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2009/11/27

Socialismo o barbarie

Socialismo o barbarie

Escrito por Carlos Molina Velásquez. 27 de Noviembre. Tomado de Contra Punto.

Un giro plausible en nuestro debate podría llevarnos a otro muro: el que se construye en la frontera con Estados Unidos


SAN SALVADOR - ¡Y dale con El Muro! Hay analistas que bien podrían pasar por ingenieros frustrados o fans del grupo británicoPink Floyd. Es cierto que la construcción del Muro de Berlín marcó una época, así como su caída dio inicio a otra. También es importante reflexionar sobre los excesos autoritarios, y los fracasos sociales y económicos en la URSS o en la RDA. Pero esto no significa que la nueva época del capitalismo hegemónico y la única superpotencia estadounidense fuese lo mejor que pudo pasarnos. Y concluir que el socialismo está muerto y enterrado es demasiado simple; sencillamente, no encaja en la realidad.

Veamos el argumento. Se dice que el “fracaso” de los socialismos reales equivale a la imposibilidad de realización del socialismo; si hubiesen sido “exitosos”, tendría sentido discutir sobre su viabilidad. Pero, si preguntamos por los criterios para reconocer un sistema exitoso, descubrimos que son los del que se autoproclama vencedor. Para el capitalismo, el desarrollo equivale a la creación de sociedades consumistas, la democracia consiste en realizar elecciones cada cierto tiempo y la libertad de opinión es igual al monopolio informativo de las empresas mediáticas. Siguiendo esta lógica, el fracaso de los socialismos se debió a que no pudieron ser buenos capitalismos. O lo que es lo mismo: el socialismo no podía tener éxito de ninguna manera... a no ser como eslogan o mero nombre de un partido (el PSOE, por ejemplo).

Claro, la cuestión es más compleja: el consumismo es un problema de civilización, hay legítimas razones para favorecer “la libertad de elecciones” y la libertad de opinión debería profundizarse en lugar de proscribirse (Franz Hinkelammert). Esto significa que no deberíamos imitar a quienes satanizan al socialismo, usando descalificaciones absolutas para convertir a su oponente en una sombra. Hacer del capitalismo un fantasma nos dejaría en la dudosa compañía de “los radicales franceses y los polizontes alemanes”, a los que tan acremente fustigara Karl Marx, en su Manifiesto comunista.

En lugar de eso, fuera bueno aplicarle a nuestro oponente su misma lógica argumentativa. Propongo la pregunta: ¿Ha sido exitoso el capitalismo real? Sin duda —y una vez más— la respuesta dependerá de lo que consideremos por éxito. Desde una perspectiva socialista, pocos países saldrían bien librados: sólo hay desarrollo si es incluyente y ecológicamente sostenible, la democracia implica mucho más que realizar elecciones cada tres o cinco años, y la libertad de opinión debe ser amplia y pluralista. Considerando estos criterios, cualquier informe del PNUD, Amnistía Internacional o Human Rights Watch mostrará que el capitalismo hegemónico está lejos de ser un sistema exitoso. Pero lo interesante es el “costo” que tiene decir que los capitalistas habrían fracasado por no haber sido buenos socialistas: ¿hay alguien que se oponga al desarrollo justo y sostenible, o a la profundización de la democracia y la libertad? ¿No son universales estos valores (o algo así)?

Si dejamos de lado a los columnistas “fachas” y editorialistas delirantes, el escritor que ataca a los socialistas la tendrá difícil si, al mismo tiempo, defiende valores semejantes. Buena parte de la historia de estas conquistas de la humanidad es inseparable de las luchas de los socialistas. Es cierto que hay matices y mucho que aclarar, pero eso significa que estaremos obligados a especificar, a decir cómo entendemos esos valores, qué los hace específicamente socialistas (o capitalistas). Y, por supuesto, veríamos un avance importante en nuestro debate, pues ya no podremos referirnos al socialismo como si estuviésemos con nuestro psicoanalista o en una sesión de espiritismo, sino que deberemos opinar sobre hechos y teorías, discutiendo nuestros planteamientos y no sus caricaturas.

Un giro plausible en nuestro debate podría llevarnos a Otro Muro, no al de Berlín, sino al que se construye en la frontera con Estados Unidos. Cuando nos lancen la gastada (y retórica) pregunta “¿por qué los salvadoreños se van a Estados Unidos, y no a Cuba o a Venezuela?”, diremos que porque aquí no hay trabajo decente, seguridad o incluso futuro. También les recordaremos que El Salvador no es precisamente un país socialista del que estuviesen escapando. Y, de paso, señalaremos que el viaje para llegar al paraíso americano no es el mejor de los argumentos, dada la ingente cantidad de personas que son asesinadas al intentarlo. Claro que, para el capitalista, un muerto sólo es “un ladrillo más en la pared”.

También es nuestro deber referirnos a la otra parte de la cuestión: que no quepa duda, no hay paraísos socialistas, así como no hay paraísos capitalistas. ¡Es que no hay paraísos de ningún tipo! No tiene nada de “ejemplar” hablar de los mojados que arriesgan su vida para que los exploten con mayor eficacia; pero, del mismo modo, hay que desconfiar de la propaganda de los viejos comunistas y sus “milagros proletarios”. Para saber más sobre el socialismo —y para criticarlo— hay que estudiar sus raíces como un movimiento de emancipación profunda y cambio radical de las relaciones sociales.

