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2010/11/30

LPG-Editorial-Un llamado a la racionalidad que debería ser atendido

 Al respecto, el Arzobispo Metropolitano, en su presentación dominical, ha instado a que todos partan de un entendimiento dialogado, y a que el Gobierno Central se integre al esfuerzo.

Escrito por Editorial.30 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

En muchos sentidos, la ciudad de San Salvador se nos ha ido de las manos a todos, y este ha sido un proceso de desintegración que viene de largo tiempo. Lo que en términos genéricos se llama el centro histórico padece un creciente abandono desde los años en que esa zona de la ciudad se convirtió en campo de batalla casi cotidiano durante el período inmediatamente anterior a la detonación del conflicto bélico. Estamos hablando de los años setenta en adelante. Tal abandono dejó al antiguo corazón de la ciudad en progresiva condición de “tierra de nadie”, es decir de zona expuesta a ser tomada por el movimiento antisocial pandillero y por la delincuencia en sus diversas formas. Como siempre ocurre, perder las cosas es fácil; recuperarlas es arduo y fatigoso.

La ciudad ha crecido en todas las direcciones, sin orden ni concierto. Hoy lo que se llama el Gran San Salvador es un mosaico sin forma, que desde luego tiene áreas hermosas, pero también pústulas terribles y agrupaciones urbanas que dan miedo. En el antiguo centro, las ventas de calle vienen proliferando de manera descontrolada, apañadas por el desorden imperante y desatadas por la necesidad de sobrevivir de muchísima gente que se dedica al llamado comercio informal.

Reordenar San Salvador, comenzando por las zonas céntricas, es propósito que se manifiesta desde hace mucho. Esto implica cuestiones concretas como el ordenamiento real del transporte público y el traslado de las ventas callejeras a lugares adecuados. El primer problema, por su propia naturaleza y enredo, no puede asumirlo la municipalidad; en el segundo está actualmente empeñada. Se vienen dando desalojos de aceras y otros sitios públicos, lo que ha generado desórdenes y aun violencia.

Al respecto, el Arzobispo Metropolitano, en su presentación dominical, ha instado a que todos partan de un entendimiento dialogado, y a que el Gobierno Central se integre al esfuerzo. Un consejo muy constructivo. Habría que evitar a toda costa la violencia, y para ello hay que poner a todas las partes interesadas en un esfuerzo de racionalidad que pueda dar frutos. Las autoridades municipales tienen razón en promover el ordenamiento, porque es su responsabilidad; mucha de la gente que vende en las calles lo hace para asegurar el sustento mínimo, y esa es la razón de la necesidad; y el Gobierno Central es el máximo responsable de la armonía social, por lo cual debe aportar la razón de su trabajo como conductor nacional.

Unir esas tres razones en un solo proyecto viable y eficaz debería ser el principal propósito. Y además –esto es muy importante y prácticamente nadie lo menciona— hay que ir educando a la ciudadanía para que no compre en las calles, sino que lo haga en los lugares designados para ello, que deben ser accesibles, seguros y atractivos. Aquí hay también, pues, una cuestión de cultura ciudadana, que no puede dejarse de lado. El tema, por consiguiente, más que de imperio de la autoridad, tendría que ser de evolución progresiva del estilo de comportarse –de todos— en el ámbito urbano. Sólo por esas vías San Salvador podrá volver a ser, en otro plano histórico, lo que antes fue.

Un llamado a la racionalidad que debería ser atendido

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