En otras palabras, el ciudadano Presidente debería ser, siempre y en cualquier tiempo y circunstancia, ejemplo de prudencia y determinación perfectamente armonizadas.
Escrito por Editorial. 28 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.
La tarea de gobernar es sin duda una de las más delicadas, en cualquier ámbito en que se dé la función de gobierno; y la sensibilidad de dicha tarea se vuelve aún más relevante cuando se trata de conducir el proceso de una nación entera. En un régimen presidencialista como el nuestro, la voluntad del ciudadano que ejerce la llamada primera magistratura del país constituye el eje de toda la dinámica de decisiones ejecutivas, lo cual exige que dicha voluntad no sólo esté regida por la disciplina de la sensatez sino a la vez por el ajuste de toda forma de emoción a la naturaleza de las obligaciones asumidas. En otras palabras, el ciudadano Presidente debería ser, siempre y en cualquier tiempo y circunstancia, ejemplo de prudencia y determinación perfectamente armonizadas.
La Administración actual lleva casi 7 meses al frente de la gestión pública, y es de reconocer que, pese a que dicha Administración llegó a representar una alternancia política e ideológica que había venido despertando incontables inquietudes y sobresaltos previos, su entrada en funciones ha sido básicamente normal, lo cual amerita a los actores protagónicos de la misma y sobre todo al proceso nacional en marcha. Hasta la fecha, no ha habido ningún quebranto o amenaza de quebranto que ponga en riesgo cierto lo acumulado positivamente en esta ya larga posguerra.
Desde que el año apuntó a su fin, el Presidente habló de cambios en su equipo de gobierno. Se les pidió a los colaboradores de más relieve que pusieran sus cargos a disposición y se anunció una especie de evaluación de desempeño. La iniciativa es legítima, pero el lanzarla públicamente de antemano puede resultar innecesariamente tensional.
Apuntalar la efectividad
Lo verdaderamente importante en lo que a gestión pública se refiere es dar vigencia real a dos componentes indispensables: asegurar la idoneidad integral de los funcionarios de todo nivel y avanzar en una reforma de las estructuras administrativas que garantice un trabajo institucional efectivo y articulado. Las personas son determinantes, pero no bastan: las estructuras están en la base. En el sector público hay instituciones que son verdaderos monumentos de burocracia obsoleta, y si eso no se transforma significativamente todas las buenas voluntades se acaban estrellando contra los muros.
Es, desde luego, necesario que la Administración pública esté regida por principios fundamentales, como la honradez y la entrega al servicio. Propósitos que fueron tomando perversa carta de ciudadanía en el tiempo, como aquello de “llegar a componerse” o “llegar a ubicar a parientes, compadres y amigos”, deben ser erradicados de raíz. Se trata de establecer y arraigar una nueva cultura de la gestión gubernamental en todos los ámbitos de la misma. Y esto exige, en primer término, instalar la prédica del ejemplo, de arriba hacia abajo. Transparencia y credibilidad, como venimos reiterando, van de la mano.
Un equipo de trabajo, en especial cuando es el equipo de Gobierno, debe responder a la línea gubernamental y también a la lógica de la realidad nacional imperante. En el caso presente, no es posible ocultar que interfieren muchas suspicacias y hay múltiples fidelidades en juego. Lo que se espera es que tanto el equipo como la gestión funcionen como debe ser.
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