29 Diciembre. Tomado de CubaDebate.
- Sobre la realidad de aquella etapa que en el exterior rememoran como un “paraíso perdido”, nos habló el doctor Arnaldo Silva León, Profesor Titular- Consultante de Historia de Cuba, de la Universidad de La Habana
Entre las campañas contra la Revolución cubana, la propaganda imperialista ha insertado la presentación de la década del 50 del pasado siglo como un período de prosperidad para la Isla, en un avieso afán por “demostrar” las supuestas ventajas que el capitalismo trajo a nuestro país.
Sobre la realidad de aquella etapa que en el exterior rememoran como un “paraíso perdido”, nos habló el doctor Arnaldo Silva León, Profesor Titular- Consultante de Historia de Cuba, de la Universidad de La Habana.
¿Quiénes son los que se han dedicado a “embellecer” los años 50 y desde cuándo son esos intentos?
Los intentos de edulcorar la década anterior al triunfo revolucionario son viejos, datan de los años 60 y 70, con intelectuales como Jorge Domínguez, Carmelo Mesa Lago, e incluso con algunos economistas burgueses cubanos de indudable talento que se fueron del país, como Felipe Pazos, José Álvarez Díaz, Rufo López Fresquet, y Justo Carrillo, entre otros, que se han empeñado en presentar los años 50 como un período de gran prosperidad y desarrollo social para Cuba, con un solo problema de índole política: la dictadura de Fulgencio Batista, que se impuso mediante un golpe de Estado el 10 de marzo de 1952.
Para ellos lo que había que hacer era suprimir esa dictadura, restablecer un orden constitucional y una democracia burguesa representativa, sin negar la necesidad de producir en el país un adecentamiento de la vida política como proclamaban los ortodoxos, y de dar un mayor espacio económico y político a la burguesía cubana no azucarera, de la cual por lo menos los economistas cubanos mencionados eran ideólogos y representantes.
Aún persiste esta campaña, protagonizada por personajes con mucho menos rango, información y conocimientos de la realidad cubana y vinculados al mercenarismo.
¿En qué argumentos se basan para mostrar esa pretendida prosperidad?
Casi todos estos economistas utilizan algunos indicadores económicos y sociales de Cuba en aquellos tiempos, y los comparan con el comportamiento de esos mismos indicadores en otros países de América Latina y el Caribe. Es una manipulación muy inteligente y muy hábil de las estadísticas.
Tomemos como ejemplo la tasa de desempleo: en la década del 50, era altísima. En el llamado período muerto de la zafra, cerca de ocho meses del año, llegaba a 600 mil trabajadores, con una tasa de casi el 25% de la población económicamente activa, estimada en dos millones de trabajadores. Aun en período de zafra, que era el de mayor ocupación laboral, la tasa de desempleo estaba entre el 10% y el 12%, una cifra alta.
Ahora, ellos comparan esto con otros países latinoamericanos, incluso con naciones como México, Brasil, Argentina, donde esa tasa era a veces mayor. Por supuesto, si la contrastaban con Centroamérica, el Caribe, o los casos de Bolivia o Paraguay, en América del Sur, Cuba tenía una tasa de desempleo menor.
No dicen que escaseaban los empleos para los hombres y que muchos puestos de trabajo estaban vedados para los negros, apenas los había para las mujeres; la inmensa mayoría de ellas no trabajaba, o lo hacían si acaso como maestras, enfermeras o en el servicio doméstico.
Otro ejemplo de manipulación: el ingreso nacional per cápita nuestro era mayor que el de casi todos los países de América Latina y el Caribe. Los economistas manejaban este indicador con mucha habilidad, porque casi todos tenían el criterio de que el desarrollo económico de un país se medía por el ingreso nacional, lo que no es exactamente así.
