Carlos Alberto Montaner.25 de Octubre. Tomado de El Diario de Hoy.
Madrid.- Andrés Oppenheimer acertó de nuevo. Hace unos años publicó Cuentos chinos y el libro se transformó en un bestseller casi instantáneamente. Su descripción del crecimiento económico de China, cuya economía en 1985 era del tamaño de la brasilera y hoy es la segunda del planeta, sólo superada por Estados Unidos, fue (o debió ser) una especie de aldabonazo en la conciencia latinoamericana.
Ahora Oppenheimer ha regresado con una obra aún más importante: ¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las doce claves del futuro. La ha publicado Debate en México y es muy probable que se convierta en un componente esencial de la más antigua y viva de todas nuestras polémicas: por qué América Latina es pobre y subdesarrollada. Desde que el uruguayo José Enrique Rodó publicó Ariel en 1900, estamos explorando el tema sin encontrar una respuesta universalmente satisfactoria.
Por esa discusión han pasado absolutamente todas las figuras relevantes latinoamericanas, desde Octavio Paz hasta Hugo Chávez, desde Carlos Rangel hasta Juan Domingo Perón, unos armados con palabras y otros con fusiles, pero todos convencidos de conocer las razones profundas que explican por qué los habitantes de Suiza, un país multiétnico, sin salida al mar y escasamente poblado, como los de Bolivia, tienen quince veces el per cápita de este país latinoamericano.
La tesis de Oppenheimer, como el dios Jano, tiene dos caras. Por una parte, están las raíces culturales, generadoras de una actitud poco práctica ante la vida. Es una sociedad pródiga en abogados y humanistas, que gradúa muchos más psicólogos que ingenieros o especialistas en informática. En ese sentido, paradójicamente, es un libro dentro de la tradición de Ariel, pero mientras Rodó reivindicaba el componente espiritual del hombre latinoamericano, contraponiéndolo al materialismo desdeñable del Calibán anglosajón (arquetipos que Rodó extrajo de La Tempestad de Shakespeare), a Oppenheimer le resulta lamentable ese rasgo predominante en Hispanoamérica.
¿Hay remedio para el atraso relativo latinoamericano? Sí, postula Oppenheimer, pero sólo si se produce una profunda y duradera reforma educativa. Ese es el otro caballo de batalla que recorre su libro capítulo tras capítulo. En lugar de continuar discutiendo sobre los males de la colonia o sobre los viejos y continuados errores de la república, hay que observar cuidadosamente cómo enseñan y aprenden los finlandeses, dueños del mejor sistema educativo del planeta; qué han hecho los israelíes en medio del desierto para construir una sociedad próspera, libre y altamente desarrollada; cuáles son los secretos del pequeño Singapur, una excrecencia geológica situada en el Pacífico, atiborrada de personas, cuya riqueza per cápita es mayor que la norteamericana.
Como Oppenheimer es un hombre práctico, sólo toma en serio los resultados. No pierde el tiempo examinando teorías. Sabe que en un mundo globalizado, regido por la competencia, en plena civilización del conocimiento, ganarán los más sabios, los más productivos y organizados, los más innovadores y creativos, siempre que cuenten con las instituciones adecuadas, y esas personas, lamentablemente, no abundan en nuestros pagos.
En todas las pruebas escolares internacionales en las que los estudiantes miden su dominio de las matemáticas, los latinoamericanos invariablemente quedan en los últimos puestos, casi siempre junto a los africanos. ¿Cómo vamos a competir adecuadamente contra europeos, norteamericanos, chinos o hindúes, si nuestras masas están notablemente peor educadas y nuestras élites no acaban de entender la importancia de la ciencia, la tecnología y la investigación original?
¿Hay algún país latinoamericano que se aparte del pelotón y muestre algunos elementos de excelencia educativa? No, de acuerdo con los datos objetivos. Ni siquiera Chile, que hoy está a la cabeza del continente. Ninguno. No hay una sola universidad latinoamericana entre las 200 mejores del planeta, y apenas comparecen tres o cuatro entre las primeras 500. Un pequeño Estado, como Israel, registra anualmente más patentes científicas que toda América Latina con sus 550 millones de habitantes. Es verdad que los brasileros fabrican aviones, pero ese logro no lo convierte en una pujante potencia del primer mundo.
¿Por dónde se comienza a reparar este secular fracaso? Un amigo banquero, entusiasta incorregible, ha comprado 20 ejemplares de ¡Basta de historias! para regalarlos a los mandatarios latinoamericanos. Ojalá que lo lean. Pero, sobre todo, ojalá que lo entiendan. (Firmas Press).
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