Carlos Velásquez Carrillo.30 de Octubre. Tomado de Contra Punto.
BUENOS AIRES-No pude evitar sentir un zarpazo de estupefacción mezclado con indignante furor cuando recientemente escuché a un segmento de los empresarios salvadoreños exigir al gobierno las condiciones necesarias para que se “genere confianza” y “certidumbre” y así garantizar su tranquilidad con el modelo y la rentabilidad de sus inversiones. El señor Ricardo Simán, el patriarca de uno de los grupos financieros/importadores/terciarios más poderosos del país, pidió “estabilidad en la reglas del juego”, “visión de futuro”, “seguridad jurídica” y “estabilidad política”, entre otras garantías que estimulen el crecimiento económico a largo plazo.
Más allá de de lo acertado de estas demandas, no deja de sorprenderme el contexto y las razones por las cuales éstas se plantean precisamente ahora. Como punto de partida no es de extrañarse que los nuevos oligarcas ataquen al gobierno del FMLN, su enemigo histórico, sobre todo cuando la pérdida del ejecutivo es una herida que no sanará hasta que lo vuelvan a controlar, pero el argumento de que en El Salvador no hay confianza para los negocios es un aullido hueco carente de fundamentos que insulta la inteligencia de los salvadoreños y salvadoreñas.
Para empezar debemos recordar que Mauricio Funes fue elegido precisamente porque prometió no tocar los fundamentos del sistema oligárquico que reina en el país. Es decir, el FMLN no pretende desmantelar el modelo neoliberal construido durante los veinte años de gobiernos de ARENA y que beneficia de forma contundente a los intereses de los empresarios y capitalistas: las privatizaciones son irreversibles, a la dolarización no la toca nadie, los tratados de libre comercio están escritos en piedra, y todo el esquema de liberalización del estado salvadoreño no se puede revertir de la noche a la mañana (y ni siquiera se ha planteado). La reforma fiscal/tributaria, una opción que le quita un poco de sueño a los poderosos, es una quimera inalcanzable para el FMLN.
Pero esto no es todo. Mauricio Funes conformó su gabinete económico con funcionarios liberales, centristas, derechistas, burgueses, y los más peligrosos vendrían a ser los social demócratas que de todos modos no quieren nada con la revolución. Los asesores más cercanos al presidente no son precisamente los representantes del proletariado y los desposeídos. Funes se pelea a plena luz del día con la cúpula del FMLN, desmiente públicamente a los ministros militantes, y se declara un moderado que se deja llevar por el pragmatismo en vez de la ideología. Es más, Funes ha rechazado abiertamente al Socialismo del Siglo XXI, el nuevo fantasma que acecha a la derecha, y hasta ninguneó al presidente Chávez al decirle que ni siquiera él sabía el significado de su flamante proyecto continental. Entonces, ¿Cuál es el problema? ¿Qué está paleando la “confianza”?
Hay varias acotaciones a señalar. Concuerdo con Roberto Cañas cuando dice que la primera explicación por los lloriqueos de los empresarios es la sensación de orfandad que sienten al no tener acceso directo al ejecutivo, y esto se debe a la concepción patrimonialista que tienen del estado. Para nuestros empresarios, el estado, y ni se hable del gobierno de turno, tienen que funcionar para avanzar y proteger sus intereses como lo han hecho históricamente, y cuando hay una desviación en la ruta, aunque sea imaginaria, entonces supuestamente se empieza a corroer la “confianza.” Es aquí cuando se recurre a las falsas alarmas chantajistas y a las amenazas solapadas que solamente buscan desestabilizar al país y sembrar miedo entre la población.
Pero esta actitud, hasta cierto punto pueril, se sustenta fundamentalmente en la “filosofía del privilegio”. Históricamente El Salvador ha sido gobernado por un modelo oligárquico caracterizado por gigantescas desigualdades e injusticias donde un puñado de familias dispone del destino del país acorde a sus intereses mezquinos. Esta modalidad política/económica es acompañada por la dinámica del privilegio: para la oligarquía salvadoreña, antes la cafetalera y hoy la financiera/importadora/terciaria, es inaceptable cualquier indicio que pueda amenazar sus intereses y su capital, y el país en su conjunto, incluidas las instituciones, el aparato estatal, la sociedad civil, y los trabajadores, deben someterse a los vaivenes de esos intereses.
Analicemos la última manifestación del la filosofía del privilegio. Ahora resulta que los oligarcas y empresarios han solicitado omitir la declaración de bienes para los que ganan más de 75 mil dólares al año y el valor de sus inmuebles supere los 300 mil dólares (la asamblea legislativa ya lo decretó y espera aval presidencial). La razón es que esa declaración atenta contra su seguridad porque es información que podría darle pistas a extorsionadores y secuestradores sobre quiénes son los peces gordos. No es verosímil este argumento bajo ninguna circunstancia. La razón central es esconder al fisco nacional los bienes y dinero que ostentan en caso una verdadera reforma fiscal se convierta, eventualmente, en una posibilidad para nivelar las entradas del gobierno.
