Carlos Ponce.27 de Octubre. Tomado de El Diario de Hoy.
Las características y circunstancias de incidentes criminales registrados en los últimos días, plantean una serie de interrogantes, relevantes para analizar la crisis delincuencial que azota al país.
El miércoles 20 de octubre, fueron descubiertos los cuerpos de dos personas, un padre con sus tres hijas, asesinadas y abandonadas en el municipio de San Julián, Sonsonate, después de haber sido secuestradas en Ciudad Merliot. Las dos mujeres y su progenitor fueron perfiladas por un vigilante privado mientras visitaban el complejo residencial privado en donde él laboraba. Sin mayor planificación, el agente de seguridad y sus cómplices se sintieron lo suficientemente seguros para cometer el ilícito. El siguiente jueves, cuatro mujeres fueron asesinadas con armas blancas. Los cuerpos fueron encontrados en una grotesca escena ubicada en una zona rural de Talnique, La Libertad.
El viernes 22, en el cantón Agua Escondida del mismo departamento, un grupo de delincuentes agredió letalmente a un policía y a su esposa con armas de fuego. El 25 del mismo mes, una mujer y un hombre fueron ultimados por sujetos en un salvaje ataque perpetrado con armas blancas en el municipio de Nejapa, San Salvador.
A pesar de que las armas de fuego otorgan al agresor una ventaja mecánica sobre sus víctimas y que las armas blancas implican escenas más caóticas debido a la relativamente reducida superioridad que ofrecen a los victimarios, los atacantes en varios de los casos antes mencionados seleccionaron armas blancas. ¿Las escogieron porque permiten fabricar escenas más grotescas, idóneas para enviar mensajes amedrentadores, o porque proporcionan alguna ventaja diferente a la física? ¿Los incidentes son parte de un nuevo patrón en la comisión de homicidios?
La agresión letal contra el policía y su esposa es el último en una serie de ataques dirigidos en contra de personal policial y castrense, tema que abordé en mi último artículo. ¿La alta frecuencia de este tipo de incidentes significa que las pandillas han alcanzado un nivel de peligrosidad comparable al de las organizaciones mexicanas de tráfico de drogas (comúnmente involucradas en este tipo de crímenes)? ¿Qué efecto tendrán los ataques sobre la moral de los policías y su compromiso con el trabajo institucional? ¿Abrirá la puerta para mayor corrupción e infiltración de las pandillas al interior de la corporación policial?
En un estudio sobre la exitosa estrategia a través de la cual se controló el secuestro a principios de esta década, escrito por el autor del presente artículo en colaboración con criminólogos extranjeros, publicado en El Salvador, Estados Unidos y Europa, se estableció que dicho delito constituía, en ese entonces, el último peldaño del mundo criminal al que aspiraban ascender los delincuentes. Un reportaje periodístico reciente reveló que las pandillas son las responsables de la mayoría de secuestros ahora perpetrados en el país que, durante 2009, incrementó de manera sustancial su incidencia. El que un grupo relativamente desorganizado de delincuentes se haya sentido lo suficientemente cómodo como para cometer un secuestro, obliga a plantear las siguientes interrogantes: ¿El irrazonable desbaratamiento de la unidad policial responsable de investigar este ilícito, al principio de la gestión de los actuales titulares de seguridad, debilitó la habilidad del ejecutivo para prevenir y disuadir la perpetración de los secuestros? ¿El sistema de seguridad está en tal decadencia que volverá a surgir el secuestro como un problema de control delictivo importante? ¿En la actualidad, tiene la policía la capacidad para enfrentar una crisis de secuestros?
Es necesario ahondar en la respuesta y análisis de las preguntas antes formuladas, ya que el resultado permitirá entender de mejor manera la criminalidad en El Salvador e identificar los elementos estratégicos y operativos que se tienen que corregir para atacarla de forma efectiva y eficiente.
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