Hoy, los migrantes no van a desaparecer a sus lugares de destino, sino a emerger como no lo podían hacer en sus lugares de origen.
Escrito por Editorial.21 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica.
La caudalosa corriente migratoria de nuestro país hacia Estados Unidos –y también hacia otros países, pero en menor medida– es un fenómeno detonado por el conflicto bélico, pero que, como bien se sabe, tiene factores desencadenantes mucho más complejos. El Salvador siempre ha sido un país básicamente de emigración, y eso determina realidades no sólo poblacionales sino también anímicas y de conducta nacional. Esto está en la base de muchos de nuestros componentes de identidad, que nunca han sido estudiados con la profundidad que se requiere, lo cual nos mantiene en una especie de suspensión cultural que provoca no pocas confusiones e incertidumbres, las que van trasladándose a los diversos planos de la vida colectiva.
La migración actual no es, sin embargo, como las anteriores. Ésta va enmarcada por condiciones históricas especiales, tanto en el país como en la región y en el mundo. En términos globales, las características de las migraciones también han venido evolucionando. Hoy, los migrantes no van a desaparecer a sus lugares de destino, sino a emerger como no lo podían hacer en sus lugares de origen. En cuanto a las condiciones regionales, la conciencia de ir a buscar una vida mejor no es desconectiva sino conectora con las sociedades originarias. Y en cuanto a lo nacional, el propósito hoy ya no es como antes la seguridad de la supervivencia en entornos muy parecidos a los nuestros sino la aspiración de incorporarse al desarrollo en sociedades de primer nivel.
Esto último es lo que ha hecho posible el impresionante flujo de remesas, que son las que en verdad mantienen a flote nuestra macroeconomía, así como la economía de infinidad de hogares en el país. Sin ese flujo, no habríamos llegado a la calle de la amargura sino al tobogán del desastre, desde hace bastante tiempo. Y por eso es incomprensible que no se haya dado hasta la fecha un dimensionamiento real y analítico de lo que dicha migración significa para todos, en los más diversos sentidos, y tanto en lo positivo como en lo negativo, porque también de esto hay, como la desarticulación de familias, la adicción al dinero fácil y la dependencia que ha desarrollado la sociedad en general respecto del ingreso de divisas familiares.
El Gobierno actual viene desarrollando una relación estrecha y comprensiva con el de Estados Unidos, lo cual es una línea de acción estratégica muy realista. Mal se haría en ignorar, por cualquier causa o excusa que fuere, el hecho de que un enorme segmento de nuestra población trabaja y vive en Estados Unidos. Si estamos a buenas, es posible incidir en temas como la indispensable reforma migratoria integral, que en la sociedad norteamericana tiene tantas contras. Dicha reforma traería coherencia de trato a una realidad que ni los estadounidenses ni los latinoamericanos podemos resolver unilateralmente, ni es obviable con medidas punitivas de cualquier índole o proporción que sean.
Este fenómeno tiene lecciones para todos. Los estadounidenses deben reconocer que este gran flujo migratorio no es un “problema del sur”, sino que también responde a necesidades y condiciones de su propia evolución poblacional y social; y nosotros, los centroamericanos y otros latinoamericanos que somos países de origen de los migrantes, debemos comprometernos con el mejoramiento real y sostenible de nuestras condiciones de vida y de progreso, para darles a nuestros respectivos conglomerados ciudadanos una auténtica expectativa de futuro.
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