Alejandro A. Tagliavini.01 de Noviembre. Tomado de El Diario de Hoy.
A grandes rasgos, diríamos que socialismo y fascismo difieren en que, el primero, construye el estatismo destruyendo el sistema basado en la propiedad privada, mientras que el segundo lo hace doblegando al sistema "capitalista" subordinándolo jerárquicamente al Estado, del líder, supuestamente elegido por voto popular, como Hitler o Mussolini, pero que, en rigor, es un voto manejado con masiva propaganda y dádivas del Estado.
En realidad, la discusión acerca de si un régimen es socialista o fascista es secundaria ya que, lo importante, es que ambos son estatismos que imponen al Estado sobre las personas, la sociedad y su faz económica, el mercado natural, utilizando el monopolio de la violencia (militar y policial) que se arroga. Así, el problema básico del estatismo es que la violencia siempre corrompe y por tanto, en la medida de la intervención estatal, se destruye a la sociedad natural.
Hoy muchos "progresistas" son neofascistas vergonzantes, porque la palabra fascista está desprestigiada, como los gobernantes argentinos que tienen actitudes fuertemente autoritarias. No disimulan su intención de someter a las empresas y, de ser posible, que pasen a ser propiedad de sus amigos (los llaman "empresarios nacionales"). Es fuerte el hostigamiento a los medios de prensa independientes, y la creación de multimedios estatales y de nuevos medios privados oficialistas.
Además de utilizar la "cadena nacional" (forzar a los medios a trasmitir sus discursos), la Presidente aseguró que "sería importante nacionalizar" a la prensa y, fiel al estilo fascista, agregó "no estatizar, los medios" sino que estos (sean esclavos) "adquieran conciencia nacional y defiendan los intereses del país", claro que el gobierno decide qué es nacional (como deciden meter preso, violentamente, a quién no paga los abusivos impuestos, aunque la persona no tenga interés en lo que el Estado le da o representa). Los medios deben responder jerárquicamente al líder.
Para controlar a las empresas, en particular a las que no quieren acatar la autoridad, entre otras armas, utilizan la típica fuerza de choque que se materializa en un sindicalismo adicto. Ahora, con la excusa de que los obreros participen en las ganancias empresarias (lo que no estaría mal si resultara del mercado, es decir, de la decisión pacífica y voluntaria de las partes) están intentando entrar, por la fuerza (estatal), en el directorio de las empresas. El líder de la central sindical, la CGT, dijo "tienen temor a que nos metamos en los libros (contables, que manejan los directorios) para saber lo que está pasando en la administración de la empresa".
A medida que avanza la coacción (la violencia) estatal, sobreviene el caos, y las fuerzas de choque se desbocan. El día 20, el sindicalismo oficialista, escoltado por la policía, enfrentó a la verdadera izquierda y una bala mató a un joven del Partido Obrero. "Tiraron a matar porque protegen un negocio", dijo otro izquierdista. Y es verdad, el fascismo es una inmoral trama de dinero y poder.
Obviamente, el Gobierno expresó su "más enérgico repudio". Pero un fotógrafo de Clarín (diario independiente y, por tanto, "enemigo" para el gobierno) escuchó a un sindicalista oficialista regocijarse diciendo "un zurdito menos", refiriéndose al izquierdista asesinado. Sin dudas, son estas frases, estos actos fallidos, los que muestran la intimidad de los hechos.
En fin, más a menos, como Chávez, Evo, Ortega y el FMLN: neofascismo, siglo XXI.
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