Escrito por Paolo Lüers. Miércoles 26 de Agosto. Tomado de El Diario de Hoy.
El presidente Álvaro Uribe, de Colombia, está a punto de cometer el error que puede resultar en destruir su propia obra: convertir a Colombia en un bastión de la democracia contra el autoritarismo.
Si Álvaro Uribe no para en seco esta locura de un referéndum para cambiar la Constitución colombiana, para permitir al presidente un tercer período presidencial, les está dando legitimación a los más acérrimos enemigos de la consolidación democrática de Colombia: sus vecinos bolivarianos Hugo Chávez y Rafael Correa y sus clones en toda América Latina, y las FARC.
Consecuencia de esto, lo que se ha contenido en Honduras --a un enorme costo político, social y económico para los hondureños--, agarraría nuevo brillo y ánimo en otras latitudes: la tentación de seguir el ejemplo (más bien, el guión) de Hugo Chávez de usar la insatisfacción de los pueblos para deslegitimizar las democracias representativas, cambiar las constituciones y, de paso, quedarse con el poder. Esta tentación existe en muchos movimientos políticos de América Latina.
Existe latentemente en muchos gobernantes quienes no saben establecer su liderazgo sin atentar contra la institucionalidad del país y contra los equilibrios entre poderes. Manuel Zelaya es el mejor ejemplo de un presidente que se metió a sus aventuras de "democracia directa" y "movilización del pueblo", principalmente por debilidad, por incapacidad de gobernar dentro del marco de la Constitución y de la división de poderes.
Zelaya no era el único presidente débil en nuestras latitudes. Hay varios que enfrentan situaciones difíciles con sus propios partidos, con movimientos sociales radicalizados, con problemas de gobernabilidad, con poderes institucionales y fácticos que se convierten en frenos para su proyecto político, con resistencias en las propias filas de buscar consensos con los demás poderes...
Estos problemas de gobernabilidad en varios países se pueden resolver haciendo esfuerzos de concertación, dentro del marco de la institucionalidad y del equilibrio de los poderes, o pueden tratar de resolverse rompiendo la institucionalidad y usando la presión de movimientos populares para cambiar las reglas del juego. Cual de las dos opciones se busque, depende, entre otras cosas, del contexto internacional y de los antecedentes. En este sentido, lo que pasa en Honduras y lo que pasará en Colombia, es de mucha importancia para toda la región.
El efecto positivo de Honduras --donde el conjunto de instituciones y fuerzas democráticas no permite que el presidente de la República atente contra la alternancia en el po- der-- quedaría neutralizado, si Álvaro Uribe en Colombia no toma una posición inequívoca de suspender el referéndum y dejar claro que no buscará la reelección.
Quienes en el pasado han apoyado a Álvaro Uribe, a veces con altos costos políticos en su esfuerzo de reconstruir y consolidar la institucionalidad democrática de Colombia, ahora deben ayudarle a Uribe a tomar la decisión correcta, para él, para Colombia, para el continente latinoamericano.
Muchos, aunque a regañadientes y con dolor de estómago, apoyaron a Álvaro Uribe cuando al término de su primer mandato planteó: La obra no está terminada, necesito más tiempo. Tal vez tuvo razón y su reelección era un mal necesario.
Pero este mismo argumento ya no vale. En ocho años Colombia ha cambiado, en gran parte gracias a Álvaro Uribe, quien ha tenido tanto éxito en reconstruir la democracia colombiana, que ahora no importa quién gane la presidencia, Colombia va a estar bien.
Ahora, para completar la construcción de la democracia colombiana, hay que abandonar las muletas del populismo, continuismo y liderazgo carismático y dejar que la institucionalidad funcione. Otro período con Uribe sería un retroceso, y además un golpe bajo a todos los que en América Latina están trabajando para contener a los Zelayas y Ortegas, que bailan al ritmo de las canciones de Hugo Chávez.
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