Ahora bien, ¿cómo se distribuía ese ingreso nacional? Por supuesto que de una manera muy desigual, y el ciudadano común no recibía lo mismo que Julio Lobo, Gómez Mena, Pepín Bosch, o cualquier otro de aquellos grandes potentados. Lo que ocurría era que aplicaban una media aritmética: dividían todo el ingreso nacional entre el número de habitantes, y así todos tocábamos parejo, pero esa distribución no era ni remotamente igual. En realidad, en Cuba el ingreso nacional se repartía, fundamentalmente, entre los grandes hacendados, los colonos, los grandes terratenientes, la gran burguesía comercial.
Esos economistas no tenían en cuenta tampoco que una parte de ese ingreso nacional no se quedaba en el país. Se producía aquí, pero se remesaba al exterior. Era como si no existiera.
Y con otros indicadores pasaba lo mismo: televisores, radios, prensa por habitante, como si se distribuyeran equitativamente, y no era así.
En el orden social, ellos tomaban el analfabetismo, que según cifras oficiales bastante exactas, obtenidas en el censo de 1953, en Cuba era del 23,6%, y lo comparaban con México donde superaba el 40% en aquella época, y otras naciones, algunas con hasta el 60 por ciento. De esa forma, este país parecía una maravilla.
Pero esos economistas no hablan de lo que representaba ese 23,6% de analfabetos, en una población de algo más de cinco millones de habitantes. El referido censo arrojó casi un millón de analfabetos, sin contar los semianalfabetos, personas que apenas podían leer tres palabras, escribir su nombre y sin embargo no estaban en condiciones de leer un libro, ni la prensa, y eso sumaba casi otro millón. Muchos solo sabían poner su nombre y aparecían como personas alfabetizadas, pero no lo estaban realmente. Tampoco dicen que entre los negros, las mujeres y los campesinos, el analfabetismo era superior. El que otros países tuvieran una situación peor que la nuestra no quiere decir que estuviésemos bien.
En materia de salud pública. ¿cuál es su análisis? Hoy tenemos una tasa de mortalidad infantil inferior a seis por cada mil nacidos vivos, mientras que en aquellos momentos, según cifras oficiales era de 60. Al compararlo con otros países del área, los había con 90, 100, ciento y pico, entonces presentaban a Cuba como un país muy próspero.
La esperanza de vida era de 55 años; cifras oficiales; hoy se aproxima a 80. Esa cifra de 55 años superaba la de otros países.
La cantidad de seis mil médicos constituía el per cápita más grande de casi toda América Latina: un médico por cada mil habitantes, pero lo que no aclaraban estos señores era que la mayoría de los facultativos estaba en La Habana; los principales hospitales radicaban también en la capital del país, y para ingresar en ellos se requería de una “palanca”, ir a ver al concejal, quien pedía a cambio la cédula electoral y la persona se veía obligada a votar por él en las próximas elecciones. Es verdad que existían algunas clínicas mutualistas, como La Dependiente, La Covadonga, y otras sobre todo en la ciudad de La Habana, fundadas por los españoles. Y había otro mutualismo más pequeño, clínicas con 10 médicos y 10 ó 15 camas.
Ese homologismo estadístico según el cual Cuba aventajaba a otros países, los conducía a inferir que el nuestro tenía un progreso económico y social extraordinario. Pero en realidad, aquellos estaban peor que nosotros. Por supuesto, en esa imagen idílica no caben la prostitución, el juego, la mendicidad, los niños limpiabotas o vendiendo periódicos, los discapacitados en las calles viviendo de la caridad pública, ni otras realidades cotidianas de aquellos tiempos.
Que Cuba tuviera indicadores superiores al resto del continente no era sinónimo de desarrollo, sino de mayor dependencia, porque la Isla constituía el principal escenario de las inversiones norteamericanas y por su posición geográfica era de gran importancia para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Como parte de ese interés por edulcorar esa etapa histórica hay quienes pretenden también limpiar la imagen de Batista.
