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2010/05/31

LPG-Enjuiciemos, censuremos y demandemos... pero

 Juzgar la gestión de un gobierno no es tarea fácil. Aun en el campo económico, donde números y comparaciones ayudan a los analistas a seguir con mayor objetividad la línea del éxito o el fracaso, las interpretaciones varían. Sin embargo, esto enriquece el debate y le brinda al enjuiciado elementos para rectificar y hacer ajustes. Otra cosa distinta es la voluntad y los márgenes de maniobra.

Escrito por Juan Héctor Vidal.31 de Mayo.Tomado de La Prensa Gráfica.

La opinión del ciudadano común es todavía más relevante; a fin de cuentas de los críticos se puede prescindir; en cambio la falta de empleo, el costo de la vida, la precariedad de los servicios básicos y la inseguridad personal afectan voluntades y alteran el estado de ánimo del conglomerado social. Los juicios y valoraciones de terceros, más comprometidos con intereses perversos que con la verdad, no hacen otra cosa que alimentar la desilusión.

Frente a ello, es natural que las promesas de cambio –que constituyen la esencia del quehacer de los políticos– generen expectativas que se van decantando más en función del discurso que de una valoración de la capacidad real que se tiene de satisfacerlas. Un aspirante a gobernante que no ofrece el cielo y la tierra está destinado al fracaso. Demandar sacrificios como paso previo para alcanzar la felicidad no es un buen consejo para alguien que pretenda conducir los destinos de una nación.

Kennedy conmovió a la sociedad estadounidense parafraseando al insigne poeta y escritor libanés Khalil Gibran, con aquella invocación que se hizo célebre: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregúntate qué es lo que puedes hacer por tu país”. Y el mensaje caló, pero lo envió en el discurso de inauguración, no cuando estaba disputando la presidencia. FDR les pidió 100 días a sus conciudadanos para que empezaran a sentir los resultados del esfuerzo que significaba sacar al país de la gran depresión y al final lo logró; también ha pasado a la historia como un gran presidente.

Don Mauricio Funes ha cumplido su primer año como presidente, después de un evento electoral sin parangón, al menos en América Latina, por el origen del partido que le sirvió de instrumento para acceder al poder. Como es la tradición, toda la atención ha estado centrada en los últimos días en juzgar su desempeño. Yo creo que este ejercicio no solo es necesario, sino fundamental para que todos los salvadoreños estemos más conscientes de la oportunidad –y posibilidades reales, no inventadas– que tenemos para enfrentar la miríada de problemas que nos afectan y empezar a construir una sociedad cualitativamente distinta.

La presión por el cambio no hay que disminuirla. Pero también hay que considerar que, más allá de las expectativas que generó el nuevo gobierno, estamos frente a una dinámica social y política que se nutre de, o es influenciada por, una situación preexistente mucho más complicada de lo que de la que podían percibir aun las más mentes más iluminadas, ecuánimes y sensatas del país.

Al decir lo anterior, no estoy ni poniéndome del lado del gobierno ni en contra de aquellos que con objetividad cuestionan la gestión del señor Funes. Es más, hago míos aquellos graves problemas que afectan al ciudadano común, como la situación económica, la delincuencia, la corrupción institucionalizada, entre otros. El clamor de los empresarios por una mayor definición del rumbo también es algo demasiado importante para ignorarlo, como lo es la distancia que el presidente ha marcado con Chávez y que de alguna manera tranquiliza a los que creemos en la democracia.

El desafío está en guardar el sano equilibrio entre las limitaciones que tenemos como país y aquellas expectativas que generó el ahora presidente, pero que también se encontró con serios problemas que se minimizaron por años, mientras el discurso oficial nos situaba en la antesala del cielo.

Enjuiciemos, censuremos y demandemos... pero

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