Escrito por José Iglesias Etxezarreta.31 de Mayo. Tomado de La Página.
El hecho de llevar faldas y que les “gusten” los niños no les faculta para opinar. Al contrario, su historial recoge millones de víctimas femeninas. Los curas, los imames, los pastores, los rabinos, los santones, los gurúes, los derviches, los mercachifles, todas las religiones organizadas tienen en común su odio hacia las mujeres, y en especial contra las mujeres libres. Aunque luego vayan pidiendo perdón por las esquinas, con siglos de retraso y a destiempo, a Galileo, por la Guerra Civil o por los abusos sexuales (en Irlanda se dio la bochornosa situación de que encima el gobierno hubo de pagar por lo desmanes del clero), estas sectas, a través de toda la Historia y en cualquier ámbito geográfico, han defendido la ablación y la infibulación de millones de niñas y todas las dictaduras y represiones; han aplaudido la poligamia y los matrimonios arreglados y disculpado los malos tratos y todo tipo de agresiones, incluso las lapidaciones o las duchas de ácido; han enaltecido los crímenes de género (algunos han llegado a definir dicha práctica repugnante y cobarde como “de honor”) y los sacrificios rituales; crearon la Inquisición, las Cruzadas, la Yihad y la Nakba, y ampararon a todas las policías religiosas; han luchado con el oscurantismo contra el divorcio y el aborto, contra la educación mixta y el sufragismo femenino, contra la experimentación con células madre, contra el acceso de la mujer a la educación, contra la contracepción y la planificación del embarazo; hasta quemaron al descubridor de la circulación de la sangre, Miguel Servet, y a centenares de miles de mujeres sabias a las que antes habían destrozado en el potro y en la rueda, satanizadas como “brujas”; sacaban los ojos a los que afirmaban que el hombre podría volar y, mientras Giordano Bruno ardía en la hoguera, se desgañitaban afirmando que la Tierra era plana y estaba en el centro del Universo; los iconoclastas y los fanáticos, los que han mutilado de forma irreparable miles de obras artísticas y los que han puesto fuera de la ley los catalejos, la música, la alegría, las cometas y el ajedrez, que defienden la mentecatez de enseñar en las escuelas que fue Dios quien envejeció y enterró los huesos de los dinosaurios para probar nuestra fe, y que aún ahora siguen negando la evolución y la ciencia….
Unos las quieren encerradas en sus burkas; otros, emparedadas en sus votos de castidad, sus conventos de clausura y sus tocados asfixiantes…
Los que muestran tal desprecio por la maternidad que las progenitoras que han imaginado para sus ídolos, desde Egipto a Roma, pasando por Jerusalén, han de ser todas vírgenes…
Los que, en suma, han santificado todas las guerras y abanderado todas las torturas…
Son esos los que ahora y aquí alzan sus voces. Como la de la Conferencia Episcopal de El Salvador, ¿contra la miseria y la violencia?, no, graznan contra algo tan relativamente inocuo y aceptado internacionalmente como es la distante ratificación del Protocolo Facultativo de la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés). Los célibes, los castrati, los eunucos, los travestidos de togas púrpuras y sedosas, botines rojos de Prada y bonetes de fantasía, hablando de reproducción, como los ciegos de colores.
Una niña ha provocado un gran revuelo en España expresando su “derecho” a llevar el hiyab en clase en una escuela pública y laica, y Sarkozy quiere prohibir el burka por ley. No soy yo partidario de prohibiciones y vetos, pero si se hace y se quiere ser consecuente, se deberían eliminar todos los, en palabras del presidente francés, vestidos que son como prisiones. Y yo me alegraría. ¡Fuera también las sotanas y los hábitos, esas “inmensas braguetas”, como cantaba La Trinca. ¿Hemos de derribar los conventos y los monasterios, como parece implicar monsieur Bruni cuando afirma que Francia “no puede aceptar mujeres prisioneras detrás de una reja”? O tal vez, al contrario, la solución más razonable sea siempre la de más libertad, pero entonces, cuando se invoque el “derecho religioso” a vestir como se quiera en público, junto a niqabs y birretes, que se vayan acostumbrando a nuestro derecho a ir desnudos o vestidos de marciano o de torero delante de sus “lugares sagrados”. Los suyos son iglesias, altares y templos; los nuestros, escuelas, cortes y hospitales.
