Mario González.22 de Octubre. Tomado de El Diario de Hoy.
Érase un país cuya gente se considerada la más amable, creyente, hospitalaria, romántica y laboriosa entre sus vecinos que hasta los creían otro Japón; las puertas de sus casas permanecían abiertas; sus calles con mucho orden y alumbradas por neones eran las más seguras a toda hora; importantes empresas de Asia, Europa y Estados Unidos tenían sus bases regionales en esa tierra y hasta buses ensamblaban; incluso fue sede de las mujeres más bellas del planeta con el Miss Universo; sus habitantes atendían al forastero como si fuera un propio y no un extraño, con un vaso de agua, un sincero apretón de manos y un espontáneo "bienvenido". No había maras descuartizadoras ni 14 asesinatos diarios ni anarquía en las calles ni violentos con armas con tiro en la recámara.
Para los salvadoreños de la nueva generación, este no es el del País de las Maravillas de Alicia o a la Isla del Placer de Pinocho o a la Isla de la Fantasía de Montalbán y Tatoo, sino a esta bendita tierra que la Providencia nos regaló.
Hoy que hemos vuelto a sentir la caricia de los vientos de la época, evoco el octubre de 1979 cuando los había tan intensos y fríos que quemaron parte de la cosecha de café y el cielo lucía tan cerrado por las nubes que parecía una suave franela blanca sobre San Salvador, que posteriormente se convirtió en un fúnebre velo negro.
Llegado 1980 se fueron los vientos y, con ellos, nuestros hermanos buscando mejores destinos a costa de sus propias vidas, vino la guerra, el traqueteo de las metralletas y el estrépito de las bombas en las ciudades y el campo, el miedo, la inseguridad en las calles; faltó el trabajo, la anarquía se apoderó de las calles y la violencia de los espíritus.
El País de la Sonrisa agonizaba o caía en coma o en un limbo de tribulación o amnesia histórica, pese a que su buena gente lucha por volverlo a la vida a costa de entrega diaria, sacrificios, trabajo duro y mucha pero mucha fe y esperanza. Y no era que en el País de la Sonrisa todo fuera color de rosa ni el más perfecto. También hubo delincuencia, huracanes, terremotos, limitaciones e inestabilidad política, pero el valor de su gente, con sus virtudes y sus defectos, estaba en que en medio de la adversidad e infinita tristeza afloraba su sonrisa y la solidaridad con sus hermanos.
La guerra trajo el enfrentamiento al interior de las familias, de los vecindarios, de los amigos más entrañables y ahora poco nos acordamos de los que se fueron para no volver, salvo cuando se quiere usar políticamente su memoria.
Siempre he pensado que nos fuimos a los extremos. Antes nos quejábamos de que los militares gobernaban con mano dura, pero los civiles hemos sido muy permisivos; se denunciaba explotación laboral, pero hoy necesitamos fuentes de trabajo; la justicia era rígida, pero ahora cada quien inventa su propia "justicia" caótica; había mucha religiosidad, pero ahora muchos quieren tener a Dios a su medida o simplemente no lo quieren tener o temer; en las escuelas se inculcaban principios y valores y ahora parece que reina la indiferencia; se respetaba la niñez y la senectud y ahora son las primeras víctimas de la irracionalidad.
Necesitamos ponernos la mano en el corazón y pensar cómo despertar al País de la Sonrisa, tal vez no el mismo que conocimos, sino uno mejor, sin mezquindades y manipulaciones políticas e ideológicas, con respeto a la vida y a ley, con protección para los que vienen después de nosotros y en el que todos quepamos y busquemos darle lo mejor para nuestras familias.
Como el argentino Piero José, lo pediría así: "Yo quiero para mi país que todo deje de ser triste, que la oscuridad se vaya, para poder verte a vos... Que la niebla se haga mar y que el sol nos ilumine, las colinas y los ríos sean trigo, sean vino, que el alma no esté prohibida, vida, que el cuerpo tenga paz adentro, que la mente esté en su centro y que se pueda cantar... por vos y por mí".
Me atrevo a pensar que el mismo Creador nos regaló Su sonrisa y la dibujó en cada rostro, para que compartiéramos algo más que Su Nombre: la fe inquebrantable y el coraje en medio del dolor; la fortaleza en el fragor del trabajo y la esperanza cuando todo parece perdido. Si Jesús, el Divino Salvador, resucitó de entre los muertos, Él puede hacer que el País que lleva Su nombre y seguramente Su Sonrisa, vuelva también a la vida. Sólo tenemos que desearlo y esperarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.