Para estos individuos que he mencionado la dictadura era inadmisible. ¿Quién puede defender a Batista y a su dictadura sino cuatro locos en Miami? Esa defensa proviene fundamentalmente de Rubén Batista Godínez, su hijo mayor, ya fallecido, quien se dedicó a ensalzar al padre en una serie de discursos; de otros hijos que el tirano tuvo con Marta Fernández, sobre todo Jorge, dedicado a hablar en favor de su padre tomando como base libros escritos por Batista, el primero de ellos titulado Respuesta, editado en 1960, y el segundo, Piedras y leyes, en 1961, donde faltó poco para atribuirse la construcción del Morro.
Piedras quiere decir todo lo que él construyó, donde menciona muchísimas obras concluidas durante su administración, pero iniciadas en épocas anteriores y no es posible adjudicárselas. Incluye además un conjunto de leyes, tanto de su primera dictadura como de la segunda, las cuales fueron en su mayoría letra muerta, sin negar algunas positivas, en particular de los años de 1936 al 1940, cuando empezó a aspirar a presidente, destinadas a granjearse apoyo, simpatía, en una época en la que le convenía crearse una imagen de hombre democrático y progresista.
De este libro, Piedras y leyes, algunos han extraído información falseada por el propio Batista, para hacerle loas y presentarlo como un benefactor del pueblo cubano. Esto ha decaído. Quien defienda a Batista se desacredita a sí mismo, pues carece de sustento, de respaldo. Esta defensa está apoyada por batistianos como Mario y Lincoln Díaz Balart, hijos de Rafael, amigo de Batista; por Ileana Ross, hija de un oficial represivo de la dictadura; por Roberto Martín Pérez, ex policía de aquel régimen, hijo del asesino coronel Lutgardo Martín Pérez; por los hijos y nietos de Batista, y por otros como Rafael Rojas, un individuo talentoso que escribe para el El Nuevo Herald, donde es muy bien remunerado.
Usted ha afirmado que en los años 50 la sociedad cubana se adentraba en una crisis profunda.
En la década del 50 se yuxtapusieron dos crisis: la estructural del sistema, que dependía del modelo económico impuesto por Estados Unidos desde los albores de la república, y la funcional, que son las de superproducción relativa ya estudiadas por Carlos Marx en El capital. La crisis estructural del sistema venía desde los años 20, pero no fue hasta los 50 que el modelo se agotó.
¿Cuáles eran los rasgos fundamentales de ese modelo? Cuba era un país monoproductor, dependía del azúcar; también monoexportador, ya que el 80% del valor de las exportaciones del país provenía de ese producto, quiere decir que cualquier problema que hubiera con el azúcar generaba un desastre nacional. Si los americanos amenazaban con rebajar la cuota azucarera, todo el mundo comenzaba a temblar; si se producía una rebaja en el precio, ya fuera en Estados Unidos o en el llamado mercado libre mundial, al cual se destinaba una parte de la producción, se desencadenaba una crisis que afectaba a toda la economía. Para los años 50, el 24-25% del ingreso nacional provenía del azúcar. Se trataba de un modelo económico con una altísima dependencia de ese rubro.
Éramos una nación, además, plurimportadora. Importábamos casi todos los bienes de consumo y todos los bienes de capital que el país necesitaba. En el caso de los de capital, era prácticamente el ciento por ciento, pues no producíamos maquinaria ni piezas de repuesto ni transporte alguno; y en el de los de consumo, importábamos una gran cantidad de productos que se podían producir en el país, como arroz, tomate, lechuga y otras verduras, que venían de Estados Unidos.
Un cuarto rasgo de la economía era el monomercado: el 70% de nuestro comercio exterior se hacía con el mercado norteamericano, y un quinto y último rasgo, esencial por supuesto, es la dependencia económica, Cuba era un país con una alta dependencia del azúcar y de Estados Unidos.
Y aquí quiero detenerme en algo muy interesante, el llamado Informe sobre Cuba, elaborado por la Misión Truslow, que nos visitó en agosto de 1950, por una petición que el gobierno de Prío hizo al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), más tarde Banco Mundial. La misión, encargada de hacer un análisis de la economía cubana, la integraban 17 economistas, al frente de los cuales se encontraba Adam Truslow, alto funcionario del BIRF y presidente de la Bolsa de Nueva York.
