Escrito por Ernesto Bonilla.31 de Diciembre. Tomado de Contra Punto.
Es sintomático que a partir de la muerte física y simbólica de Stalin, los estudios marxistas sobre la estética se revitalizaran.
MEXICO - Hace poco nos decía el profesor Rafael Lara Martínez que el marxismo ha olvidado “toda reflexión sobre la subjetividad, el contraste sujeto-objeto como consecuencia de la técnica moderna, el de una escritura poética del terruño, el carácter no siempre objetivo del conocimiento, la amistad, el amor, el erotismo entre otros”. Según el profesor, dado que el marxismo concentra su interés en la política y la economía, termina olvidando la filosofía.
Hay un marxismo, el de inspiración positivista, que encaja dentro de la imagen que nos pinta el Sr.Lara Martínez. El problema es que esa imagen no le hace justicia al pensamiento de Marx o a la reflexión de marxistas como Georg Lukács y Karl Korsch. Es más, ni siquiera el marxismo soviético dejó de enfrentarse a su manera al problema de la subjetividad.
Al romper con el idealismo clásico alemán, Marx planteó una forma de ver la relación sujeto-objeto que fue más allá de los límites de la filosofía. Para Marx, ese sujeto ya no es un individuo abstracto y aislado, es un ente que surge y se consolida a partir de unas determinadas relaciones de producción y un determinado nivel de desarrollo tecnológico. Ese sujeto ya es una categoría histórica y sociológica que tiene a su vez una relación mediada social y técnicamente con el objeto.
El conjunto de los individuos, en un modo de producción capitalista, se vincula con el universo de los objetos a través de una red de relaciones económicas. Tales individuos modifican los objetos en la esfera productiva, pero el grado en que se los apropian y disfrutan está condicionado por la división del trabajo y las relaciones de producción. Así, la riqueza que produce un obrero se le muestra como una riqueza ajena. El mundo que produce se le manifiesta como un mundo extraño que lo domina. La teoría marxista de la alienación puede verse como una teoría de la relación sujeto-objeto en el capitalismo.
Estamos, por lo tanto, ante un sujeto y un objeto condicionados social e históricamente. Su relación escindida posee también una historia. Este problema no se capta fácilmente en el pensamiento maduro de Karl Marx, dado que lo planteó con otro lenguaje a partir de la crítica de la economía política.
Pero a principios del siglo XX, el teórico húngaro Georg Lukács al romper con el positivismo, y abrir la problemática del sujeto, llamó la atención sobre las implicaciones filosóficas y culturales que yacían potencialmente en la teoría marxista de la alienación. Ya era un tópico la deuda de Marx con Hegel y el idealismo alemán, pero no se había valorado en detalle cómo contradicciones sociales que se expusieron por primera vez con el lenguaje de la filosofía se hallaban presentes en una obra como El Capital. Schiller, por ejemplo, dejó escrito que la moderna división del trabajo creaba especialistas, hombres fragmentados, aislados de la totalidad social. No extraña, pues, que un pensador como Heidegger reconociera cierta deuda común que tenían sus planteamientos y los del marxismo con la filosofía idealista alemana, de ahí que fuera conciente de “Eso que, partiendo de Hegel, Marx reconoció en un sentido esencial y significativo como extrañamiento del hombre, hunde sus raíces en el desterramiento del hombre moderno” (Martin Heidegger, Carta sobre el Humanismo, Alianza Editorial, Madrid, 2000).
Con teorías, diagnósticos y orientaciones distintas, Georg Lukács y Martin Heidegger coinciden en el abordaje de un problema, la alienación, y comparten además algunos antepasados filosóficos. El filosofo polaco Adam Schaff va más lejos y asegura que Heidegger, en su planteamiento de este problema, “aunque no lo confiese, como Sartre, que lo reconoció lealmente, tiene mucho que agradecer a Lukács” (Adam Schaff, La alienación como fenómeno social, Editorial Crítica, Barcelona, 1979).
Puede ser cierto que el marxismo necesite construir una teoría más compleja sobre la subjetividad y sus implicaciones dentro del campo del materialismo histórico, pero eso no es lo mismo que afirmar que ha olvidado toda reflexión al respecto. De hecho, por su énfasis en situar a los individuos dentro de un horizonte de relaciones técnicas y sociales, podríamos decir que hay en el marxismo una teoría del sujeto. Aunque sus prioridades sean las articulaciones políticas y revolucionarias, en la medida en que toma como objeto de estudio y de transformación la totalidad de las relaciones sociales, el marxismo ha de fijarse en los múltiples rostros que la subjetividad muestra socialmente.
No es de extrañar, por lo tanto, que tengamos una serie de contribuciones marxistas sobre el papel que juega lo subjetivo, socialmente enmarcado, en la producción y disfrute de la obra de arte. En este campo también se han librado batallas trágicas que no fueron meramente filosóficas. Como no sólo se trata de comprender la realidad social, sino que el objetivo es intervenir en ella, de los debates internos del marxismo en torno a la naturaleza y función social del arte surgen principios que podrían regular la producción y distribución de bienes culturales.
Por eso puede afirmarse que en la cultura estalinista hubo una política acerca de la subjetividad y una toma de posición muy clara respecto a la autonomía del arte. Se regulaba desde arriba la subjetividad del artista, dado que sus temas y su forma de tratarlos debían de ser fieles a un marco valorativo (el realismo socialista) que el Estado fijaba previamente. De esa forma, al ser objeto de intervención política, lo subjetivo se politizaba y cualquier elección individual del artista (hecha en nombre de su autonomía creadora y de la autonomía del arte) corría el peligro de ser objeto de sanción por parte del Estado.
Es sintomático que a partir de la muerte física y simbólica de Stalin, los estudios marxistas sobre la estética se revitalizaran. Y es que el grado de complejidad de un planteamiento marxista también puede medirse por la forma en que aborda lo subjetivo y aquellos fenómenos que, como el arte, no son un simple efecto de las determinaciones de la estructura económica. En el área del libre juego de la imaginación, como creación y disfrute, el marxismo corona su posible concepto de la libertad. Así lo anticipó Schiller y así lo vio un teórico como Herbert Marcuse.
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