Pero esto no es nuevo. Y creo que aquí es importante refrescar memoria. En primer lugar, recordemos la reforma tributaria que se implementó durante el gobierno de Cristiani y se continuó en el de Calderón Sol: se recortó el impuesto sobre la renta, se eliminaron el impuesto a las exportaciones, al patrimonio y hasta el impuesto a las herencias, y se redujeron considerablemente los aranceles (lo cual le conviene a los importadores). La población terminó pagando la factura ya que se le impuso el IVA que comenzó en 10% y después se aumentó al 13%.
Pero también hay que recordar la atroz evasión fiscal. Para que no nos acusen de sectarios recordemos el estudio presentado en el 2006 por el entonces embajador de Estados Unidos (el país admirado por los empresarios) en El Salvador, el señor Barclay, con relación a la evasión fiscal en el país. Las cifras lo dicen todo: el Gobierno salvadoreño solamente percibía 61% del IVA, lo que en términos monetarios equivalía a una pérdida de 833 millones de dólares, y la mayor parte de la evasión estaba en manos de los grandes oligarcas y empresarios. En cuanto al impuesto sobre la renta corporativa, los grandes empresarios evadieron alrededor del 58% de sus responsabilidades tributarias, mientras que las empresas que vendían alcohol evadieron 65%. Asimismo, el nivel de evasión del impuesto sobre la renta individual por parte de los ciudadanos más acaudalados era de 30%. Finalmente, las grandes empresas solamente pagaron 36% de otros impuestos, como aranceles, cotizaciones al seguro social y el impuesto vial.
En síntesis, la evasión fiscal por parte de los oligarcas y empresarios para el año 2005 se desglosa de la siguiente forma: US$833 millones de IVA, US$560 millones en impuestos sobre la renta de ganancias corporativas y la renta personal, y US$665 millones por los otros impuestos evadidos, llegando a un total de más de US$2 mil millones. Esta cifra representó dos tercios del presupuesto nacional y un cuarto de la deuda externa para ese año.
Si se usa la metodología utilizada por el estudio de la embajada de Estados Unidos, se puede afirmar que la cifra total de evasión fiscal por parte de los grandes empresarios e intereses oligárquicos en el periodo 1989-2007 fue de US$25 mil millones. Luego supimos que cuando los grandes bancos privados se vendieron al capital transnacional en 2006-2007 por más de 4 mil millones de dólares, el fisco salvadoreño nos percibió lo que le correspondía en concepto de impuestos por la venta, sencillamente porque la mayoría de los activos estaban registrados fuera del país.
Estos datos necesitan mantenerse frescos en el ideario popular porque muchos de los que perpetraron semejantes crímenes son los que ahora exigen que se les brinde “confianza” y “certidumbre” como garantías para continuar con sus negocios. Vemos otro rasgo de la filosofía del privilegio practicada por los empresarios: todos tienen que cumplir con la ley y observar los valores de honestidad y decencia, excepto ellos; sus ganancias y plusvalías se encuentran más allá del bien y del mal. ¿A qué “confianza” se refieren los que evaden sus responsabilidades sociales y económicas para con el país, estafan al fisco nacional descaradamente, y se enriquecen de forma obscena a costa de sus compatriotas? ¿Realmente nos consideran tan idiotas?
No faltará el que diga que los empresarios pueden salirse con la suya porque al final son ellos los que generan empleo y mantienen a la economía andando. En el caso de El Salvador, esta afirmación se torna amañada. No sólo sabemos que el país sobrevive gracias a las remesas, pero también podemos acotar que crear empleos (la mayoría malos y precarios en el caso de nuestro de país) no es una licencia para violar la ley y pedir privilegios. Es más, crear empleos no es acto de caridad: es una calle de doble vía donde tanto el empleado como el empleador se benefician de la transacción, y en su conjunto el segundo siempre se sirve con la cuchara más grande.
Creo que al final los empresarios salvadoreños han demostrado una vez más su latente mentalidad oligárquica. No solamente son oligárquicos en su concepción patrimonialista del estado, sino que los son por su afán de acaparar toda la actividad económica y sacar tajada lo más que se pueda, por su desinterés ante el cumplimiento de sus responsabilidades sociales y exhibirlo de forma desvergonzada, por su rechazo a la redistribución de la riqueza y su desprecio a la justicia social, y por esa concepción milenaria de que el país, con todo y su gente, recursos naturales e instituciones, les pertenece sin apelación como parte de una herencia inexpugnable. Es esta mente oligárquica, salpicada de prepotencia, impunidad y soberbia, la que los hace exigir “confianza” sin pensar que ya sabemos de su historial y que a los salvadoreños y salvadoreñas ya nadie nos da “atol con el dedo”.
Señores empresarios, sobre todo los que ostentan el nuevo poder oligárquico: antes de exigir confianza del gobierno y de la sociedad deberían empezar por remediar la decadencia ética que los ha caracterizado desde siempre. Un primer paso sería el de pagarle al fisco nacional los miles de millones de dólares que le deben en concepto de impuestos evadidos por décadas (y por ende que le deben a todos los salvadoreños) y aceptar de buena fe la necesidad impostergable de empezar a negociar el verdadero pacto fiscal que el país necesita. Sólo así podrán empezar a ganar al menos un poco de la solvencia moral que se requiere para “exigir” con verdadera y justificada autoridad.
¿Qué significa “generar confianza”? - Noticias de El Salvador - ContraPunto
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