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2009/12/30

LPG-Cambios necesarios y posibles

Los creyentes le pedimos a Dios esa serenidad, coraje y sabiduría; pero no debemos caer en el error de esperar pasivamente una mágica infusión de esas u otras virtudes.

Escrito por Joaquín Samayoa.30 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.

Todos los que hemos sido educados en la religión católica conocemos una plegaria que, en pocas y sencillas palabras, encierra uno de los grandes secretos de la vida. Al pronunciar esa oración, pedimos serenidad para aceptar lo que no podemos cambiar, coraje para cambiar lo que puede cambiarse, y sabiduría para reconocer la diferencia.

El inicio de un nuevo año, una nueva relación o un nuevo trabajo son momentos muy propicios para discernir y proponernos algunos cambios necesarios y factibles. Los creyentes le pedimos a Dios esa serenidad, coraje y sabiduría; pero no debemos caer en el error de esperar pasivamente una mágica infusión de esas u otras virtudes. La fe no nos exime de compromisos y responsabilidades. Tampoco nos garantiza que el camino será corto, directo y placentero. Algunas veces, solo podemos llegar a la virtud por la vía del sufrimiento, las adversidades y la pérdida de algo o alguien que amamos.

Aunque son unas pocas experiencias, las más intensas y las más impactantes, las que nos hacen sentir que el año que termina fue bueno o malo, que transcurrió lentamente o se fue volando, la verdad es que el año 2009 fue un año como cualquier otro, con certezas e incertidumbres, con alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, entusiasmos y desalientos. Así será también el año que está por comenzar, una ilógica secuencia de diversas manifestaciones de la vida y de la muerte, del cambio y de la continuidad, de la realidad y de la fantasía.

Así es la vida. Es precaria, contradictoria, enredada y caprichosa. Se somete a algunas leyes que las ciencias han logrado descubrir, pero se resiste a ser encajonada. Se nos ofrece o se nos impone sin pedirnos permiso, sin ofrecernos disculpas. No tenemos otra opción que estar atentos para anticipar lo que puede anticiparse, evitar los males que puedan evitarse, y sacar el mayor provecho posible de lo que somos y lo que tenemos, para nuestro propio bien y para el bien de nuestros seres queridos y el de esa sociedad que hace posible, aunque también dificulta, nuestra realización humana.

Lo único que podemos controlar en considerable medida son nuestras propias actitudes. Pero eso ya sería bastante para mejorar la calidad de la vida en el plano personal y social. Muchos problemas, disgustos, conflictos y desenlaces violentos podríamos ahorrarnos con solo entender y aceptar que no es posible controlar la vida, las ideas y los sentimientos de las demás personas.

Yo no puedo hacer que alguien me quiera o que deje de odiarme. No puedo imponer mis creencias, mi estilo de vida o mis ideas a las demás personas. Lo único que realistamente puedo proponerme es intentar persuadir a otros, pero no tendré la más pequeña oportunidad de lograrlo si no realizo ese intento con actitud de genuina aceptación, tolerancia y respeto. Esto vale igual para las relaciones amistosas, amorosas y familiares que para la educación y para el debate de ideas políticas.

Aun los que tienen la obligación o la potestad de ejercer autoridad sobre otras personas, deben hacerlo con firmeza pero con respeto y empatía, sin renunciar a la posibilidad de que la persuasión haga menos necesaria la coerción, y el entendimiento haga menos probable el conflicto. Esto deben tenerlo muy en cuenta los educadores, pero más aun los responsables del gobierno, quienes por la vía del consenso y de la legislación razonable, deben empeñarse en lograr armonía con un mínimo de intervención restrictiva del Estado.

En el transcurso del año 2009 se habló mucho de cambio, pero no ha habido una reflexión que, en cantidad y calidad, corresponda a la importancia que la palabra pareciera tener a juzgar por su frecuencia de uso y por las pasiones que ha desatado.

Parece que empezamos el 2010 sin ponernos de acuerdo todavía en los cambios que debieran impulsarse desde el aparato estatal y mediante las políticas públicas. El más fundamental es el que atañe a la naturaleza misma del Estado.

Muchos queremos un Estado democrático y moderno, atento a las necesidades de todos pero particularmente empeñado en remover obstáculos y crear condiciones para erradicar la pobreza sin sacrificar las libertades más fundamentales de los ciudadanos. Otros, en cambio, tienen la convicción de que solo un Estado omnipresente y autoritario, conducido a perpetuidad por una determinada agrupación política, puede propiciar el bienestar de las mayorías.

Ese dilema fundamental y otras muchas decisiones políticas, sociales y personales requerirán serenidad, coraje y sabiduría. Que Dios nos las conceda a lo largo del 2010.

Cambios necesarios y posibles

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