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2010/10/09

LPG-El reto de ser verdaderamente competitivos

 Al ser seres competitivos por naturaleza y de seguro por esencia, nuestra realidad anímica nos predispone a ello, en positivo o en negativo.

Escrito por David Escobar Galindo.09 de Octubre.Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

La competitividad está de moda, y no es una moda casual. Nunca ha dejado de haber competitividad y competencia en el mundo, pero en esta era de aperturas crecientes el fenómeno se ha vuelto no sólo expansivamente actual, sino rigurosamente vital. Ahora, competir bien es más sinónimo que nunca de sobrevivir con posibilidades de prosperidad. Y hay otra vivencia en acción, que de seguro constituye la novedad más incitante del momento histórico: que la competitividad ya no es un mero ejercicio de iniciativas económicas y comerciales, sino, mucho más que eso, una dimensión creativa del ser en crecimiento.

Hay que partir de un dato insoslayable: competir es una forma fundamental de interactuar, e interactuar implica vérselas con los otros, en una constante medición de fuerzas y posibilidades, hasta en las condiciones más amigables. En otras palabras, la competencia es función natural de la vida, desde que estamos inmersos en sociedad, es decir, desde siempre. Competimos desde antes de la concepción, cuando una multitud de espermatozoides se dirige en carrera abierta hacia un solo óvulo: lo alcanzará el que mejor se desempeñe en el intento, o sea, el más competitivo.

De una primera reflexión van surgiendo algunas formas básicas de competitividad: competitividad anímica, competitividad educativa, competitividad social, competitividad económica, competitividad nacional, competitividad global. Si alguna de esas formas falla o queda a la zaga, todo el esfuerzo tiende a trastornarse. Y esto vale para las personas, para las organizaciones de diversa índole, para las sociedades nacionales en su entidad unitaria y también para la comunidad internacional en sus diversas expresiones ahora en proceso de globalización.

La competitividad anímica es, como su nombre lo revela, una condición profunda, que determina actitudes y disposiciones. Para ser anímicamente competitivo se requiere seguridad básica, impulso disciplinado y convicción de perfectibilidad. Muchísima gente no es competitiva porque sus barreras psíquicas se lo impiden. Son los que en vez de superar obstáculos se refugian en la bartolina de la queja. Son los que están viendo siempre hacia los demás para tratar de agenciarse desde afuera la aprobación sobre sí mismos. Son los que al primer tropiezo demandan prótesis. Son los que hacen de su vida una autotrinchera en vez de hacerla un camino abierto.

La competitividad educativa está directamente vinculada con la competitividad social. Es el juego perpetuo entre las oportunidades y las posibilidades. En sociedades como la nuestra, en las que las oportunidades son tan inorgánicas e insuficientes, las posibilidades de progreso personal y social también lo son. Es cierto que hay un componente de heroísmo de la acción, que mueve montañas; pero no se trata de medir la realidad por el temple de los héroes, sino de hacer que la realidad necesite cada vez menos heroísmo para asegurar la autorrealización educativa y social.

Nos hallamos envueltos cotidianamente en los efectos de la competitividad económica, en lo positivo y en lo negativo. El fenómeno abarca las empresas y los negocios de toda índole y nivel; y tiene en su base la competitividad del país como sujeto integrado. No es posible imaginar una competitividad económica sustentada sin que la nación reúna condiciones para que dicha competitividad se desarrolle. El país como tal debe asumirse en plan de realidad competitiva, con todos sus componentes alineados para ese fin.

Vamos dando las primeras zancadas en la era de la globalización, y ya es más que evidente que la dinámica global es fundamentalmente competitiva en todos los órdenes. Antes, eran muy pocos los que estaban realmente presentes en el mapamundi, y por ende la competencia sólo se hacía entre ellos, y era en lo básico una competencia por el poder excluyente. Durante 44 años, de 1945 a 1989, esa competencia se daba entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y estaba graficada en un teléfono rojo. El héroe de entonces era caricaturizado por James Bond. Se desvaneció tal escenario, y los convidados de piedra empezaron a hacerse visibles. Hoy, todos –quien más, quien menos– estamos ahí. Cada uno compite por el espacio que pueda serle dable. La competitividad, pues, ya no es un privilegio, sino una forma de presencia. Avance fundamental, en verdad.

La competitividad global es, tenga conciencia de ello o no, un potencial redimensionamiento del humanismo. Parece contradictorio, pero no es así. La competitividad global tiene que ver con el ser actual de las naciones y con la problemática internacional de base, tal como ahora se está viviendo, en este tránsito de eras. Lo novedoso es que ahora todos somos parte de ella, aun los que hemos estado tradicionalmente tan invisibilizados. He ahí una expresión ya evidente de ese rebrote humanístico y humanizador, que podría abrir un nuevo capítulo sin precedentes en el quehacer histórico de la humanidad entera.

El reto de ser verdaderamente competitivos

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