Y es que los partidos continúan padeciendo el mal de la obsolescencia aprendida, en la que se refugian los pequeños grupos que tienen como objetivo principal mantener su propio poder, sin importar la anquilosis del esquema general.
Escrito por Editorial.27 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica.
En el país hay un importante déficit de confianza, que pesa mucho a la hora de tomar impulso tanto para la reactivación económica como para algunos otros esfuerzos básicos, como el combate a la delincuencia. Como se ha dicho con frecuencia, no es posible instalar en el país la confianza necesaria para que el pr oceso nacional avance de manera significativa y estable si no se crean las bases políticas para ello. Y, en esa línea, la reforma electoral es un factor de primer orden y trascendencia, que no debería seguir dejándose al vaivén de los intereses coyunturales de las fuerzas políticas, a las que tanto les cuesta salir de las rutinas tradicionales en las que ya han logrado inst alar sus carpas de poder, sean grandes o pequeñas.
A raíz de la alternancia que se ha dado con alentadora normalidad a partir de 2009, el imperativo de avanzar con bastante más celeridad en la reforma política y electoral se ha vuelto aún más apremiante. Temas como el voto residencial, los concejos plurales en las comunidades, el voto de los salvadoreños en el exterior y las listas abiertas para que el ciudadano elector decida por personas más que por partidos son algunos de los puntos principales que están pendientes de decisión responsable, tanto en la Asamblea Legislativa como en el Tribunal Supremo Electoral. En otro plano también de gran importancia para la salud sostenida del proceso se hallan cuestiones que también merecen atención inmediata, como son la despartidización del TSE y la indispensable ley de partidos políticos.
Durante la posguerra, pese a que al inicio de la misma se dieron compromisos interpartidarios para encarar en conjunto las reformas fundamentales del sistema, lo que se ha venido dando es una serie de ajustes muy menores, determinados por las circunstancias del momento, conforme a las conveniencias partidarias del momento. Y es que los partidos continúan padeciendo el mal de la obsolescencia aprendida, en la que se refugian los pequeños grupos que tienen como objetivo principal mantener su propio poder, sin importar la anquilosis del esquema general.
Esta situación es fundamentalmente contraria al buen desenvolvimiento de la democracia política, y por eso genera tantas incertidumbres sobre el futuro. Si se diera una buena, amplia y consensuada reforma electoral de fondo, eso traería consigo, inevitablemente, un natural remozamiento partidario, con todas las consecuencias positivas del caso. Y, para abundar en beneficios, de ahí resultaría un brote de credibilidad ciudadana, que es vital para que la política en conjunto pueda aportarle al proceso todo lo que le corresponde.
Hay que tomar la debida conciencia –y es tarea para todos los sectores y grupos– en el sentido de que el primer peldaño de la estabilidad es la política. Si desde la política las señales y los movimientos son equívocos o imprevisibles, todo lo demás se contamina y los obstáculos e inconsistencias van saliendo al paso cada día.
Si la ciudadanía pudiera percibir que desde la institucionalidad hay un propósito real y comprobable de hacer que lo político y lo electoral entren en fase de verdadera modernización transparente y efectiva, de seguro muchos de los nubarrones que hoy tenemos encima podrían empezar a disiparse. Para ello se requiere liderazgo e iniciativas inteligentes, en un esfuerzo integrado al que todos estamos en el deber de aportar.
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