El documento donde plasmó sus valoraciones tenía aproximadamente mil 700 páginas. Nunca la economía cubana había sido sometida a un escrutinio tan grande; es como si la hubiesen introducido en un Somatón. Ahí salieron a relucir muchos problemas. Lo entregaron en inglés y nunca, que yo conozca, se ha traducido completo al español. El Ministerio de Hacienda y el Banco Nacional hicieron sus respectivas síntesis y las tradujeron.
Ya en ese momento la Misión Truslow planteó, en términos dramáticos, el agotamiento del modelo económico. Llegaron a la conclusión de que su persistencia ponía en peligro el sistema capitalista de explotación y de dominación imperialista y para preservarlo su propuesta fue efectuar cambios. De no realizarse estos, sobrevendrían, según sus análisis, dos escenarios políticos probables: la dictadura de derecha y la dictadura de izquierda. No se podía seguir con la misma estructura económico-productiva, debía irse a un modelo pluriproductor, pluriexportador, menos dependiente. Pero esto no era nada fácil.
Simultáneamente, la burguesía cubana no azucarera estaba planteando cosas muy similares, en su empeño por ganar espacio económico y protagonismo político, los cuales tenía que disputar al imperialismo y a su aliada, la oligarquía criolla, que no querían compartirlo.
Pongamos un ejemplo: en 1955 se produjo un debate relacionado con el arroz y los textiles. Desde el gobierno de Carlos Prío, Cuba había ido incrementando la producción de arroz, la cual en ese año alcanzó una cifra que cubría el 50% del consumo nacional, y los arroceros norteamericanos pusieron el grito en el cielo, porque el arroz se importaba de Estados Unidos. La industria textil empezó a desarrollarse en la Isla a partir del henequén, y los exportadores estadounidenses de textiles a Cuba también empezaron a protestar. Cuando se produjo esta polémica, hubo una amenaza de rebajar la cuota azucarera.
Quiere decir que romper el modelo tenía obstáculos grandes y poderosos, y sin embargo era una necesidad para que el propio sistema pudiera subsistir. Miren la contradicción en la cual se movía la economía cubana en esos años. De ello no hablan Mesa Lago, ni Jorge Domínguez, ni ninguno de esos apologistas.
¿En qué medida el golpe de Estado de Batista contribuyó a profundizar la crisis?
El golpe fue, por una parte, el resultado de la crisis que vivía el país, y a la vez la recrudeció hasta dar lugar a una situación revolucionaria.
En ese tiempo los partidos burgueses se desgastaron y desprestigiaron, perdieron liderazgo. Como preconizó Fidel desde el propio año de 1952, “Hay otra vez tiranía, habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras”.
Durante el batistato, la represión, la corrupción, el entreguismo a los intereses de los Estados Unidos en detrimento de los nacionales, la aplicación de una política económica que prácticamente provocó el agotamiento de las reservas monetarias del país, y la inminente devaluación del peso cubano, fueron agudizando la crisis.
No es un hecho fortuito que a partir de 1957 las clases dominantes empezaran a retirarle apoyo a Batista y a alejarse de él, por supuesto con mucho cuidado, porque estaban conscientes de que su régimen era económicamente insostenible en el poder. Más tarde se demostró que lo era también en lo político, porque no podía parar el empuje revolucionario.
La burguesía cubana y los Estados Unidos comenzaron a buscar una solución sin Batista, pero no resultaba fácil, porque el tirano era muy tozudo y lo fue hasta el último momento. Hubo que sacarlo de aquí por la fuerza, pero no lo hicieron ni los burgueses ni los norteamericanos, sino el Ejército Rebelde.
(Tomado del semanario Trabajadores. Entrevista realizada por Alina Martínez y Felipa Suárez)
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