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2010/10/12

EDH- Aire fresco, por favor

 Federico Hernández Aguilar.13 de Octubre. Tomado de El Diario de Hoy.

Conozco a varias decenas de jóvenes sanamente inconformes con el país que tienen, pero también muy dispuestos a echarse encima la culpa, el día de mañana, si no hacen algo —hoy y ahora— por cambiarlo.

Hasta hace poco tiempo, los nombres de estos muchachos encabezaban, si acaso, papeletas de exámenes colegiales y universitarios. Eran estudiantes que soñaban. Actualmente, con generosa ambición, se permiten imaginar sus nombres entre los primeros de una larga lista de ciudadanos integrales, porque les devora el deseo de contribuir con propuestas —sensatas, maduradas por el diálogo— a la solución de los grandes problemas nacionales. Son profesionales jóvenes que reclaman su derecho a construir el país que quieren.

Se tienen fe. No les mueve la soberbia del que se cree infalible; les desafía, en cambio, la dura realidad que quieren transformar. Todavía no aprenden a odiar ni a confrontar inútilmente, porque han tenido la suerte de recibir una verdadera formación humanista, con padres y profesores que se han preocupado por reforzar sus talentos en lugar de manipular sus emociones.

Reconocen, eso sí, que otros jóvenes como ellos, más o menos de su misma edad, no han tenido tantos privilegios. Saben que son muchos los colegiales y universitarios, a lo largo y ancho del país, que han sido o están siendo envenenados por catedráticos urgidos de heredar resentimientos a las nuevas generaciones.

Les interesa, no obstante, tomar de la mano a esos muchachos, tan salvadoreños y tan prometedores como ellos, para charlar del presente y del futuro. Les atrae la idea de trabajar juntos en la promoción de una sociedad más humana e incluyente, pero sin estimular revanchas ni hacer caso a prejuicios.

Creen en la libertad. Respiran libertad. Algunos se han habituado a ella aunque no siempre lo perciban. Les delata el ímpetu con que ejercen su derecho a la crítica inteligente. Dudan, por tanto, de quienes pretenden asegurarles que la solidaridad (por poner un ejemplo) deba imponerse. Desde luego que quieren ser solidarios, pero no a la fuerza. Rechazan hormonalmente que cualquier virtud humana pueda seguir siendo virtud si necesita ser "decretada" por cualquier poder temporal.

Y tampoco les asusta la otra cara de la moneda: la responsabilidad. Comprenden que la libertad tiene límites trazados por el respeto que merecen los derechos de sus congéneres. De hecho, atribuyen a la sabia defensa de los derechos ajenos una ventaja particular: les otorga autoridad moral a la hora de defender los derechos propios.

Aunque no tienen edad para enfrentar con amplitud las ideologías que prometen paraísos en la tierra, sí han vivido lo suficiente para entender que muchos infiernos, pasados y actuales, tuvieron su origen en esa promesa. A ellos, pues, no les ha dado por encarnar "la rebeldía propia de la juventud" empuñando un arma.

Pero tampoco creen que "el idealismo propio de la juventud" les obligue a rechazar todo orden o sistema de valores. Por el contrario, les parece atractivo el desafío que plantea la búsqueda incesante de la verdad. Desconfían de ciertas filosofías posmodernas que ofrecen salidas fáciles a los grandes dilemas de la vida, como si el derecho de cada uno a buscar la verdad confiriera idéntico valor a todas las verdades posibles. Razonan que un mundo sometido a semejante "ética" es, simplemente, inviable.

Dar credibilidad a cada idea que asoma al escenario público no significa ser abierto o tolerante: significa que se carece de principios. Si todo es verdad, nada lo es. Los jóvenes que aquí trato de describir han advertido la fuerza que contienen estas afirmaciones y están deseosos de llevarlas a la práctica. Por eso, en lugar de romper con las tradiciones, despreciar a sus mayores o adherirse a doctrinas incapaces de ayudarles a encontrar un sentido en la vida, prefieren elegir la humildad para aprender y la sencillez para compartir sus inquietudes.

Tienen ganas de actuar. Les da igual que la sociedad aún no acierte a darles los espacios que buscan. Algunos de ellos, organizándose, han empezado a labrarse un hueco a punta de entusiasmo. Ya hay documentos, iniciativas, declaraciones y artículos que reflejan su lucidez. Están irrumpiendo, abriendo surco, motivando a otros a salir del letargo y el anonimato. Les brilla en los ojos la perspectiva de una historia que está por escribirse.

Y lo mejor es que no han perdido todavía la capacidad de asombrarse, de reír, de esperar. Se diría, con palabras de Chesterton, que quieren prevenirse de esa mediocridad "que consiste en estar delante de la grandeza sin que nos demos cuenta".

Mucho juicio tendrá el partido político, la empresa, la fundación, el movimiento ciudadano que se atreva a dar un sitio a esta clase de jóvenes, de los cuales, repito, conozco ya varias decenas. Afortunada la sociedad que los descubra. ¡Dichoso el país que les permita ser protagonistas!

elsalvador.com :.: Aire fresco, por favor

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