Mario Vega.19 de Octubre. Tomado de El Diario de Hoy.
A pesar de que las niñas y niños abusados no necesariamente crecen y repiten el tipo de abuso experimentado, los estudios muestran una relación significativa entre abuso durante la niñez y el desarrollo de conductas violentas en la juventud y la adultez.
La mayoría de los menores maltratados crecen pensando que son malos. En el mundo del niño, ser lastimado significa que él es malo. Los niños necesitan aislar e identificar esta maldad en sí mismos y en los otros para explicarla y comprenderla. Los niños, frecuentemente creen que la maldad está dentro de ellos mismos antes que pensar que está en sus padres. Si los niños maltratados creyeran malos a sus padres, estarían poniendo en peligro su relación más importante.
Algunos padres que abusan de sus hijos, continuamente les dicen que son malos y que son inútiles. Si a los niños se les dice muchas veces que son malos y que no llegarán a nada, eventualmente podrían creerlo y podrían comenzar a actuar de manera que corrobore su manera de pensar.
Los niños maltratados tienden a hacer rígidas divisiones o disociaciones en su manera de pensar o ver a la gente y los problemas. Las cosas son completamente buenas o completamente malas. Cuando ellos se ven como totalmente malos, se convencen de que sus padres son totalmente buenos. Defienden a sus padres y se niegan a reconocer cualquier cosa que ellos hagan mal.
A medida que los niños maltratados crecen, pueden verse a sí mismos como malos y a todos los otros como buenos, o al menos, mejores. Pueden volverse temerosos y evitar a los demás por temor a ser lastimados. De esta forma extrema, estas personas sólo pueden esperar de los demás dolor y sufrimiento, y ven a cualquiera como un atacante en potencia. Su visión se amplía con la edad hasta llegar al punto de ver a la sociedad como hostil y comienzan a hablar de un sistema que se levanta en su contra.
En su afán de defenderse del sistema se vuelven duros, agresivos y hostiles en sus relaciones con otros. A la puerta de su casa encuentran la mara o la pandilla e ingresan a ella para sentirse poderosos y tener confianza. Un número significativo de los miembros de grupos disfuncionales han sido víctimas de abuso en su niñez y en el grupo se encuentran con otros que se consideran igualmente malos. Esos sentimientos les proporciona un sentido de familia.
Desafortunadamente, ese comportamiento diferente, incita a los otros a verlos como malos y, eso, refuerza su creencia de que hay algo malo con ellos. Se acentúa su sentido de malignidad y aceptan los tatuajes, las ropas flojas, los graffitis y los códigos comunicativos como una manera de evitar a los demás y prevenir que los molesten.
Dentro del grupo, adquieren destrezas para el delito y el crimen que les permite una alternativa de vida que aceptan como mala, pero que piensan les corresponde por reconocerse como malos. Se condicionan a reaccionar con violencia frente a eventos estresantes o a frustraciones. A esas alturas que las penas carcelarias sean de 7, 14 o 21 años, poco les preocupa. Y pasar una parte de su vida en un centro penitenciario por supuesto que no resolverá su conflicto interno. Sólo lo reafirmará.
Si en las familias se atenuara, o mejor, desapareciera el abuso verbal, físico y sexual, la violencia social sería considerablemente menor. Los grupos disfuncionales no encontrarían nuevos miembros con tanta facilidad y se lograría lo que ninguna medida punitiva logra. Es el valor de la prevención frente a la represión.
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