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2009/12/26

LPG-Anotaciones sobre un año aleccionador

2009, pues, nos deja un buen fajo de experiencias procesadas y por procesar. Ha sido un año bisagra dentro de este ya largo recorrido transicional que venimos haciendo como país desde aquel 16 de enero de 1992, tan cerca y tan distante como dice el bolero.

Escrito por David Escobar Galindo.26 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.

2009 ha sido un año de intensidad inusual para nuestro país, aun en el escenario de esta posguerra que ha traído un chiflón de energías cruzadas. Aunque muchas cosas todavía sigan pareciendo las mismas, y por ende haya a la vez una buena cantidad de impaciencia circulando por el ambiente, lo cierto es que al hacer el recuento comparativo de lo que ahora tenemos con lo que tuvimos durante la guerra y sobre todo antes de la guerra, el saldo a favor de la modernización nacional es perfectamente apreciable. Pero la impaciencia mencionada es, desde luego muy inspiradora, y así hay que reconocerlo y utilizarlo. Si estuviéramos satisfechos con lo que tenemos, estaríamos repitiendo aquel ánimo casi resignado que imperó por tanto tiempo, con todas sus perversidades parásitas. La solución política de la guerra nos dejó dos legados irrestañables: la prueba viva de que la violencia no siempre tiene que salirse con la suya, como había sido la norma consagrada a lo largo de nuestra historia, y la evidencia de que cualquier gran solución exige armonía de propósitos y de esfuerzos.

El año comenzó marcado por dos turbulencias: la campaña electoral en marcha, la más competida de la posguerra, y los crecientes efectos de rebote de la crisis económica global detonada en Estados Unidos en el último cuatrimestre de 2008. La campaña, un ejercicio de truculencias intencionadas; la crisis, un impacto de consecuencias insospechadas. La campaña tenía plazos fijos: 18 de enero, 15 de marzo. Llegadas esas fechas, estaba redefinido el panorama. La izquierda le tomaba la clara delantera electoral nacional a la derecha por primera vez. La crisis no tiene ni puede tener plazos fijos: sus efectos se vienen desenvolviendo a su aire. Pronto hubo claras —y reiteradas— lecciones en ambos ámbitos: en lo político, la lección es que, por más teatro que se haga, la realidad acaba por imponerse; en lo económico, la lección es que nunca estaremos a salvo si no nos decidimos a aplicar un consejo básico de la sabiduría práctica: más vale prevenir que lamentar.

En la zona media del año se consumó la alternancia política, cuando Mauricio Funes, candidato presidencial propuesto por el FMLN, elegido en marzo, tomó posesión del cargo el primero de junio. Primera hora de la verdad. Desde el momento inicial, el recién estrenado Presidente puso distancia ideológica: no sería Presidente de partido sino Presidente de país. Ante esto, el FMLN tomó las cosas con cautela, sin pronunciarse como “partido de Gobierno”. En el curso de las semanas y meses subsiguientes, esta curiosa relación, para llamarla de alguna manera, ha producido reafirmaciones de la línea ideológica tradicional por parte de personeros del partido y de manera más genérica desde las estructuras del partido, como se vio en la reciente Convención Ordinaria, y demarcaciones reiteradas —y con frecuencia crispadas en la forma— sobre su independencia de cualquier bloque ideológico por parte del Presidente. Lo que vemos, pues, es un hecho hasta ahora insólito en nuestra historia política reciente, que puede tener no sólo lecturas variadas sino, sobre todo, consecuencias diversas, y la primera: el que haya un partido de Gobierno que no esté en el Gobierno, como se acostumbraba, cada vez en formas más perversas. La aludida distancia debería ser lo natural, siempre que no signifique distanciamiento perturbador de la armonía básica que debe existir entre los que gobiernan. Estamos, pues, en este punto, ante un ejercicio en marcha, cuyos resultados definitivos sólo serán sensibles y medibles en el curso mismo de los hechos.

En lo económico, el año ha sido complejo, para decirlo sin melodramatismo. Y eso ha venido a apretar el nudo de las necesidades presupuestarias en el sector público. El Gobierno no sólo necesita cerrar los agujeros fiscales, que son varios y vienen siendo tapados a medias en tiempos recientes, con creciente irresponsabilidad, sino que está apremiado por el imperativo de “hacer algo” que se note, como busca siempre cualquier Gobierno que acaba de llegar, cargado por sus propias promesas. En este momento, las cosas se complican por los sucesivos impactos que sufre nuestra frágil economía por efecto de la crisis global. La reforma tributaria aprobada por apremio gubernamental está hoy a prueba en los hechos. ¿Acarreará el mínimo de fondos que el erario público necesita? ¿Qué consecuencias reales inmediatas producirá en el comportamiento de la economía? ¿Quiénes, en definitiva, verán endosados sus temores o sus expectativas? Los meses que vienen lo irán diciendo. El año concluye, en este caso, con un borrador de lección reiterativa: lo mejor sería, siempre, analizar las cosas al detalle y en común antes de pasar al plano de los hechos consumados. Por aquello de atenerse a otra verdad que nunca falla: despacio, que llevo prisa.

2009, pues, nos deja un buen fajo de experiencias procesadas y por procesar. Ha sido un año bisagra dentro de este ya largo recorrido transicional que venimos haciendo como país desde aquel 16 de enero de 1992, tan cerca y tan distante como dice el bolero. Y, sin duda, la más viva lección es la que atañe al proceso mismo: la de su reconfirmada fortaleza, pese a todos los tropiezos, quebrantos e incertidumbres que le saltan y le asaltan en el camino. Este proceso salvadoreño es, como tal, inequívocamente ejemplar y ejemplarizante, lo cual desde luego no significa que sea perfecto e intocable, condiciones que escapan a lo humano. La alternancia en el ejercicio institucional del poder es el punto focal del momento. Será el éxito que se espera y que podría ser si de todos estos afanes y vicisitudes se logran cosas básicas, como el reordenamiento institucionalizador de las fuerzas políticas, la moralización verificable de la gestión pública y la visión nacional compartida que tanto necesitamos. Que los ánimos se apacigüen, que las mentes se encaucen, que las voluntades se integren… Serían inmejorables y hacederos propósitos para el Año Nuevo.

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