El mes de mayo que está por finalizar tuvo a poetas como personajes principales. Los conflictos del momento (rebelión en las cárceles, protestas callejeras, los catorce muertos del día, marchas campesinas y paros de buseros) le dieron espacio a dos nombres muy queridos: Francisco Andrés Escobar y Roque Dalton. De diferentes maneras, uno y otro acapararon la atención de miles de personas.
Escrito por Miguel Huezo Mixco.27 de Mayo. Tomado de La Prensa Gráfica.
Dalton, como sabemos, encontró la muerte de manera prematura en 1975. Su asesinato le abrió paso a un mito que se actualiza año con año. Si ambos estuvieran vivos, Roque sería once años mayor que Paco. Paco Andrés murió el recién pasado 9 de mayo, y creo que él mismo hubiera sido el primero en sorprenderse por la cantidad de expresiones de respeto y cariño que ha recibido. Esto es más notable si pensamos que, como lo han descrito quienes le fueron más cercanos, Paco Andrés vivía en una especie de anonimato.
Paco fue retraído; Roque, explosivo. Dalton fue un poeta experimental. Miró las formas clásicas con irreverencia y quizás hasta con desdén. Francisco, en cambio, se decantó hacia formas poéticas tradicionales. Sus versos, rítmicos y de tonos suaves, tienen el aire añejo de los buenos licores. Era, como me dijo alguien, un “poeta de los de antes”. Pero no es verdad, Francisco y Roque son poetas “for ever”.
Más allá de las formas, Francisco estuvo siempre en la primera línea al lado de quienes entienden la poesía como una levadura para despertar conciencias y una poderosa arma de denuncia. En esto ambos se parecen, y ello prueba que en la vida, como en la poesía, no existe un solo camino.
Uno y otro ardieron en su pasión por el pueblo. Dalton nos dejó vehementes llamamientos a la lucha e inolvidables testimonios sobre la cárcel y el exilio. Francisco hizo retratos de la pobreza y del alcoholismo, con un aire que recuerda a Alberto Masferrer (de quien Dalton, por cierto, se mofaba). Paco Andrés fue un cristiano, no de catedrales sino de catacumbas. Roque, que se profesaba ateo, anheló esa pureza para su propia causa.
No creo que ninguno de ellos haya visto a la poesía como una religión. Esta es una de las tonterías más antiguas y nocivas, que viene pasando de generación en generación, y de la cual no consiguen escapar algunos poetas de nuestros días: los pequeños dioses.
Desde luego, la literatura de Roque y de Francisco Andrés va mucho más allá de las efusiones a favor de la transformación social. Sin embargo, fuera de ciertos círculos, la obra de Francisco es prácticamente desconocida; y en el caso de Dalton, habrá que esperar un poco todavía para que su poesía se independice de su martirio y de los conflictos que este sigue suscitando.
Como pudimos verlo este mes, uno y otro han probado tener una inmensa capacidad para convocar a viejos y jóvenes hacia el mundo de la poesía; un mundo que, por cierto, no está hecho solo de palabras. Ellos son parte fundamental de nuestro canon. En este sentido, ya son insuperables. Sus letras tocaron, cada uno a su manera, el alma de esta extraña comunidad humana, la salvadoreña, de la cual recogieron sus grandezas y miserias, y a la cual quisieron servir con el ejemplo de la modestia o la sedición. Francisco y Roque están allí para probarnos que las ínfulas rupturistas pueden ser irrelevantes. Lo que cuenta, al final del día, es escribir con el corazón.
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