, el calificativo de "vendido". Con toda calma Ravines preguntó al sujeto si había visto el cheque, si le constaba que hubiera aceptado dinero.
"Es más", prosiguió Ravines: "supongamos que en efecto soy un vendido, y además de vendido un puerco, un vendepatrias. Pero yo le pregunto, ¿en qué afecta eso mis argumentos? ¿Es que la verdad y el rigor lógico tienen que ver con la condición física o moral de quien expone ideas?"
Las insultadas son una variante del clásico argumento: si lo dijo el maestro (magister dixit), tiene que ser verdad. Si eso lo asegura Fidel, o Trujillo, o Chávez o la Kirchner, no tenemos que discutir nada, sino simplemente aceptar. Aceptar porque ¿cómo podemos nosotros, simples bípedos, contradecir lo que grandes sabios, insuperables técnicos, pozos de ciencia, han dispuesto que es el mejor esquema de ordenamiento tributario que puede haber en El Salvador?
¿Cómo es que alguien se atreve a contraargumentar lo que el grupo de eminencias fiscales del gobierno ha decidido que va a llevarnos a la prosperidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.