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2010/10/18

LPG-Este es momento de repensarlo todo

La turbulencia del fenómeno real es hoy un acontecimiento global, lo cual genera una especie de vértigo sin fronteras. Este calificativo –“sin fronteras”– es justamente lo típico de nuestro tiempo, en el que parecen estarse relajando inevitablemente los frenos inhibitorios de la comunicación, de cualquier tipo que ésta sea. El aludido vértigo es una condición natural en el trance evolutivo que vivimos, como humanidad y no como fragmentos de la misma; y la única forma disponible de superar el vértigo consiste en retomar la combustión de las ideas, con una libertad que no se tenía desde hace mucho tiempo. Es decir, se trata de cambiar un vértigo por otro, como si se estuviera presentando la oportunidad de un nuevo renacimiento, ya no con la mayúscula de lo excepcional, sino con la minúscula de lo cotidiano.

Escrito por David Escobar Galindo.18 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Las condiciones ideológicas presentes, caracterizadas por la ausencia de ideologías imperiales, son en principio mucho más favorables para desplegar la sana racionalidad, de la que tendría que nacer el nuevo humanismo como utopía de lo real.

Al hacer referencia a las ideas, la primera reacción que se produce es la de suponer que uno se está poniendo en el plano de lo abstracto, cuando en realidad las ideas son los motores intelectuales de la vida, independientemente de que los individuos concretos, de carne y hueso, se den cuenta de ello. Las ideas han venido organizando el vivir humano desde que éste hizo que la tierra se volviera mundo. Sin ideas no habría cómo ordenar conscientemente las acciones y las reacciones frente al devenir de la realidad. Por eso, generar, asumir y administrar ideas es función fundamental de lo humano en todas sus expresiones. Y si los individuos y los entes orgánicos que aquéllos forman no se compenetran adecuadamente de ello están condenados a moverse a la deriva, con toda la imprevisibilidad que eso implica.

En los tiempos de la bipolaridad, lo que imperaba era la polarización ideológica extrema. Marxismo-liberalismo. Capitalismo-comunismo. Como dos monumentos contrapuestos. Cuando el comunismo se derrumbó por sí mismo en Europa, el capitalismo quedó solo en el salón de las imágenes sacralizadas, y era imposible que prevaleciera como deidad única porque el aludido salón ya no tenía razón de ser. Lo que ha debido ocurrir desde entonces es el replanteamiento de todos los idearios, para acompañar el surgimiento de una nueva realidad, esta vez global. Lo que se necesita, pues, es el remozamiento integral de las ideas filosóficas y políticas, de cara a los retos, contrastes, profecías y ofertas del nuevo milenio. Esta es una oportunidad sin precedentes, porque su escenario es el mapamundi en todas sus extensiones.

Es muy curioso un fenómeno directamente vinculado con la bipolaridad de entonces y con la globalización actual: el hecho de que entonces hubiera florecido la utopía y el hecho de que hoy prevalezca el desencanto. Aquella utopía estaba ligada de raíz con el ensueño socialista de corte marxista; y el desencanto actual se relaciona sin duda con la falta de ideas conductoras suficientemente fuertes para despertar compromisos fervorosos. Hay que decir, desde luego, que las condiciones ideológicas presentes, caracterizadas por la ausencia de ideologías imperiales, son en principio mucho más favorables para desplegar la sana racionalidad, de la que tendría que nacer el nuevo humanismo como utopía de lo real. Es decir, sentar las bases del humanismo realizable con el sano heroísmo que no entrega la vida sino que la conquista.

En El Salvador, esta dinámica tendría que partir prácticamente de cero, porque nuestras fuerzas motoras –políticas, económicas, sociales, culturales y aun espirituales– nunca se han aplicado al arte de pensar ni, por consecuencia, a la ciencia de repensar. Ese es, de seguro, el peor déficit que carga históricamente sobre sus frágiles espaldas nuestra desestructurada sociedad, ya que el vacío es lo más agobiante que existe, en cualquier sentido que se dé. Desde luego, las llamadas a romper brecha en la práctica son las organizaciones políticas; pero lo que se ve es lo contrario: la rutina mecánica y el activismo repentista. Basta constatar que los partidos políticos, con todo lo que representan, no tienen idearios explícitos y suficientes que muestren lo que son y lo que quieren que sea el país al que, sin embargo, se animan a conducir.

Es casi inverosímil que ya en vísperas de cumplirse los 20 años de posguerra democratizadora, aún estemos tan huérfanos de idearios sustantivos en los cuales basar los esfuerzos del avance histórico nacional. Aun en el plano cívico, la escasez de referentes se ha ido volviendo cada vez más crítica, a pesar de logros tan decisivamente ejemplares como el de la paz negociada que puso fin a un prolongado conflicto fratricida. Necesitamos, con dramática urgencia, replantearnos creativamente los conceptos fundamentales del ser nacional, desde el mismo concepto de Patria, más ahora cuando los flujos migratorios de la era de la globalización van generando destinos compartidos por todas partes. Es hora, pues, de pensarlo y de repensarlo todo, para construirnos y reconstruirnos como seres humanos y como sociedad en trance modernizador.

Este es momento de repensarlo todo

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