Que los gobernantes y los políticos entiendan de una vez que la ciudadanía quiere sensatez, racionalidad y efectividad en acción, y no la gresca improductiva de acusaciones y contraacusaciones.
Escrito por Editorial.25 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Del pimpón de dimes y diretes en que están enfrascados tanto los funcionarios del Gobierno como los personeros de los partidos políticos y aun los representantes empresariales no queda nada positivo para el país; y, para colmo, eso se da mientras las condiciones de la realidad nacional son tan delicadas y están expuestas a amenazas crecientes, tanto internas como externas. En la vida cotidiana, cuando hay peligros inminentes o desatados, la tendencia natural es a unir esfuerzos y a dejar de lado las diferencias, al menos mientras dura la crisis. Eso, que es una especie de norma espontánea de la vida, no parece calar en los ánimos de los liderazgos nacionales, y es preciso hacerlo ver, por la irresponsabilidad que tales conductas representan, y para que, desde el ámbito ciudadano, se presione para que todos actúen con la sensatez debida.
Y es que siempre pareciera estarse jugando en dos planos distintos: el de las ficciones interesadas sobre la realidad y el de la realidad como tal. El primero es el de las declaraciones ocasionales, las iniciativas de momento, los choques de la intemperancia y las variadas resistencias a ver y considerar las cosas como son; y el segundo es el de los hechos reales, los que afectan el vivir del día a día y se retuercen cada vez más por la falta de soluciones adecuadas y oportunas. Todo hace sentir que los liderazgos se concentran en el primero de esos planos mientas la ciudadanía se debate en el segundo. Superar esa perversa dualidad es la tarea más urgente por emprender.
En vez de estarse acusando por aquí y por allá, por esto y por aquello, se tendría que inducir un ejercicio de entendimientos básicos, que le ponga límites razonables a la competencia política y deje abiertos los espacios necesarios para que la atención de los grandes problemas nacionales pueda manejarse con criterio nacional, no partidario o de grupo. Esto nunca se ha hecho en el país, y como no se hizo en tiempos más tranquilos, hay que hacerlo hoy, en época crítica.
Costará más sin duda, pero los liderazgos que se animen a ello obtendrán de seguro grandes ganancias en la confianza ciudadana. Que los gobernantes y los políticos entiendan de una vez que la ciudadanía quiere sensatez, racionalidad y efectividad en acción, y no la gresca improductiva de acusaciones y contraacusaciones.
No es necesario hacer ninguna encuesta para descubrir que en el ánimo y en la voluntad de la ciudadanía hay cuestiones y situaciones que inciden poderosamente. Por ejemplo, la cuestión de la transparencia pública y la situación de la inseguridad ciudadana; y también, como otros ejemplos, la cuestión de la generación de empleos dignos y superadores y la situación de los servicios públicos.
Es natural que las fuerzas gubernamentales y políticas, y, en su ámbito también las fuerzas empresariales y sociales, tengan visiones diferentes sobre cuestiones y situaciones como las anteriores; pero lo que no es natural es que, en una dinámica democrática como la que se desarrolla en el país, las diferencias se impongan tiránicamente sobre los posibles y necesarios entendimientos básicos.
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