Todos sabemos que la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez cayó, el 9 de mayo de 1944, a causa de un vigoroso movimiento popular que se expresó en una huelga general de brazos caídos. Muchos saben también que esa huelga fue concebida y dirigida por un comité secreto integrado por tres jóvenes universitarios, pero hay en toda esa historia algunos detalles sorprendentes y muy poco conocidos.
Escrito por Geovani Galeas.26 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica.
El 2 de abril había fracasado una insurrección militar apoyada por un grupo de civiles, y casi todos los principales conjurados fueron fusilados semanas después. Fabio Castillo Figueroa, que por entonces tenía 23 años y estudiaba medicina, era uno de los líderes del movimiento opositor universitario. Había participado en la asonada como parte de un equipo encargado de emboscar y capturar al dictador, pero la misión resultó fallida debido a una infiltración.
El dirigente político más importante en ese momento era el doctor Arturo Romero, quien después de la frustrada rebelión fue capturado y herido a machetazos. Recluido en el hospital de San Miguel esperaba la hora de su fusilamiento. Fue entonces cuando se organizó el comité secreto de los universitarios, conformado por Fabio Castillo Figueroa, Jorge Bustamante y Reynaldo Galindo Pohl. La primera decisión que tomaron fue la de intentar el rescate de Arturo Romero, mediante el sometimiento armado de los cuatro guardias que lo custodiaban.
Fabio Castillo Figueroa fue designado para ir a San Miguel, a estudiar las condiciones operativas y comunicar el plan al cautivo. Sin embargo en ese viaje, realizado en ferrocarril, el joven se dio cuenta de dos cosas: que el plan de rescate era inviable, y que había un sentimiento de unidad nacional en contra del tirano. Así, en el regreso a San Salvador concibió la idea de canalizar la unidad hacia la organización de la huelga general escalonada, propuesta que fue aceptada por sus compañeros.
De pronto, con una coordinación perfecta pero invisible, las hojas sueltas llamando a la huelga, firmadas por el comité secreto, se multiplicaron y saturaron las calles y los centros de trabajo en todo el país. La ciudadanía acató el llamado de manera unánime. Pero pocos sabían que ese esfuerzo costaba un río de dinero, no solo para costear la impresión clandestina de las hojas sueltas, sino sobre todo para pagar los salarios adelantados y en efectivo a los trabajadores que progresivamente se iban sumando al paro.
¿Pero dónde estaban los que dirigían la huelga y de dónde sacaban ese dineral para financiarla? Los servicios de inteligencia del general Maximiliano Hernández Martínez ni siquiera podían imaginar las respuestas a esas dos preguntas. Esas respuestas no estaban en los sindicatos ni en las demás organizaciones populares, pues solo las conocían dos de los hombres más ricos del país, que tenían sus propios motivos para querer deshacerse de un caudillo que se les había vuelto incómodo: Juan Wright y Orlando de Sola.
Los tres miembros del comité secreto operaban desde la insospechada mansión de don Juan Wright, donde nadie los buscaría, en tanto que las grandes cantidades de dinero, en fajos de billetes de cien colones, se las entregaba don Orlando de Sola a Fabio Castillo Figueroa, quien lo ha contado en detalle en varias ocasiones y a diversas personas, incluyendo a este redactor.
El tirano cayó finalmente. El pueblo todo celebró su triunfo con júbilo en las calles y las plazas. Pero en realidad, aunque el pueblo no lo sabía, no había nada que celebrar porque nada sustantivo había cambiado: la dictadura militar estaba intacta y continuaría agobiando al país por 35 años más. En el camino quedaba el esfuerzo popular y la sangre de los héroes insurrectos, civiles y militares, que fueron torturados y fusilados.
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