Cuatro sabios pensamientos nos dicen: 1) Todo aquello que tú digas de mí, dice más de ti que lo que dice de mí. 2) Por leyes físicas y psicológicas, nadie es capaz de saltar más allá de su propia sombra. 3) Cada quien da de lo que tiene. 4) Las personas desviadas de las reglas ético-convencionales encuentran franjas de felicidad al endilgarle a otros, personas o colectivos, las mismas conductas desviadas, aquellas de las que ellas se sienten avergonzadas muy dentro de sí mismas. Esto quiere decir que parte de la felicidad de una meretriz, por ejemplo, está en convencerse de que todas las demás mujeres son iguales a ella.
Escrito por Roberto Mendoza Sol.Viernes 20 de Noviembre. Tomado de La Prensa Grafica.
Estamos en presencia de un escalamiento de la violencia verbal, que tanto costó desmontar antes del arribo a los Acuerdos de Paz celebrados entre gobierno y guerrilla. Van y vienen los dimes y diretes, con saña y sin fundamentos evidentes.
Los salvadoreños esperamos conductas maduras de nuestros gobernantes y de sus opositores. Acuerdos que beneficien a la sociedad y que coadyuven a construir fórmulas de convivencia social, en un esquema democrático. Más ahora que estamos envueltos en una crisis profunda por efectos de los impactos de la naturaleza.
Las acusaciones y contraacusaciones, para poder darles visos de seriedad y verosimilitud, antes que nada deben protocolizarse ante un notario, de lo contrario quedan registradas bajo otro título, no muy honroso por cierto. En nuestro país, a lo largo de la historia que he vivido, en las tertulias e incluso ante los medios, lanzamos los salvadoreños unas acusaciones terribles y utilizamos unos epítetos capaces de poner quieto a cualquiera. Hay políticos que ya aprendieron a convivir dentro de este esquema. Así que, de ellos, ¡nada en los juzgados!
Se dice que no hay acto más criminal que los apodos de los niños. Hay personas que se quedaron en el camino, acomplejados por los apodos de sus compañeritos, quienes no eran capaces de medir las consecuencias. Pero nuestros políticos, se supone, ya están en edad de medirlas. Hay políticos honestos que, por rivalidades de poder, fueron desacreditados y sacados de la fiesta caribeña que nos tenemos.
Pudimos los salvadoreños llegar a acuerdos de paz entre dos fuerzas beligerantes históricamente adversarias. ¿Por qué no podemos llegar a acuerdos de segunda generación, no solo entre esas fuerzas beligerantes, sino también entre facciones al interior de cada entidad partidaria? Lo más fácil es expulsar a los disidentes, lo más difícil, pero de más alto rendimiento político, los acuerdos.
He escuchado decir a personas que fueron funcionarios públicos en algún momento, que de nada sirve ser honrado si: 1) de todas maneras van a decir que somos corruptos, narcotraficantes, tránsfugas vendidos o tránsfugas debido a amoríos, 2) los ahora conversos, genuinos o no, despotrican contra los que antes fueron sus compañeros, con más saña aun que la de sus adversarios históricos, 3) los entrevistadores hacen preguntas a los funcionarios del actual gobierno que nunca se atrevieron a hacer a los de gobiernos anteriores.
No puedo ignorar que es difícil para un líder estar manejando discrepancias aquí y allá. Por eso se les vuelve tan necesaria la disciplina. Pero la mejor manera de manejar la disciplina es hacer que las personas que integran un colectivo compartan libremente los mismos valores, que sientan que pertenecen, que su integridad es respetada, que hay una distribución equilibrada de cargas y beneficios. Y es allí donde más se peca en los partidos, las cargas son para los débiles y los beneficios para los poderosos. Y esta es la chispa de los dimes y diretes.
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