Salvador Ventura.27 de Octubre. Tomado de Diario Co Latino.
El presidente de Ecuador Rafael Correa logró superar un intento de golpe de Estado, pues no
se puede llamar de otro modo la supuesta insurrección o rebelión de un grupo importante de policías asesorados y acompañados por los nostálgicos de siempre, los grupos empresariales, los políticos de extrema derecha y ciertos altos mandos militares comprados o ambiciosos de poder.
En las horas posteriores a la intentona golpista, el mandatario, profundamente pragmático, ha evitado enfrentamientos decisivos, pero ha procedido a investigar y capturar a los responsables del “alzamiento”.
Uno de “mis principios en política, dice, es que no es necesario buscar el éxito personal, sino el bienestar general de la nación y estoy dispuesto a cumplirle hasta el final a todos mis compatriotas y eso pasa por contener a los ambiciosos, a políticos mafiosos y medios de prensa atrincherados en la infamia y la calumnia”.
Correa procede lo mismo en la política exterior: resolver los problemas, no los efectos. Lo hizo con la nacionalización de los recursos petroleros, procedió con certeza y firmeza contra los imperios económicos, lo mismo contra las bases militares en el territorio ecuatoriano. Tomó al toro por los cuernos y a cada problema le ha ido dando una respuesta ecuatoriana. La experiencia le ha enseñado la importancia del diálogo, de la concertación pero con las mayorías de su pueblo, largamente explotado, marginado y oprimido por regímenes dictatoriales y fuerzas extranjeras, sobre todo de los Estados Unidos e Inglaterra.
El imperialismo ya no encontró con su gobierno suelo fértil en Ecuador. Desde luego, conservan sus aliados en la oligarquía criolla y en medios de prensa sumisos y lacayos, pues como en muchas partes del mundo sus propietarios son los dueños o explotadores de los recursos naturales, el estaño en Bolivia, por ejemplo; como lo fueron con el petróleo en México, en Venezuela, en Ecuador y en los países del Oriente Medio. Correa es un intelectual y un economista brillante, preparado por cierto en universidades norteamericanas.
Es lo que muchos llamarían un “chicago boy”, con la diferencia notable de su sensibilidad y amor por la justicia social. Este hombre ha denunciado el arreglo entre las grandes naciones industriales y cómo sus decisiones han repercutido en el sometimiento y en el subdesarrollo de los países del tercer y cuarto mundo, que todavía en muchos lugares no encuentra opciones frente al bloque monolítico de los países ricos. Y ha de buscar en sí mismo, en sus propios recursos económicos y políticos, los medios para lograr un desarrollo independiente. Esta posición, desde luego, no habría de gustar al imperio y a los grupos económicamente poderosos del Ecuador.
En el Ecuador, como en tantos países del mundo que lo poseen, la llamada “guerra por el petróleo” deterioró la endeble estructura económica de muchas naciones, aumentó enormemente las ganancias de las grandes empresas petroleras imperialistas y dio a los países de la OPEP, un colosal poder económico. Pero como se ha visto a través de los años, muchos gobiernos lacayos invertían una mínima parte de los ingresos en obras de interés social, en la construcción verdadera y permanente de sus patrias. La otra – un inmenso volumen monetario— se inmovilizaba en bancos o se desviaba hacia la compra de acciones de los grandes consorcios capitalistas. De esta manera, y lo repitió incansablemente el presidente Rafael Correa, al someter al Congreso la nueva Ley de Hidrocarburos, los pueblos del petróleo, o por lo menos sus gobiernos, se apartaban definitivamente de las preocupaciones y los compromisos del Tercer Mundo.
En Ecuador, lo mismo que en Venezuela y Bolivia, todavía no se disipan las nubes. Las tendenciosas campañas mediáticas, las penetraciones económicas y el consecuente dominio político, no han podido ser contenidos. Las oligarquías son como fieras heridas, luchan hasta la última gota de sangre pues saben que están perdiendo sus millonarias ganancias, el control del poder total. Los regímenes más sombríos, sangrientos e impopulares cubrieron por largos años los campos bolivianos, ecuatorianos y venezolanos.
Pulverizaron con la ayuda del imperio los movimientos de liberación armados que se produjeron, el último por cierto fue del Ernesto Guevara, aniversario de muerte heroica que por cierto se celebra en este mes. Iberoamérica fue hasta algunos años la más débil, heterogénea y amorfa sección del tercer mundo. Presa fácil, codiciada y al mismo tiempo despreciada. Pero en el presente con el liderazgo de buenos y fuertes gobiernos encamina su rumbo y hace brillar muy alto la estrella libertaria anticipada en su momento por el Che Guevara.
Como bien lo ha proclamado el mandatario ecuatoriano, las esperanzas se sitúan hoy, mejor, en las dignas naciones latinoamericanas. Cuenta para estos países, favorablemente, el hecho histórico de ser desprendimientos de potencias cuya significación ha desaparecido, o se ha debilitado producto del desplome financiero mundial, cuyos promotores se niegan a reconocer, pues sería tanto como aceptar la agonía sin límites del sistema capitalista y todas sus variantes, principalmente el modelo neoliberal impuesto por el consenso de Washington en la mayoría de países de América Latina. Cierto es que todavía no hemos alcanzado la plena liberación política y económica. Muchos de nuestros compatriotas viven en la ignorancia, la superstición y la insalubridad, pero poseen ánimo y frescura políticos y el sentimiento unificador del pueblo originario que tiene ya sus teóricos, sus poetas, sus místicos.
Visto a la luz de los acontecimientos que se están dando en Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros pueblos, la gran patria latinoamericana es nada más un proyecto de cohesión. Ya no estamos solos, pues tenemos el respaldo de millones de habitantes y debemos tener conciencia de ello. ¿Y en cuanto a nuestro país, El Salvador, qué advertimos si volvemos la vista hacia atrás?. Conocida es la historia. El clima verbalista, que ahoga, no varía. La confusión, entre los deseos y las realidades, persiste. Los políticos de la extrema derecha, los empresarios anclados en la prehistoria, siguen dando gritos y reivindicando como buena “la democracia, las libertades y el capitalismo”.
El crecimiento fascistoide continúa en sus dominios, tanto que podía ser grave si lograran colarse en la educación de las nuevas generaciones. Por eso se oponen a una reforma educativa y a un desarrollo sostenido de la cultura desde las propias entrañas del pueblo.. En ellos priva la simulación como estrategia política, se oponen a todo intento más o menos revolucionario y progresista.
Ciertos hechos merecen mencionarse: la celebración del 30 aniversario de fundación del partido FMLN y, sobre todo, el homenaje a miles de hombres y mujeres que en su momento tomaron las armas o esgrimieron las mejores ideas políticas para combatir a la oligarquía y a su aparato de dominación: la fuerza armada. Mucho se logró pero falta mucho para alcanzar la verdadera felicidad del pueblo salvadoreño. El FMLN apenas está comenzando y tiene la obligación, si quiere ser vanguardia, de concretizar cambios, de organizar a la juventud, de formar nuevos cuadros, de aceptar la necesaria transición y de dejar de lado el autoritarismo, la ambición de muchos de sus dirigentes. La autocrítica y el estudio serio siempre serán buenos consejeros, más para antiguos y probados combatientes. La marcha apenas comienza.
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