29 de Mayo. Tomado de Simpatizantes del FMLN.
La situación económica del país no es buena, no es saludable, no es de ahora, es de siempre, las encuestas y estudios de opinión no hacen más que confirmar lo ya sabido, se hacen nada más por razones políticas, para “favorecer” a determinada corriente de pensamiento, para decirle a la gente: se los dijimos la derecha es la única capaz de gobernar, de hacer negocios, de crear empleos, de generar estabilidad. “La izquierda nunca ha manejado empresas”.
No están diciendo mentiras: en la base del capitalismo, se encuentra la propiedad privada de los medios de producción y la explotación del trabajo asalariado. La ley fundamental de la producción capitalista consiste en obtener plusvalía. Los bancos, por ejemplo, están hechos, desde siempre, en su sector privado, para captar dinero y multiplicarlo, nada más, nada menos. Dónde y cómo hay que poner, cuidar, hacer correr el dinero para que crezca, es cosa que sólo a los banqueros concierne; lo único que importa es multiplicarlo. Y así las cosas, a los sabios multiplicadores pertenecen las ganancias. Como al granjero corresponden los huevos de las gallinas.
Si el gobierno desea aplicar sus recursos a tales o cuales obras e inversiones de interés colectivo, está muy en su derecho y para eso tiene sus bancos. Cierto que las reglas del juego las pone el Estado; pero aunque éste diga la estrategia, los banqueros, ahora estrictamente extranjeros, dicen sus tácticas particulares. “Tenemos licencia para operar”, afirman. “Pues operamos como es conveniente al negocio y basta”. Lo mismo podrían decir los monopolios internacionales de la telefonía fija y celular. Dictan sus “sagrados mandamientos”, imponen sus premisas al régimen y amenazan con llevarse sus inversiones a otras regiones, cuando se intenta regular el mercado, poner más impuestos o restringir sus enormes ganancias.
Hace un periodo relativamente corto se intentó poner en contra las cuerdas a los banqueros con la nacionalización de la banca. El decreto recordaba que nunca han manejado dinero propio, sino fondos del público, patrimonio del pueblo. Por tanto, sobre su particular interés, sobre su gusto personal, estaba el interés de la nación, el derecho del pueblo. La osadía duró muy poco tiempo, la oligarquía se impuso a la tímida reforma, expulsó a los “reformistas” y maniobró para revertir la reforma o el decreto de nacionalización de la banca, lo mismo ocurrió con la reforma agraria y con el comercio exterior.
Aquí, en este paisito, no se trata de “andar con medias tintas”, o se procede con decisión y valentía o se acatan las disposiciones y se juega con las reglas de los económicamente poderosos. No se trata, pues, de hacer remedos de reformas, pequeños cambios cosméticos, intentos coyunturales, de invertir en fraccionamientos, terrenos, grandes empresas industriales de capital dudosamente salvadoreño y así, sino de promover ocupación, levantar la fuerza de trabajo, ayudar a la reactivación agropecuaria que nos sustenta, estimular a la pequeña y mediana industria aunque en ello no vayan incluidos los intereses personales de los banqueros, sus familias, sus socios y sus amigos. No obstante, como los banqueros, no sólo ellos, también los grandes importadores de productos del petróleo, de fertilizantes, de medicinas, de materiales para la construcción, de armas de fuego, etc., consideran, y en eso tienen la convicción firme, dura como roca, que este país es una nación de libre empresa, aseguran que la teoría es una y la práctica económica es otra. Business is business. Y no es negocio, para ellos, dar crédito a los campesinos pobres, por ejemplo, o meter centavos de dólar a una fabriquita de dulce de ayote o pupusas con loroco, o ayudar a construir casas baratas para gente modesta, como ese proyecto impulsado por el gobierno, cuando el negocio grande, la tajada gorda, están en otra parte.
Parece claro que en un país donde el desempleo es alto, donde la capacidad adquisitiva de amplios sectores de la población es desconsoladoramente baja, donde la agricultura está en crisis y la pequeña y mediana empresas, las nacionales, llegan al borde mismo de la bancarrota, el progreso está muy lejos de hacerse realidad, el desarrollo lo tarda, cuando no se paraliza. Pero tanto los banqueros, como los grandes industriales y comerciantes o los magnates de las medicinas y la telefonía, no son obreros ni campesinos ni pequeños burócratas, ni artesanos menores. Su doctrina incambiable, esa tan graciosa para sus particulares intereses, será siempre hacer dinero, obtener enormes ganancias. Les importa poco el desempleo nacional, que funcione o no la tal “fábrica de empleos” o “Ciudad Mujer”, mientras exista una tercera parte de la población trabajando en los Estados Unidos y enviando, religiosamente, millones de dólares al país que sus familiares invertirán en teléfonos, en zapatos y jeans de marca.
¡Felices Pascuas! Ellos sólo oyen llover y no se mojan. Por eso, a oídos sordos –“El gobierno tiene razón; pero nosotros tenemos la sabiduría, el poder económico y punto”–, sólo hechos enérgicos, concretos, corresponden. Que se “impongan” revisiones fiscales para que no deje toda la carga al trabajo, ¡espléndido! Hasta ahora, los impuestos se han recaudado en su mayor parte de los obreros, de los burócratas, de los profesionales modestos y de los pequeños empresarios. A los tiburones se les ha concedido todos los privilegios, todas las excepciones ¿verdad señor Ministro de Hacienda? Que en un momento dado haya sido eso estrictamente necesario para impulsar la actividad económica en grande, pase…Pero si se crearon muchas fuentes de trabajo (¿?), también se crearon con ellas desigualdades brutales. La minoría privilegiada se hizo inmensamente más rica y la mayoría explotada se hizo abrumadoramente más pobre.
Aquí es cosa sabida que los capitales se fugan, se invierten en otros países o fijan su matriz más allá de nuestras fronteras. Nadie puede negar que somos un país invadido y explotado económicamente; las grandes empresas se burlan de nuestras tibias leyes e imponen su dominio. Por eso nos alegramos cuando se anunció la Reforma Tributaria, la política fiscal que equilibraría la carga exigiendo más a los ricos y comenzando a aliviar a los débiles; sólo fue una alegría momentánea, después vino el chasco, la burla de la minoría sobre la silenciosa mayoría. Así que los estudios de opinión no dicen nada nuevo, simplemente forman parte de una perversa agenda para supuestamente darle aires renovados de vida a una fiera en plena agonía llamada Arena.
Publicado por pocote
Simpatizantes del FMLN » La minoría privilegiada cada vez más rica
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