¡Ay, estos fundamentalistas islámicos! ¿Sólo los islámicos? Si no recuerdo mal, 1 Corintios 11:3-9, dice: “Mas quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo hombre, como el hombre es cabeza de la mujer, y Dios lo es de Cristo. Por donde si una mujer no se cubre con un velo la cabeza, que se la rape. Y si es cosa fea a una mujer el cortarse el pelo o raparse, cubra su cabeza. Lo cierto es que no debe el varón cubrir su cabeza, pues el es la imagen y gloria de Dios; mas la mujer es la gloria del varón. Que no fue el hombre formado de la mujer; si no la mujer del hombre; como ni tampoco fue el hombre criado para la hembra, sino la hembra para el hombre”. Y es que no es casualidad que con la novicia islámica rebelde se haya solidarizado la cavernícola Conferencia Episcopal Española. ¿Unidos en la intolerancia? ¿Dios les cría y ellos se juntan? (nunca mejor dicho). ¿O tal vez nostalgia por tiempos no demasiado distantes en que obligaban a las españolas a llevar mantilla, cubrirse hasta los tobillos y taparse hasta las orejas?
La niña del velo y la abogada que pretendía presentarse con manto a la vista (nunca mejor dicho) judicial invocan su “derecho a profesar su religión”. ¿Qué sucedería si, aplaudiendo su iniciativa, por mi parte formalizase una en el registro, la de, por ejemplo, los Santos Catecúmenos de los Últimos Días del Copón Bendito de Nuestra Señora y los Ángeles Celestiales Floridos, por la que, según la Revelación pertinente, que procuraríamos como siempre que fuera a un grupo de pastorcillos analfabetos, del profeta JB, tuviese como dogma inmarcesible de fe el cubrirme y obligar a mi progenie a cubrirse la cabeza durante toda la infancia con un pasamontañas, sea en la escuela como en la piscina o en la ducha, hasta llegar a la pubertad, momento en el cual se convirtiese en perentorio sustituirlo por con un casco de moto negro y opaco, que debe ser lucido en toda circunstancia, sea en un banco, en un juicio, en la cama o en una boda?
Porque ya dice el sátiro, en todas sus acepciones, humorista y presentador ateo estadounidense Bill Maher, “si te pillan haciendo algo aberrante, grita que es tu religión”. Al menos, de entrada evitarás el linchamiento. Todo el mundo se parará a pensar: ¿realmente es su religión? Y se abrirá un bonito e inútil debate, y como nunca se zanjará la cuestión, con el tiempo, a la afirmación “es mi religión”, le podrá añadir el impagable colofón silogístico: “es que es mi tradición”. La gente invoca religión y tradición cuando se le acaban los argumentos para defender barbaridades como amputar clítoris o tirar cabras de los campanarios.
Como dice ese curiosa e irónica misiva enviada por un humorista oyente a Laura C. Schlessinger, doctora y locutora conservadora estadounidense que abominaba del matrimonio homosexual citando “las enseñanzas” de esa obra incendiaria, cruel y salvaje llamada el Antiguo Testamento (especialmente Levítico 18:22: "No te acostarás con un varón como si fuera una mujer: es una abominación", y Levítico 20:13, que añade el castigo: "Si un hombre se acuesta con otro hombre como si fuera una mujer, los dos cometen una cosa abominable; por eso serán castigados con la muerte y su sangre caerá sobre ellos"):
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1. Me gustaría vender a mi hermana como esclava, tal y como indica el Éxodo, 21, 7. En los tiempos que vivimos, ¿qué precio piensa que sería el más adecuado?
2. Levítico 25, 44 establece que puedo poseer esclavos, tanto varones como hembras, mientras sean adquiridos en naciones vecinas. Un amigo mío asegura que esto es aplicable a los mexicanos, pero no a los canadienses. ¿Me podría aclarar este punto? ¿Por qué no puedo poseer canadienses?
3. Sé que no estoy autorizado a tener contacto con ninguna mujer mientras esté en su período de impureza menstrual (Lev 15, 19-24). El problema que se me plantea es el siguiente: ¿cómo puedo saber si lo están o no? He intentado preguntarlo, pero bastantes mujeres se sienten ofendidas.
4. Tengo un vecino que insiste en trabajar en el sábado. Éxodo 35, 2 claramente establece que ha de recibir la pena de muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo yo mismo? ¿Me podría apañar usted este tema de alguna manera?
5. En Levítico 21, 20, se establece que uno no puede acercarse al altar de Dios si tiene un defecto en la vista. He de confesar que necesito gafas para leer. ¿Mi agudeza visual tiene que ser del 100%? ¿Se puede relajar un poco esta condición?
6. La mayoría de mis amigos (varones) llevan el pelo arreglado y bien cortado, incluso en la zona de las sienes a pesar de que esto está expresamente prohibido por Levítico 19, 27. ¿Cómo han de morir?
7. Sé gracias a Levítico, 11, 6-8 que tocar la piel de un cerdo muerto me convierte en impuro. Aún así, ¿puedo continuar jugando al fútbol si me pongo guantes?
