Escrito por José María Sifontes.29 de Mayo. Tomado de El Diario de Hoy.
A juzgar por las estadísticas será la mayor epidemia de la Historia. Millones se reportarán enfermos y dejarán de ir a sus trabajos. Millones llegarán a sus puestos pero de repente les aparecerán síntomas diversos, y saldrán apresuradamente, diciendo que necesitan un médico. Grave problema en caso de que en verdad lo fueran a buscar, porque lo más probable es que tampoco los médicos estén en sus consultorios. No se trata de un rebrote de H1N1 ni de rotavirus, ni del Ébola ni de la bacteria come-carne. El causante de esta epidemia será simplemente el fútbol.
La fiebre del Mundial ya comenzó a surgir y los grados de temperatura aumentarán a medida que se acerque la fecha. Poco a poco los temas usuales, generalmente pesimistas, darán paso al tema único, apasionante y liberador del fútbol. Es bueno que sea así porque la Humanidad necesita relajarse, dejar de pensar en violencia, derrames de petróleo, narcotráfico, crisis financieras, calentamiento global y amenazas atómicas. Será un descanso a todo esto, un respiro.
Los esposos serán más amables, los niños se portarán bien y, mientras les dejen guardar sus libros y ver los partidos, harán todo lo que se les diga. Es hasta posible que los delincuentes, sintiendo este espíritu de hermandad mundial, den a los ciudadanos una tregua.
Y es que el fútbol tiene todos los ingredientes necesarios para ser el entretenimiento universal. Hay táctica, estrategia, experiencia y visión, pero también hay virtuosismo, picardía y suerte. Tiene un buen componente de inexactitud, y hasta los errores arbitrales, para alivio de unos y furia de otros, son parte del espectáculo.
Es un deporte agresivo, en ocasiones injusto, lo que permite que afloren las emociones. Surgen fantasías de linchar al árbitro, de vengarse, no sólo ganando sino humillando al oponente. Sentimientos no deseables en la vida cotidiana son normales aquí, y eso lo hace terapéutico. También se sufre, y sin el sufrimiento no se podría dimensionar completamente la alegría. El tiempo pasa demasiado rápido o demasiado lento, originando angustia. Es perfecto.
No importa que nuestra Selección no esté en la contienda mundial. El duelo ya pasó, nos consolamos pensando que talvez es mejor así y, con tal de no perder la oportunidad de emocionarnos al máximo y gastar adrenalina, nos identificamos con otros equipos y les vamos como si fuéramos sus incondicionales de toda la vida.
La Copa Mundial nos iguala y socializa. Desde los que la verán en cómodas habitaciones en pantallas 3-D, hasta los que la vean de pie en un pasaje de barrio, todos sentirán la misma pasión. Personas que nunca se han visto conversarán, comentarán y hasta discutirán como si se conocieran desde siempre.
Algunos dicen que por qué tanto barullo por unos simples partidos, que después de todo no son más que juegos, que hay cosas más importantes en qué pensar. Pues precisamente porque hay cosas más importantes en qué pensar es que se vuelven tan atrayentes. Necesitamos vías de escape, distracciones que nos alejen, aunque sea por un momento, de las penas y preocupaciones cotidianas. Son estos momentos, estas evasiones, las que quitan la presión y vuelven más agradable y tolerable la vida.
Así que no se sienta mal por disfrutar de la Copa, aunque vaya a tener que mentir para verla (desde cierto punto de vista serán mentiras piadosas). Y si no le gusta el fútbol, alégrese de que otros lo estén disfrutando. Compréndalos, han sido contagiados de la epidemia.
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