Los sentimientos gobiernan la vida de los seres humanos. Por temor, esperanza y ambición, han ocurrido los hechos más grandiosos y los más lamentables en la historia de la humanidad.
Escrito por Carlos Peña.02 de Octubre.Tomado de La Prensa Gráfica.
Mas no voy a referirme a uno de esos acontecimientos que ya son parte de la memoria de los hombres. Escribo de cosas sencillas y seres más sencillos aún.
Así es Óscar. Empleado reciente de un negocio de pizzas, joven y buena persona, quien me contó este suceso y me pidió que no se lo dijera a nadie.
Resulta que la tarde de un día de pago, cuando caminaba por los pasillos de un centro comercial, se le acercó una señora de apariencia humilde. Usaba delantal y sandalias de hule. Su voz era suave y casi suplicante.
Necesitaba ayuda porque no conocía San Salvador y había venido de lejos para cambiar un vigésimo de lotería premiado. Era del primer premio, le dijo con un susurro a Óscar. Pero el hombre del local de la lotería que estaba a la vuelta, al final del pasillo, no la atendía porque ella no andaba documentos. ¿Y cómo hago muchacho, si yo no tengo papeles?, le recalcó casi al borde del llanto.
Tanto usted como yo no sabemos qué sentimiento movió a Óscar para detenerse a escuchar la voz angustiada de aquella señora que andaba entre manos ni más ni menos que una porción del premio mayor de la lotería.
Los segundos que Óscar dudó y miró a la gente que pasaba a su alrededor ajena al drama de la sencilla mujer medio abandonada en la ciudad desconocida bastaron para que la provinciana le mostrara el billete a otra dama que parecía muy citadina y a la que también le pidió auxilio.
¡Señora, qué anda haciendo con eso! Fue la frase del nuevo personaje que terminó de sorprender a Óscar.
Lo mejor del suceso no cabe en este espacio. Fue un diálogo entre ambas mujeres que logró nublar la mente de Óscar. Bueno, eso es lo que dice.
Al final convinieron que Óscar iría a cambiar el billete porque él sí tenía identificación y se veía que era una persona muy honesta. La mujer de las chancletas confiaba en él y le agradecía por su ayuda, la otra dijo que solo podía servir como testigo y fue la que sugirió que Óscar dejara algo para garantizar que no se iría con el premio.
Bastaba con la mochila que llevaba y la cartera, salvo el documento de identidad.
Nuestro diligente amigo recibiría una propina por sus servicios.
Con el valioso trocito de papel apretado en la mano, Óscar se fue a buscar el kiosco de lotería. Cuando dobló la esquina solo pensaba en el pedazo de fortuna que llevaba consigo. Tardó algunos minutos en darse cuenta de que al final de aquel pasillo no había local de lotería. Pensó que talvez la señora, como no conocía, no supo indicarle bien dónde estaba la dependencia. Buscó por dos pasillos más y al no encontrar nada decidió regresar a preguntarle a la señora por el lugar exacto donde ella había ido.
Y para su sorpresa, las damas se habían esfumado.
Óscar sabrá cuántos sentimientos se le enmarañaron en el poco tiempo que duró este suceso y al darse cuenta después que con su tarjeta de débito le habían vaciado el sueldo de la quincena.
Claro, esto ocurre a otros. A usted nunca podrían timarle con un truco tan antiguo.
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