Escrito por Juan Diego Nusa Peñalver. Diciembre de 2009. Tomado de Granma Internacional.
Si bien la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en su corta existencia de solo cinco años, ha demostrado su validez, para unir a los pueblos latinoamericanos y caribeños y cumplir con los sueños unitarios de Bolívar y Martí, no son pocos los peligros que enfrenta para su avance; el principal de ellos el sistemático ataque del imperialismo norteamericano para hacer naufragar este nuevo tipo de integración fraterna y solidaria.
Integrada por Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Dominica, Honduras, Ecuador, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda, el ALBA va convirtiéndose paulatinamente en un actor político, económico y social regional, cuyo papel se acrecienta cada vez más en el seno de la comunidad internacional, ya sea en el Grupo de Río, la OEA o las Naciones Unidas, a tono con su rebautizada condición de "Alianza" acordada en la VI Cumbre extraordinaria de Maracay, Venezuela. La rápida actuación y denuncia de la agrupación contra el golpe de Estado en Honduras es un ejemplo.
Sus nueve miembros abarcan un territorio de más de dos millones 652 567 kilómetros cuadrados y una cifra superior a los 69 millones de habitantes.
Dispone de fabulosas reservas hidrocarburíferas fósiles, altamente codiciadas por las multinacionales de la energía, mientras son inmensas sus potencialidades desde el punto de vista económico, social, intelectual, profesional, técnico y científico.
Para que se tenga una idea de lo que estamos hablando, por ejemplo, las reservas de hierro y manganeso de los países miembros del ALBA representan al menos 10% de las reservas mundiales. Minerales no ferrosos y no metálicos (incluyendo oro, platino, aluminio, litio, plata, cobre, boro, sal, azufre, fósforo, etc.) están muy por encima de sus necesidades y pudieran satisfacer sus propias exigencias por al menos dos centurias, de acuerdo a expertos en la materia.
Lo mismo se puede mencionar de los recursos naturales claves para el sostenimiento de la vida con calidad como reservas de agua dulce, biodiversidad, bosques, llanuras de pastoreo y agricultura, en cantidades apreciables, sin lugar a dudas, una base imprescindible para sortear la peor crisis financiera y económica capitalista mundial en los últimos 80 años.
Estas fabulosas riquezas fuera del control imperial neoliberal, asi como el proyecto de soberanía, independencia y dignidad que representa son las razones que hacen del ALBA blanco predilecto de Washington y de la derecha continental, que no admiten este abierto desafío a su dominio e intereses.
Es un hecho de que el ALBA nació a partir del resquebrajamiento en América Latina y el Caribe, y en el mundo, del omnímodo poder unipolar que EE.UU. amasó en el planeta a finales de la década de los 80, tras el desmoronamiento de la URSS y del campo socialista de Europa oriental.
Para el destacado intelectual norteamericano Noam Chomsky las modalidades tradicionales "del control imperial —violencia y guerra económica— se han aflojado. América Latina tiene opciones reales. Washington entiende muy bien que esas opciones amenazan no sólo su dominación del hemisferio, sino también su dominación global".
En este contexto muchos quizás no comprendieron del todo los certeros pronósticos del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien percibió mejor que nadie el despertar de los pueblos latinoamericanos de la trágica pesadilla neoliberal y la inclinación del péndulo a la izquierda.
Corrían los tiempos de los combativos foros de Porto Alegre y Sao Paulo, de los encuentros de economistas contra una globalización excluyente y de lucha contra el ALCA de La Habana, que sin proponérselos se transformaron en plataformas desde las cuales los pueblos se lanzaron a reconquistar un mundo mejor posible y deseable.
En este sentido, la resistencia del pueblo cubano encabezada por Fidel y Raúl, y la implementación de nuevos proyectos solidarios de colaboración y asistencia en salud y educación de la acosada Isla caribeña con el Tercer Mundo, muy especialmente con su entorno inmediato geográfico, tuvo un valor incalculable.
De las cenizas del "Consenso de Washington", agotado hasta el tuétano, emergió un nuevo mapa político en el subcontinente con la irrupción de la Revolución bolivariana en Venezuela y los estallidos sociales en Argentina, Ecuador y Bolivia, que sepultaron la filosofía neoliberal y propiciaron el ascenso de nuevos gobiernos progresistas y de izquierda en la región, que hoy están tomando con éxito el poder de forma democrática, construyendo nuevos modelos o incidiendo con mayor énfasis en las políticas basadas en la justicia económica y social.
