En pocas palabras, al presidente su partido no solo no le ayuda sino que le estorba de muchas maneras. Pero en las oportunidades que se están echando a perder, la culpa no cae toda en un solo lado.
Escrito por Joaquín Samayoa.26 de Mayo. Tomado de La Prensa Gráfica.
Reconozco que mi perspectiva es limitada. No voy a muchos lugares, ni siquiera dentro del gran San Salvador. Tengo ya ratos de no aspirar la fragancia de hierbas procesadas por vacas y caballos en la hermosa campiña salvadoreña. No voy a procesiones ni a conciertos. Tampoco fui el domingo al Cuscatlán. Pero hablo, aunque sea brevemente, con mucha gente de todas las condiciones sociales. Nadie está viendo con mucho optimismo el futuro de El Salvador.
La gente expresa dudas, frustración y preocupaciones. Algunos son más alcanzativos y pintan visiones apocalípticas que contrastan con el hecho de que, a pesar de todos los pesares, una gran cantidad de salvadoreños, no me atrevo a decir la mayoría, seguimos viviendo una vida bastante normal. El problema es que en nuestra normalidad ahora caben no solo los estacionamientos abarrotados de los centros comerciales y las infructuosas rutinas de enseñanza en miles de escuelas y universidades, sino también los asesinatos, los secuestros, las extorsiones, las protestas callejeras y las angustias cotidianas por el bienestar de los hijos.
El término del primer año de un gobierno que despertó ilusiones nos llama a pensar en lo que hemos logrado, lo que no hemos podido lograr y las razones por las cuales, para bien o para mal, estamos como estamos. Pero que la gestión gubernamental sea una pieza clave para salir del atolladero o para hundirnos más en él no significa que sea el único factor que debe ser analizado. No se puede ver bien al país solo mirando al gobierno. Ni siquiera es posible entender bien al gobierno si lo abstraemos del sistema político y de las leyes que le marcan el terreno.
Este primer año del primer gobierno del FMLN ha sido bastante peculiar. La peculiaridad más notoria y talvez más determinante es la naturaleza de la relación entre el presidente y el partido que lo llevó al poder. No es, como algunos han querido describirla, una relación de sana separación e independencia. Si así fuera, igual nos habría sorprendido por la falta de costumbre, pero estaríamos en el mejor de los mundos, con posibilidades reales de debate fructífero en busca de una síntesis beneficiosa para el país.
No es tampoco una confrontación calculada para apaciguar simultáneamente a los que no simpatizan con el FMLN y a sus bases más radicales. A pesar de que tanto el presidente como los dirigentes del partido han sido cautelosos y han sabido sacar ventaja de su tensa coexistencia, las diferencias entre ambos son sustantivas y la confrontación cada vez más enconada, pasando en repetidas instancias del desacuerdo político a la afrenta y al resentimiento personal.
En pocas palabras, al presidente su partido no solo no le ayuda sino que le estorba de muchas maneras. Pero en las oportunidades que se están echando a perder, la culpa no cae toda en un solo lado. Tampoco pueden atribuirse a la mala relación del presidente con el FMLN todas las deficiencias en la gestión gubernamental.
Hay mucha tela que cortar, pero los más claros desaciertos se han dado en los ámbitos de la economía y la seguridad pública. En ambos casos el nuevo gobierno heredó situaciones sumamente problemáticas que nadie habría podido superar de la noche a la mañana. Pero eso no disculpa el no haber atinado a generar dinamismos que, a estas alturas, debieran haber producido algunas señales claras de que comienzan a revertirse las tendencias indeseables.
Lejos de eso, una reforma tributaria inoportuna y mal concebida ha venido a frenar la reactivación económica y a disminuir la recaudación fiscal. Un gabinete de seguridad con lealtades divididas, poco entendimiento de los problemas y nula capacidad de innovación y audacia ha fracasado en el control de la criminalidad, lo cual, a su vez, socava aún más las posibilidades de desarrollo económico y la confianza de la población.
También hay frustración por cosas en las que era más factible hacer avances significativos en un solo año de gobierno: lentitud en la ejecución de la inversión pública, débil impulso a la transparencia, compromiso a medias con la austeridad y la meritocracia y excesiva pasividad en el ordenamiento del transporte público.
Pero la experiencia es una gran maestra y el presidente siempre ha sido un estudiante aventajado. Además, sigue intacto el sólido respaldo de la población a su lucha por una auténtica democracia.
En un año han caído, enhorabuena, los mitos y las utopías. Queda al desnudo la realidad, con sus inmensas dificultades, pero también con sus innegables posibilidades.
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