Escrito por Mario Vega.30 de Diciembre. Tomado de El Diario de Hoy.
La situación de violencia que vivimos debería ser justificación suficiente para emprender un esfuerzo educativo dirigido a niños y jóvenes, que les permita desarrollar una personalidad tolerante, dialogante y concertadora. Puesto que hablamos de desarrollar la personalidad, la educación para la paz debe entenderse como un proceso continuo y permanente, que esté presente en todas las etapas del desarrollo de la psique.
Tal proceso debería tener como meta superior el establecer bases de ética personal y social para la convivencia pacífica, libre y equitativa, es decir, plenamente democrática. Más que una transmisión de definiciones y conceptos debe tratarse de inculcar una filosofía de vida de respeto absoluto a los derechos humanos y que, consecuentemente, opta por la no violencia como principio global de relación.
Como componente inicial de tal educación debería situarse el desarrollo de la autoestima. El descubrir, valorar y confiar en las capacidades propias ayuda a las personas a superar sus limitaciones y dificultades. Evita el pesimismo, la frustración y la desesperanza. Una autoestima adecuada genera optimismo ante la vida y la capacidad de posicionarse frente a la realidad social y adoptar una línea de acción apropiada para su mejoría, transformación o superación.
Pero también es importante que la educación para la paz facilite a las personas el reconocer y valorar la propia agresividad como una fuerza bajo control permanente, capaz de ser puesta al servicio de la superación personal y del bien común. La identificación y el dominio de la violencia debe ser promovida como una virtud cardinal, para visualizar nuevos horizontes que resultan imperceptibles para el punto de vista del hombre ordinario.
Otro componente debe ser el desarrollo de la sensibilidad y el aprecio por las diferencias entre seres humanos. Características como el sexo, la edad, el color de piel, la nacionalidad deben aprender a valorarse como elementos enriquecedores de las relaciones humanas y no como detonantes de fricciones y conflictos.
Como eje central de la educación para la paz se debería desarrollar la capacidad para reflexionar con serenidad sobre los conflictos en un acercamiento, que permita reconocer sus causas y, luego, desarrollar negociaciones que permitan solucionarlos de manera creativa, tolerante y no violenta. Esta aproximación a los conflictos debe convertirse en una pauta cotidiana, que vaya de lo simple a lo complejo en la medida que se desarrolla la personalidad hasta hacer del diálogo y la negociación el proceder natural de las nuevas generaciones.
También debería incluir la participación en actividades de autoafirmación y solidaridad, facilitando la adherencia a causas nobles impulsadas por organismos sociales e instituciones que potencian relaciones de diálogo, de ayuda, de paz y de denuncia de situaciones injustas. La adopción de una actitud crítica y comprometida ante hechos, condiciones o conductas que atentan contra los derechos humanos universales. Aprendiendo, en lo cotidiano, la manera de adquirir una conciencia con respecto a cada uno de ellos y su defensa en el diario vivir.
Estos componentes deberían homogenizarse e integrarse como parte del currículo educativo de la educación sistemática y permanente. Dadas las condiciones históricas del país, el fomento de la cultura de paz debería ser parte central en todo proceso de enseñanza-aprendizaje. Hasta lograr que las nuevas generaciones lleguen a valorar la convivencia pacífica y respetuosa como un bien común de la nación. Rechazando la imposición frente al débil y privilegiando los mecanismos de diálogo, negociación, acuerdo y resolución de conflictos.
Todo ello en términos de igualdad y libertad. Sólo entonces se podrá comenzar a superar la agresividad históricamente arraigada del salvadoreño y alcanzar un alivio perdurable.
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