Así lo atestiguan Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Paraguay, Guatemala, El Salvador y que tiene su más reciente expresión en el flamante y contundente triunfo electoral en el balotaje de la coalición Frente Amplio en el Uruguay y la arrolladora reelección este domingo por más del 60 % de los votos del líder indígena Evo Morales para un nuevo mandato presidencial en su patria.
Herido en su orgullo y en su poder, la neoconservadora administración de George W. Bush acudió a casi todo su arsenal para neutralizar la expansión de nuevas alternativas políticas y sociales en América Latina por medio de golpes, sabotajes económicos, guerra mediática, operaciones psicológicas, intervención electoral y un incremento en la presencia militar.
Es en ese contexto en que se sitúa su prepotente decisión de reactivar en mayo del pasado año su IV Flota, que no patrullaba nuestros mares desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, desesperado paso dirigido a infundir temor al sur del río Bravo y un intento de imponer respeto y orden en lo que considera su patio trasero desde la Doctrina Monroe.
Pero el despertar del ALBA y de otras realidades políticas (léase la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas en mayo de 2008 en Brasilia, la celebración de la Primera Cumbre sobre Integración y Desarrollo de América Latina y el Caribe a finales del pasado año en Costa do Sauípe, convocada por Brasil, sin la presencia de incómodos invitados extrarregionales, y la incorporación de Cuba al Grupo de Río), indicaban una inédita e imparable erosión del poder estadounidense en estas latitudes.
Para la escritora y abogada venezolana-norteamericana Eva Golinger, dedicada a la investigación sobre la injerencia de EE.UU. en Latinoamericana, esas realidades trajeron de nuevo los golpes de Estado a esta parte del planeta, que tuvo episodios dramáticos en Venezuela en 2002 contra el presidente Chávez y en Haití en 2004 contra el presidente Jean Bertrand Aristide. "El primero fue derrotado por una insurrección popular masiva del pueblo, y el segundo logró secuestrar y derrocar a un presidente que ya no convenía a los intereses de Washington".
En esa lógica se incluye el golpe de Estado militar contra el presidente constitucional hondureño José Manuel Zelaya, promovido por sectores de la extrema derecha estadounidense que tienen determinadas fuerzas en la administración de Barack Obama.
Expertos de la política norteamericana reconocen que Washington sólo ha respaldado la democracia cuando contribuye a sus intereses económicos y estratégicos. A pesar de las iniciales expectativas, esa política ha continuado bajo el gobierno de Obama.
El golpe contra el gobierno de Manuel Zelaya ha demostrado que Washington y la derecha continental están dispuestos a retomar medidas de fuerza para defender sus intereses de clase.
No por gusto despliega febrilmente, y a un costo de decenas de millones de dólares, todo un sistema de más de una docena de bases militares desde Centroamericana a Sudamérica, que otorgan a la Casa Blanca la oportunidad única de desplegar operaciones de espectro completo en la subregión, pues según su visión "está bajo amenaza constante por las insurgencias terroristas financiadas por el narcotráfico y los gobiernos antiestadounidenses".
De ahí que el ALBA este bajo ataque. La estrategia del "smart power" (poder inteligente), que preconiza el actual presidente norteamericano ha evidenciado que no se apartará de una política de estado ya delineada de antemano. Lo ratifica el mantenimiento intacto del bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, la continuación de los planes subversivos contra la Bolivia de Evo, reacuérdese el motín separatista cívico-prefectural de 2008 que intentó sacarlo del poder, la descarnada injerencia del embajador norteamericano en los asuntos internos en la Nicaragua de Daniel Ortega, y las arremetidas de la derecha contra el presidente ecuatoriano Rafael Correa, que valientemente cerró la base militar yanqui de Manta.
Nuestra América, y en especial los pueblos del ALBA, deben estar atentos, vigilantes y preparados para hacer fracasar los designios imperiales y asegurar así ese bello amanecer.
Granma.cu - El ALBA: una realidad geopolítica de Nuestra América
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