8. Mi tío tiene una granja. Incumple lo que se dice en Levítico 19, 19, ya que planta dos cultivos distintos en el mismo campo, y también lo incumple su mujer, ya que lleva prendas hechas de dos tipos de tejido diferentes (algodón y poliéster). Él, además, se pasa el día maldiciendo y blasfemando. ¿Es realmente necesario llevar a cabo el engorroso procedimiento de reunir a todos los habitantes del pueblo para lapidarlos? (Lev 24, 10-16). ¿No podríamos sencillamente quemarlos vivos en una reunión familiar privada, como se hace con la gente que duerme con sus parientes políticos? (Lev 20, 14).Sé que usted ha estudiado estos asuntos con gran profundidad, así que confío plenamente en su ayuda. Gracias de nuevo por recordarnos que la palabra de Dios es eterna e inmutable. >>
Unos levantan cárceles con versículos; otros, con suras, les conceden el usufructo del cuerpo ajeno (“id por él, utilizadlo libremente, como si fuera vuestro campo”). Porque todos detentan la Única Verdad, la verdad que excluye a todos los que no se arrastran ante ella y ante ellos. ¡Se ufanan en explicar que en toda su vida sólo han leído un libro! Un viejo, arcaico, polvoriento, abominable libro. No dejarían que un cirujano del medioevo les tratara con técnicas de su época, pero pretenden encarnar en manual de su vida un opúsculo escrito por un desconocido hace cien, seiscientos, dos mil, cuatro mil años. Y lo que es peor es que pretenden imponer estas anacrónicas y estrechas limitaciones en todos los demás. No estoy hablando de la espiritualidad íntima del hombre, sino del complejo de inferioridad de éste ante lo desconocido, el terror ante la incertidumbre, la pérdida y la finitud, que le hace insuflar vida a objetos inertes, cuerpos solares, animales o estatuas, ¡hasta a zarzas ardientes parlantes!, para postrarse babeante ante ellos y entregarle su único y más preciado bien, su regalo de nacimiento como especie: su libertad, y con ella, su orgullo. “Así dice el Señor: «¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor!” (Jeremías 17:5).
Ahora que la corrupción de la Iglesia Católica ha conseguido tornar en siniestra una bella proclama de uno de sus más poéticos portavoces, “Dejad que los niños se acerquen a mí” (Marcos 10:14), los sacerdotes salvadoreños han olvidado el compromiso y roto la alianza con los pobres y los más débiles que tanta sangre les costó a algunos de sus más respetados antecesores, e inmiscuyéndose en la existencia de todas las mujeres y niños, no sólo de los suyos confesos (tiene esta manía de confundir los términos “pecado” y “delito”), parece que sólo “protegen la vida” hasta su nacimiento. A partir de ahí, púdranse en la calle o encomiéndense a los orfanatos que gestionan nuestros más “cariñosos” hermanos. Por su parte, el CEDAW es un instrumento internacionalmente reconocido contra la violencia contra las mujeres y constituye una misoginia irresponsable y criminal negárselo a la población nacional por escrúpulos sectarios. Aunque vista la postura que Pío XII tomó ante Hítler y el Holocausto, y, sin remontarse tanto, el cariz que está tomando el escándalo de los abusos sexuales a nivel global, y las ramificaciones en los escalones más altos de la jerarquía, incluyendo el opresivo manto púrpura de silencio cómplice de sus dos Papas más intransigentes, puede que proteger a las víctimas no haya estado en la mira del Vaticano y sus franquicias durante el último siglo. ¿El último siglo? Espere un momento. A ver, hagamos un breve repaso mental de la historia de la curia romana desde su fundación. Esteban VI, que desenterró, juzgó y le arrancó los dedos a su predecesor, antes de tirar sus restos al río; Benedicto IX, que vendió el papado, ¡dos veces!; el papa o Papisa Juan VII; Sergio III, que instauró la pornocracia, y cuyo hijo fue Juan XI; el idólatra Juan XII, que además violaba peregrinas; Leo X, que mataba cardenales y provocó el cisma luterano; el borgia Alejandro VI, acusado de incesto; Inocente IV, quien introdujo la tortura sistemática; Urbano VI, a quien le gustaba oir los gritos de los condenados; Juan XV, que repartió la riqueza eclesial entre sus allegados; Clemente VII, cuyas artimañas geopolíticas provocaron el saqueo de Roma; Gregorio VI y Pío IX, que proclamaban la infalibilidad de la figura del Supremo Pontífice, es decir su paradójico endiosamiento, en el momento en que desaparecía su poder terrenal con la pérdida de los Estados Pontificios… Ahora que hago memoria y lo pienso, detenidamente: ¡Ni se le ocurra acercarse a mí, padre!
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