La hora del sacrificio

Editorial. 24 de Agosto de 2009. Tomado de El Faro.

La crisis económica mundial, y sus consecuencias en El Salvador, han marcado ya un serio retroceso en los índices de pobreza, Producto Interno Bruto, crecimiento económico y recepción de remesas que terminan ilustrando una situación poco optimista.

Todo esto en un país que tiene uno de los más bajos índices de recaudación fiscal en el continente, con poca inversión social y con subsidios cuyos mayores beneficiarios son los que más tienen.

En El Salvador, uno de los pocos países que quedan en el mundo sin impuesto predial ni a productos suntuarios, los grandes empresarios representados en las principales gremiales no parecen comprender que la situación obliga a un cambio radical en la añeja costumbre de utilizar el Estado para beneficios privados y no al contrario, que es como debe funcionar.

Ahora mismo, en El Salvador, que posee una enorme desigualdad en la distribución de la riqueza, le toca a los mayores empresarios hacer el gran sacrificio. Si El Salvador va a aprovechar lo que hemos avanzado, y continuar el camino hacia el progreso y el desarrollo, ya no se puede seguir pidiendo a los de abajo, a los más desfavorecidos, que hagan los grandes sacrificios mientras los que más tienen siguen cuidando que sus ganancias no disminuyan.

El rol del Estado en América Latina en los últimos tres lustros, y en El Salvador en particular, pasó por privatizaciones, el adelgazamiento del aparato gubernamental y el refuerzo a la inversión privada como motor de la economía y productor de empleo.

Estas medidas, sin embargo, fueron insuficientes para impactar significativamente en la reducción de pobreza, el buen ejercicio del gobierno y la inversión social.  En El Salvador, donde solo uno de cada cinco ciudadanos económicamente activos posee un empleo digno, los índices de pobreza no son peores gracias al envío de remesas que logró mantener a flote nuestra economía durante muchos años. Pero eso ya también ha disminuido debido a la situación económica en Estados Unidos.

Más allá de los cifras macroeconómicas, frías, urge hoy pensar en esos jóvenes que al cumplir los quince años no tienen mayores oportunidades de desarrollo. Asediados por la violencia en lugares en los que no llega el Estado, o se insertan en ese mundo violento o se van del país.

Urge también pensar en esa clase media, urbana, que lucha desesperada por sobrevivir, y a la que es necesario apostar a través de créditos para mediana y pequeña empresa. Pero esto hay que hacerlo con la mirada puesta no en la crisis inmediata, sino a mediano plazo. A buscar establecer nuevos principios que permitan, sí, paliar la crisis, pero también sentar las bases para una sociedad menos desigual, donde todos tengan oportunidades. Donde todos entreguen parte de su sacrificio. Donde todos tengan derecho a vivir dignamente. Con salud, educación y seguridad garantizadas.

Para que ese país sea posible, hay que terminar la reforma fiscal que el anterior gobierno dejó a medias, restar privilegios a los que más tienen y trasladarlos a los que más lo necesitan, y exigir que esos que más tienen sacrifiquen ganancias. Ahora les toca a ellos.