Elogio a la ineficacia. Gran parte del problema fiscal se origina en el objetivo –sin duda loable, al menos en el discurso oficial– de llevar alivio a los sectores más vulnerables, ya sea a través de subsidios o transferencias directas. Durante 2009, por ejemplo, solo bajo el primer concepto se comprometieron casi US$290 millones, equivalentes al 9% de los ingresos tributarios y al 75% de los recursos destinados al sector salud.
Escrito por Juan Héctor Vidal.10 de Mayo. Tomado de La Prensa Gráfica.
En buena medida, la premisa que sustenta esos esquemas de “ayuda” gubernamentales es que los beneficios del libre juego de las fuerzas del mercado no llegan a amplios núcleos de población. O para decirlo de otra manera, no todas las necesidades de una sociedad se satisfacen a través de la acción productiva de los agentes privados. Pero aun con la acción subsidiaria del Estado y la creciente importancia que está adquiriendo la RSE, los marginados siguen siendo la expresión lacerante de la exclusión y la inequidad.
Sin embargo, el tema no se agota poniendo solo la atención en los objetivos que guían la acción estatal o las iniciativas privadas en torno a temas ineludibles como la pobreza extrema y la marginalidad estructural. Más allá de las implicaciones que esas figuras tienen, por ejemplo, en el caso de los recursos que el Estado destina a sus programas sociales, hay una realidad que no se puede ocultar: la pérdida del objetivo central cuando los esquema se generalizan y el mismo Estado no puede ejercer un control efectivo sobre el destino de los recursos y, peor aun, sobre el grado de eficacia con que se invierten los mismos.
Esto es lo que pasa normalmente con los subsidios que se otorgan en los casos del agua, el gas licuado, la energía eléctrica, el transporte. En el caso de las transferencias, llámese seguridad social, FOSALUD, Red Solidaria o uniformes para los escolares, el control y la eficacia de los programas se garantizan mejor, aunque siempre se corre el riesgo de pecar por exceso o defecto, considerando la capacidad del Estado para financiar los proyectos. Por ello, la focalización es importante, aunque esto tampoco obvia el tema de la transparencia. Mucho menos se puede eludir el de la equidad, cuando recursos escasos son aprovechados por amplios sectores que no los necesitan, o los esquemas son utilizados indiscriminadamente con fines político-electoreros.
De alguna manera, esto es lo que hemos venido arrastrando en el país por muchos años, sangrando más de la cuenta el erario nacional. Y mucho más, cuando políticos inescrupulosos se meten en el juego, como ocurre con el subsidio al sector transporte colectivo. Bajo estas condiciones, florecen la inequidad, la corrupción y hasta el chantaje político.
En el futuro, las presiones sobre la situación fiscal de todo el sector público no financiero se harán sentir más, por razones que van desde el mantenimiento esquemas de financiamiento cuestionables y la creación de nuevos programas que están surgiendo como producto de las mismas condiciones de pobreza en que se debaten amplios sectores. Estos últimas pueden ser socialmente deseables, pero difíciles de sostener fiscalmente hablando, particularmente si no se logra una recuperación rápida y sostenida de la economía.
Ante esta situación, se hace cada vez más necesario una mayor responsabilidad fiscal, campo en el cual el país exhibe notorias deficiencias, en gran parte por el manoseo político de que son objeto las instituciones sobre las cuales recae esa enorme responsabilidad.
La llamada fatiga fiscal no solo puede provenir de la excesiva presión que ejercen los impuestos sobre determinados sectores, sino también del malestar que ocasiona en los que cumplen la ley, el uso poco transparente y arbitrario que se hace de recursos públicos.
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P. D. Felicidades a todas las madrecitas y en especial a doña Elba, la mía.
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