Tal empresa nos llevará inexorablemente a Marx y su crítica del capitalismo. El Capital es precisamente una crítica del sistema existente y no una propuesta de cómo deberíamos construir la sociedad alternativa. Porque si en una cosa coinciden los socialistas es, precisamente, en que la humanidad debe superar el capitalismo. Pero ahí terminan las coincidencias. Una cosa es compartir el “socialismo o barbarie”, de Rosa Luxemburgo, y otra muy distinta admitir sus ideas sobre cómo debemos construir “ese socialismo”. Contrariamente a lo que pensaban muchos marxistas de manual, nunca estaremos en posesión de la fórmula para descifrar los “comandos” de la historia. Como escribiera Raya Dunayevskaya, el 1º de mayo de 1987: “Sin duda, hay algo en lo que debemos abstenernos de enmendar a Marx, y es no tratar de tener un programa de acción para el futuro”.

Efectivamente, el futuro estará siempre abierto en lo que respecta a nuestra imaginación de formas alternativas de organización social; pero, en cuanto a nuestras posibilidades reales de supervivencia, no podemos ser tan optimistas. Si quiere seguir viviendo, la humanidad debe superar el capitalismo. El problema con el capitalismo no es que carezca de valores o que sus valores fuesen “malos”, sino que es un modo de producción que impide la reproducción humana y sostenible de todo valor. Por ejemplo, la gravedad del cambio climático —causado por el constreñimiento que impone el modo de producción capitalista a nuestros recursos— debería invitarnos a pensar en la necesidad de una transformación.

Por eso resulta caricaturesco e inútil afirmar que los capitalistas (o la derecha o los liberales) defienden la libertad, mientras que los socialistas (o la izquierda) ponen el énfasis en la equidad. Libertad y equidad son inseparables del sistema en el que se realizan, de su correspondiente lógica institucional y de sus instancias constitutivas: un mundo en el que sólo sobreviven los más fuertes (los más ricos, los más machos, los mejor armados) o un mundo en el que quepan muchos mundos.

La única libertad que el capitalismo defiende en última instancia es la de la propiedad y la del intercambio de las mercancías, con lo que el resquebrajamiento de nuestras relaciones sociales, la exclusión y la destrucción de la naturaleza estarían garantizados. Por el contrario, lo que se pretende desde la noción de libertad socialista es un control consciente de las fuerzas productivas, que propicie relaciones verdaderamente humanas entre las personas, la inclusión de todos y todas, y una cultura respetuosa del medio ambiente.

Por supuesto que todo esto debe ser analizado, discutido y cuestionado. En este sentido, la reciente propuesta del Presidente Hugo Chávez de crear la V Internacional Socialista debería ser bien recibida por quienes le apostamos al intercambio de ideas. Si bien no nos asombra la usual legión de vociferantes, con su histerismo y sus fobias, es inaceptable que académicos y escritores se escandalicen. El debate sobre el socialismo es muy importante y hay que hacerlo, no porque lo diga Chávez, Fidel o algún otro “comandante”, sino porque nos permitirá abordar algunos de los grandes problemas de nuestro tiempo. Obviamente, discreparemos y enfrentaremos dificultades (¡Es un debate!), pero no podemos ceder a los viejos temores, o a las amenazas más o menos veladas.

Tampoco debemos esperar a que los dirigentes del FMLN decidan pasar de las palabras a los hechos. Organicemos debates en las Universidades y demás centros educativos. Extendamos estas discusiones a las organizaciones sociales, sindicatos, comunidades, barrios y colonias. Escribamos más sobre el tema; realicemos estudios, investigaciones y análisis de calidad. Hagamos una discusión amplia e informada, más allá de los eslóganes.

Reconozcamos, además, el camino recorrido por muchas comunidades salvadoreñas que han construido modelos alternativos de organización y economía solidaria. Lamentablemente, estos esfuerzos nunca han sido apreciados como se debe, incluso dentro del mismo FMLN, y eso es algo que hay que remediar. Sobre todo, hay que desterrar la idea de que “no es prudente” discutir sobre estos temas. Al contrario, todos ganaremos con un debate abierto que contribuya a la profundización y el fortalecimiento de la democracia.

Por otra parte y en lo que respecta al socialismo, es bastante discutible que el FMLN no deba ejercer presión sobre el Presidente Mauricio Funes y “su gobierno”. El Frente participa del gobierno y Funes está muy lejos de ser infalible. El partido y el Presidente se necesitan mutuamente para enfrentar los problemas de nuestro país, y muchos estamos convencidos de que esto nos obliga a mantener discusiones serias sobre las alternativas. Pero, en todo caso, lo más importante es que ningún funcionario del gobierno, ni siquiera el Presidente, puede impedir que en El Salvador discutamos abiertamente sobre el socialismo y su viabilidad. Nuestras ideas no serán objeto de la censura de nadie.

El debate sobre el socialismo en el siglo XXI es necesario y realista. Es necesario, ya que sería una contribución a la transformación de nuestra manera de pensar, de vivir, y de relacionarnos con los demás seres humanos y con la naturaleza. Y es un debate realista, porque nos importa y nos interpela desde la misma cotidianidad, ese lugar en el que nos jugamos la vida, como individuos, como sociedad y como especie. Eludirlo es irresponsable. O tal vez sea fruto del viejo anticomunismo, el mismo que Thomas Mann llamara “la mayor imbecilidad del siglo XX”.

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