Hace exactamente 21 años vivíamos una de las crisis más duras de El Salvador. El diálogo que daría fin a la guerra civil había avanzado y tenía visos de ser eficaz. Había aumentado también el nerviosismo, la tensión y la furia de quienes aspiraban a una salida violenta y no dialogada. El 31 de octubre, una bomba escuadronera en Fenastras mataba a 10 sindicalistas y hería a más de 30. Pocos días después, el 11 de noviembre, comenzaba la ofensiva del FMLN sobre la capital. Y el 16 del mismo mes se cumplía la orden dada por miembros del Estado Mayor de la Fuerza Armada de asesinar a los jesuitas de la UCA y a cualquier testigo que encontraran (dos mujeres, madre e hija adolescente). La situación era extremadamente tensa y nadie sabía bien en esos días qué podía pasar. El futuro no aparecía claro. La crisis era de enormes proporciones.
Escrito por José María Tojeira .12 de Noviembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
“Estamos demasiado acostumbrados a llamar sacrificio a cualquier cosa y generosidad a las migajas. Convertir el discurso en valores reales es todavía un déficit entre nosotros.”
Sin embargo, dos meses después, en enero de 1990, la mayoría pensábamos que el fin de la guerra estaba cerca. Y que los tiempos se volverían promisorios para El Salvador. A pesar de lo doloroso de la crisis, la esperanza irrumpió con una fuerza inusitada. De hecho, el proceso de paz se aceleró, tanto porque la brutalidad de la guerra era ya insostenible, como por otros factores, especialmente la caída del muro de Berlín, que rompió con el temor a la influencia soviética en Centroamérica.
Hoy, cuando los tiempos de crisis, con otros elementos muy diversos, nos preocupan y nos afectan dolorosamente en nuestro crecimiento económico y en nuestro desarrollo humano, bueno es recordar el pasado, con sus caminos de salida. Evidentemente no hay más semejanza que el hecho de estar en crisis, y por cierto de muy diversa manera. Sin embargo, algunos elementos de la salida de la crisis en el pasado siguen diciéndonos que hay caminos de esperanza.
En efecto, de la crisis del pasado se salió porque había gente sumamente convencida de que la paz era prioritaria e indispensable para El Salvador. Y porque algunas de esas personas llevaron su compromiso y generosidad a favor del trabajo por la paz hasta el sacrificio de sus vidas. El asesinato de los jesuitas, en cuanto acción militar, se convirtió en la práctica en una de las derrotas más importantes sufrida por la Fuerza Armada durante los 11 años de guerra. En realidad no solo los jesuitas fueron generosos, sino muchas otras personas, ubicadas en ambos bandos, que mantuvieron firme su rumbo hacia la paz.
Hoy, cuando la crisis salvadoreña de los últimos años se ha agudizado a causa de la crisis internacional, es importante recordar el pasado. Dentro de sus múltiples lecciones, muchas de ellas no plenamente aprendidas o asumidas, hay una indispensable para el presente: la capacidad simultánea de generosidad y sacrificio. No hay superación posible de crisis sin esas dos actitudes. Y en el caso particular de El Salvador, tampoco hay futuro digno si esas dos actitudes no se multiplican. Estamos demasiado acostumbrados a llamar sacrificio a cualquier cosa y generosidad a las migajas. Convertir el discurso en valores reales es todavía un déficit entre nosotros. Ojalá los mártires del pasado nos abran los ojos del futuro, que necesariamente tiene que ser generoso y solidario.
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