Si algo deberíamos tener muy claro ya los salvadoreños es que las trincheras donde la gente se aísla quedaron en el pasado, y que en estos tiempos lo que se requiere potenciar son las mesas donde la gente se entiende.
Escrito por Editorial. 21 de Diciembre. Tomado de La Prensa Grafica.
La propuesta de reforma tributaria del Gobierno, con las modificaciones que se le fueron haciendo en el camino, ya es un hecho al ser aprobada por la Asamblea. Y como comenzará a tener vigencia en enero entrante, es decir dentro de pocos días, muy pronto podrán medirse tanto su capacidad de aportar lo previsto como las consecuencias que pueda acarrearle a la alicaída economía nacional. Es evidente que 2010, aunque ojalá traiga de veras el principio del arranque revitalizador luego de la recesión que padecemos, será otro año difícil, por las inevitables resacas de la situación actual y porque habrá tareas imperiosas por emprender, estructurales y coyunturales, que requieren compromiso y colaboración de los distintos sectores y liderazgos del país.
Una de las cosas que nos ha subrayado con lápiz fosforescente el fenómeno crítico que nos envuelve en tantos sentidos es la necesidad de actuar a tiempo y con la debida consideración a la realidad. En ese sentido, lo que menos puede funcionar en este momento es cualquier tipo de ideologización, así como tampoco cualquier clase de atrincheramiento. Si algo deberíamos tener muy claro ya los salvadoreños es que las trincheras donde la gente se aísla quedaron en el pasado, y que en estos tiempos lo que se requiere potenciar son las mesas donde la gente se entiende.
Pasados, sin mayores traumas, los forcejeos que generó la reforma tributaria, habría que entrar cuanto antes a la construcción de un proyecto nacional de avance hacia el desarrollo, que tenga como objetivo inmediato la reactivación de las energías productivas y como meta superior la modernización real y funcional en todos los órdenes.
ALLANAR EL CAMINO LO MÁS QUE SE PUEDA
La situación nacional tiene suficientes focos tensionales propios y las condiciones de vida de la población son de por sí tan complicadas que el ánimo nacional no aguanta ni merece agregados tensores adicionales. En ese sentido, las conducciones tanto políticas como económicas tienen hoy una responsabilidad mayor que la de siempre. El Gobierno debe ser muy cuidadoso con sus acciones y reacciones, para no aumentar incertidumbres ciudadanas, en cualquier nivel social; el partido en el Gobierno tendría que ser muy realista para no generar imágenes conflictivas de naturaleza puramente ideológica, como son las apelaciones a un socialismo que nunca se define y por consiguiente podría ser cualquier cosa; la oposición debe ir buscando cuanto antes esquemas de racionalidad que no sean oportunismo sino compromiso de ejercer responsablemente los debidos contrapesos; y la ciudadanía debe estar más atenta que nunca a las acciones y reacciones de todos.
Es importante que cada uno de los sectores y liderazgos del país hagan una especie de autoevaluación constructiva de su propio rol y de la responsabilidad que éste conlleva. Y esto vale, desde luego, no sólo para los políticos, aunque son ellos por supuesto los que deben comenzar por dar el ejemplo, porque ya es tiempo de que efectivamente lo den.
Mantener en movimiento, estables y saludables tanto al país como a su proceso democratizador es una obligación que nadie puede adjudicarse en exclusiva, ni nadie debe evadir según sus particulares intereses.
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