El adviento también es tiempo para pedir que el Señor nos muestre el camino y nos permita encontrar el propio que nos lleve a la vida eterna
Luis Mario Rodríguez R.28 de Noviembre. Tomado de El Diario de Hoy.
La razón permite al ser humano transformar conceptos haciéndolos evolucionar hacia vertientes que probablemente toman rumbos diferentes a los originalmente concebidos. En otras palabras, los hombres son capaces de pensar hoy de una manera y cambiar su postura el día de mañana. Esos cambios, esa capacidad que tenemos para evolucionar, nos la da el hecho que somos seres racionales. Alguien pudo ser comunista y ahora ser socialdemócrata. Otros pudieron abrazar la ideología liberal y ahora estar en el centro izquierda del eje de ubicación ideológica. Y no digamos las grandes teorías científicas, sociales, económicas o políticas. Varios de los más importantes pensadores han debido revisar los conceptos y las hipótesis que iluminaron su trabajo intelectual. Esas transformaciones en el pensamiento se ven influenciadas por el ambiente, la cultura política, la tecnología, en fin, existen factores externos al hombre que lo motivan a cambiar y a volver a empezar, llegando finalmente a una nueva conclusión.
Entonces, así como la razón puede transformar el pensamiento, la providencia puede cambiar el corazón. Lo sobrenatural está por encima de la razón y mueve al hombre, no porque el intelecto lo empuje, sino porque el Espíritu Santo así lo quiere. Pasar de conservador a liberal, es el producto consciente de la mediocridad que el hombre identifica en aquellas ideas que justifican la intromisión del Estado en la vida de los ciudadanos. Dejar atrás la vida licenciosa, llena de pecado, en la que las conductas contrarias a la moral y a la fe son las que orientan la existencia, no es la consecuencia de un acto racional, sino la vivencia clara y sencilla de la Misericordia de Dios.
Metanoia no es más que "conversión". La religión la identifica como ese "movimiento interior que surge en toda persona que se encuentra con Cristo". En la vida de los Santos, la conversión ha sido el común denominador. De repente, la conciencia se encoge, los sentidos se bloquean y el corazón palpita como si fuera a explotar. Después, como si se hubiese extirpado una catarata de los ojos, se piensa distinto, se actúa diferente y se vive una nueva vida. Así lo describen San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, Santa Elena y San Agustín. Pero la conversión no es exclusiva de los Santos, ni de los hombres que han destinado su vida entera a la Iglesia. Los laicos la podemos encontrar si existe la disposición absoluta de cambiar. También existen circunstancias que pueden influir en una conversión. Un milagro, una manifestación sobrenatural que impacta tanto nuestros sentidos que no queda otro camino que regresar lo andado y volver a empezar. Ricardo Castañón Gómez, ateo, neuropsicofisiólogo boliviano, afirma que su conversión se presentó después de la investigación de milagros eucarísticos en diferentes partes del mundo.
Peter Seewald, comunista maoísta convertido al catolicismo, el periodista alemán que entrevistó al Papa Benedicto XVI y cuya obra "Luz del amor. El Papa, la Iglesia y los signos del tiempo", que tanto revuelo ha causado por una de sus más de cien preguntas que contiene al referirse al uso del condón, preguntó en otro libro de entrevistas, titulado: "La sal de la tierra", siempre al actual Vicario de Cristo, que ¿cuántos caminos hay para llegar a Dios? El Papa contestó brevemente "tantos como hombres", "porque ese único camino que es Dios es tan ancho que puede convertirse en el camino personal de cada hombre". La conversión no es entonces el privilegio de unos cuantos: ni de los que más cerca de la Iglesia están, ni de los que se han alejado de la religión católica, ni de aquellos otros que por vivir una vida de excesos se sienten solos, angustiados y perdidos. La conversión es para todos, porque a cada uno lo hizo Dios a su semejanza y con cada uno tiene un trato especial y digno.
Ese camino que todos podemos transitar hacia la conversión no es fácil. Inicia muy ancho, pero se estrecha conforme el tiempo avanza. Vuelven el hombre viejo, el estilo de vida anterior, los antiguos hábitos y los vicios. La tibieza enfría el alma y el espíritu renovador se envejece. Ahí es cuando más debemos entender que hay un camino para cada uno. Ahora que inicia la época de adviento, esta maravillosa etapa que nos permite prepararnos para celebrar una vez más el nacimiento de el Salvador, es precisamente el momento propicio para reflexionar sobre el camino que nos corresponde. Si hemos logrado iniciar el trayecto hacia la conversión, el adviento nos permite revisar qué tanto hemos avanzado, cuánto ponemos de nuestra parte diariamente para rechazar las ocasiones de pecado y si pedimos constantemente la fortaleza para perseverar en la gracia. Si no hemos "dado el salto", si la conversión no nos suena, ni nos mueve, ni entendemos por qué nuestro amigo cercano de repente asiste a misa diariamente, habla de Dios y actúa como Dios habría actuado, entonces el adviento también es tiempo para pedir que el Señor nos muestre el camino y nos permita encontrar el propio que nos lleve a la vida eterna.
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