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2010/10/14

LPG-Alfredo Zamora, el rebelde

 El domingo 10 de octubre las cenizas de Alfredo Zamora fueron esparcidas, como fue su voluntad, en Chalatenango. Alfredito volvió así al lugar donde probablemente fue más feliz que nunca. Lamento haberme perdido su último gran “performance”, pero la vida es así. Cierro los ojos y trato de recordar cómo lo conocí...

Escrito por Miguel Huezo Mixco.14 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica. 

Corría el año 1971. En nuestro país, aquel año fue el equivalente del 68 europeo: la historia tomó un impulso utópico que pronto se tiñó de sangre. El viejo juego de las ejecuciones, uno de los favoritos de nuestra cultura, se había vuelto a poner en marcha. La época se inauguró con el secuestro y asesinato del empresario Ernesto Regalado Dueñas. Aunque el gobierno militar dio a conocer el nombre de los presuntos responsables –los estudiantes Guillermo Aldana y Carlos Menjívar– para muchos, incluido mi padre, el crimen había sido obra del general José Alberto Medrano.

Mi padre, como luego supe, estaba equivocado. Aquel hecho era la partida de nacimiento de una de las organizaciones armadas revolucionarias del país. Quien me sacó de dudas fue Carlos de Sola, el director de Cultura del Ministerio de Educación. Cuando le repetí lo que había escuchado sobre el asesinato de Neto Regalado me dijo: “¡Choco, no seas pendejo! En este país hay una guerrilla...”.

La onda expansiva del caso Regalado Dueñas llegó a lugares insospechados, incluidas las aulas del colegio de curas donde estaba por sacar mi cartoncito de bachiller. Es aquí donde mi memoria me trae a escena a Alfredo Zamora.

Alfredo tendría no más de 15 años. Era delgado, de nariz afilada y mostraba una calva prematura que le daba un cierto aire enfermizo y había ganado popularidad por sus encontronazos con profesores y curas. Sus amigos más cercanos en aquel colegio eran mi hermano Luis Roberto, Carlos “el feo” Briones (quien llegaría a ser el director de Flacso, fallecido hace un año) y el ahora cirujano Luis Cousin.

Zamora protagonizó un inolvidable enfrentamiento con nuestro profesor de Constitución, el ya por entonces reconocido abogado Kirio Salgado. Este profesor seguía con especial atención los pormenores del juicio contra otros dos presuntos implicados en el crimen de Regalado Dueñas, entre ellos el estudiante universitario Jorge Cáceres Prendes quien, a su vez, era defendido por uno de los hermanos mayores de Alfredo, el joven y brillante abogado Rubén Zamora.

Salgado era elocuente y mordaz. Parecía convencido de la culpabilidad de los acusados y no perdió la oportunidad de utilizar el caso para ilustrar, en el salón de clase, el funcionamiento de las leyes salvadoreñas. Fue en una de aquellas disertaciones que Alfredo Zamora pidió la palabra para contradecirlo. El debate se volvió acalorado. Al final, Salgado, entre divertido y molesto, constituyó, con la participación de los alumnos, un tribunal para establecer si Zamora le había faltado el respeto. La noticia se regó por todo el colegio.

Alfredo era inteligente y discutidor pero tenía todas las de perder, como en efecto ocurrió. Aquel jurado de colegiales lo encontró culpable. Su condena consistió en recibir por un tiempo la asignatura de Salgado de pie y afuera del salón de clases. Estoy seguro de que Alfredo vivió aquella condena como un triunfo.

La vida nos ofrecería numerosas ocasiones de encontrarnos y hasta de probar el filo de nuestras mutuas intransigencias. Pero aquel episodio colegial me produjo una simpatía que no solo alimentó mi amistad por Alfredo sino que también me ayudó a superar nuestras diferencias. Ahora, su última voluntad, la de difuminarse en el aire y la tierra chalateca, me hace admirarlo todavía más.

Alfredo Zamora, el rebelde

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