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2010/11/27

LPG-Alcantarillas de muerte

 La vida de un hombre valioso y querido se fue literalmente por una alcantarilla.

Escrito por Carlos Peña.27 de Noviembre.Tomado de La Prensa Gráfica. 

Vicente López se levantaba todos los días a las 4 de la madrugada para arrancarle verdades y sentimientos al teclado de su computadora.

A veces escribía poemas que quedaban guardados en archivos personales a la espera de un momento que solo él sabía cuál era.

A veces armaba elucubraciones sobre política y realidad nacional. Muchos de estos pensamientos circulaban como panfletos clandestinos que firmaba con seudónimo.

Lo de la clandestinidad y la circulación de aquellos escritos quizás sea una exageración, pues las hojas de papel no iban más allá del ámbito de las oficinas municipales donde Vicente López laboraba capturando datos de recién nacidos. Lo de ocultar su nombre resultaba innecesario en vista de que todos sabían quién era el autor de las hojas volantes que él mismo repartía entre sus conocidos.

Una sola cosa le preocupaba. Se sentía muy triste, me dijo la última vez que platicamos, porque en su partido no le permitieron votar en las elecciones de las autoridades.

Era un hombre de hondos sentimientos. Un romántico incurable que escondía bien los setenta años de edad, que tenía la inquietud de un muchacho. Era el primogénito de la familia, pero sus hermanos pasaban reconviniéndolo como a un hijo.

Entendía de contabilidad y administración, y también sabía cómo alterar cualquier medidor de agua y luz. Dominaba el inglés como americano y reparaba computadoras además de hacer conexiones eléctricas ilícitas.

Hacía planes de largo plazo, como si su futuro estuviera muy distante aún. Quería regresar a Estados Unidos donde trabajó durante veinte años.

Recién se había casado por cuarta o quinta vez y de nuevo estaba enamorado como nunca de su esposa.

Ella lo acompañaba la noche de la tragedia. En el tramo entre San Martín e Ilopango, en plena carretera Panamericana, la rueda delantera de la motocicleta que conducía se hundió en el boquete de una alcantarilla destapada, de esas que abundan por todos los rincones del país.

Vicente López se estrelló de cabeza contra el cemento de la cuneta. Veinte días pasó en coma. Cuando mostró leves signos de mejoría y lo sacaron de cuidados intensivos, falleció.

De seguro nunca llegó a sospechar cuánto lo apreciaba la gente. La velación en la casa de su anciana madre y el entierro en un cementerio público fueron reuniones multitudinarias cargadas de tristeza.

Su madre, sus hijos, hermanos, su esposa y hasta niños muy pequeños derramaban lágrimas en uno de los sepelios más expresivos que he visto.

Tanto pesar es comprensible, pues era un hombre sano, en plenitud, eternamente joven, que no merecía una muerte tan absurda. Pero así es nuestra Patria de absurda.

La de Vicente López es una vida valiosa más que se pierde por las alcantarillas que a millares siguen abiertas, como signo de la descomposición que avanza en el país.

Es una vida valiosa más que nos queda debiendo la negligencia perpetua de que no hace lo que le corresponde, del que permanece contento con dejar hacer y dejar pasar y espera que la resignación de las víctimas de la desidia sea perpetua.

Alcantarillas de muerte

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