El Gobierno trabaja para incrementar el empleo público, lo cual puede ayudar a aliviar la situación social imperante; pero el empleo privado, en todos los niveles de la actividad económica, es el que realmente da solidez a la estabilidad y dinamismo al desarrollo.
Escrito por Editorial.30 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.
Una crisis de las características de ésta que venimos atravesando, en medio de la imprevisión y la improvisación, produce impactos de índole variada, y uno de los más fuertes y depredadores es el que golpea el empleo. Las cifras de la pérdida de puestos de trabajo son elevadas, y van produciendo los consabidos efectos en cadena, tan perjudiciales para la economía, aquí y en todas partes, con el agravante de que la recuperación del empleo es la que más tarda en consolidarse, como se ve aun en países desarrollados.
Si la estructura empresarial no se reanima, el crédito no se reactiva y la inversión no se revitaliza, la superación sostenible de toda la problemática económica podría retrasarse más de lo previsto, con las consecuencias sociales y aun políticas que son de prever. La palanca fundamental para que eso no se vaya a dar tiene un nombre: confianza. Reiteramos, pues, la imperiosa necesidad de inyectar confianza en el ambiente. Y en ese sentido, la racha de despidos en el sector público es una señal que, de entrada, va en sentido contrario; al respecto, la comisión revisora de casos que trabajará por encargo de la Presidencia de la República sería confiable desde un principio si se conformara como un grupo enteramente independiente.
El Gobierno trabaja para incrementar el empleo público, lo cual puede ayudar a aliviar la situación social imperante; pero el empleo privado, en todos los niveles de la actividad económica, es el que realmente da solidez a la estabilidad y dinamismo al desarrollo. Por consiguiente, el Gobierno y la empresa privada tienen el desafío conjunto de mover en positivo el aparato productivo nacional. Es insoslayable trabajar en armonía.
Racionalizar la política
La recuperación del dinamismo económico no puede ser, desde luego, resultado de un solo factor, ni por consiguiente de la iniciativa exclusiva de un solo sector. Esto debe tenerlo siempre muy claro el sector público, cuya tendencia histórica en cualquier tiempo y lugar es buscar imponer sus propias concepciones, estrategias y conveniencias. La complejidad del fenómeno actual vuelve inevitable e inaplazable buscar y poner en práctica formas nuevas de enfrentar los problemas de fondo que nos aquejan. Una de esas nuevas formas tiene que ser el organizar tratamientos y estructurar soluciones de manera interactiva desde el comienzo. Ya no puede ser cuestión de que “yo propongo y ustedes opinan sobre lo propuesto”: hay que elaborar las propuestas con la participación de todos, desde el primer momento.
Es decir, hay que entrar en una verdadera lógica de alcanzar acuerdos, y dejar atrás todo fingimiento dialogante, que es lo que en realidad venimos viendo en la última década. Durante la campaña electoral se habló de echar a andar una especie de “fábrica de empleos”, en imagen vendible como recurso atractivo de votos; hoy habría que montar una auténtica política generadora de trabajo accesible y real, que se base en la confianza reactivadora en todos los niveles, desde la gran empresa hasta la microempresa.
La formalización del llamado comercio informal, amplísimo en el país, es una de las tareas por hacer en lo inmediato. Y tal ordenamiento abona también al desarrollo.
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