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2009/08/24

La nota del día: Compasión para el asesino, burla para sus víctimas

El horror del terrorismo es que sus blancos son, en un abrumador número de casos, personas y grupos sin militancia, inocentes cuya desgracia es estar en el lugar atacado

Editorial. Domingo 23 de Agosto. Tomado de El Diario de Hoy.

Por "razones humanitarias" un tribunal escocés puso en libertad al autor de la tragedia de Lockerbie, el estallido de un avión de Pan American en pleno vuelo, que mató a doscientas setenta personas. Lo que nunca tuvo el terrorista, compasión por otros, es lo que se planteó al tribunal: que muera en el seno de su familia del cáncer que sufre.
Recuérdese cómo se fraguó el atentado en 1988. El agresor, Ali Mohmed al Megrahi, musulmán, era miembro de la policía secreta de Gadafi. Megrahi enamoró a una joven alemana a la que pidió que llevara consigo un aparato de radio en el vuelo de Pan Am. En aquel entonces los viajeros abordaban sin que nadie los revisara o inspeccionara su equipaje de cabina. El aparato escondía una bomba programada para estallar en pleno vuelo. Megrahi tampoco tuvo compasión por la pobre muchacha seducida para luego matarla con el resto de los pasajeros.

Un significativo número de estos últimos eran alumnos de la Universidad de Siracusa, Nueva York, que habían pasado unas semanas en Alemania estudiando sus especialidades y conociendo el idioma. Jóvenes con futuro, personas de bien y totalmente ajenas a los conflictos que fomentaba el dictador libio, que perpetró una serie de asesinatos de sus opositores en Italia e Inglaterra. Lo libios inventaron los paraguas con una punta envenenada con la que el asesino hería en la espalda a sus víctimas.

Gadafi se ensañó con los refugiados libios en Italia y estaba a punto de incrementar los atentados allá, cundo Reagan ordenó darle un escarmiento.

Frente a Libia se estacionó un portaaviones estadounidense, del que llegado el momento salió un escuadrón de cazas y bombarderos con la misión de destruir la aviación libia y atacar el palacio de Gadafi, quien por desgracia estaba en otro lugar. El palacio fue bombardeado, una tía y una hermana del dictador murieron, muchos salieron heridos (nunca se sabrá su número) y obvia mente el mobiliario y la parafernalia del déspota fueron convertidos en cenizas.

De un pequeño indicio se llegó al terrorista

Gadafi aprendió su lección, bajó la retórica, dejó de perseguir libios en el exilio y no volvió a amenazar a Italia, situada al otro lado de Libia en el Mediterráneo. Lo que no cumplió fue dejar de financiar y apoyar movimientos terroristas en todo el mundo, incluida Centro-América. En Managua, Libia mantiene una representación diplomática cuyas funciones no se dicen pero se adivinan.

El horror del terrorismo es que sus blancos son, en un abrumador número de casos, personas y grupos sin militancia, inocentes cuya desgracia es estar en el lugar atacado. Los terroristas no vacilan en bombardear una discoteca en Bali, estallar carros bomba en una mezquita o una escuela en Bagdad, volar aviones o matar a policías que patrullan en Mallorca.

En el caso de Lockerbie, los investigadores encontraron una pequeña pieza del aparato de radio y con ello pacientemente llegaron al individuo que fraguó el atentado, que fue procesado y recibió todas las garantías legales que contemplan las leyes en los países occidentales.

El repugnante epílogo de la historia es el entusiasta recibimiento que chusmas libias, que no se mueven sin permiso del régimen, dieron a Megrahi, lo que constituye una burla a las víctimas y sus familias. Es también un síntoma del lamentable estado mental que se ha entronizado en el Medio Oriente.

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