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2010/10/26

Contra Punto-Mujeres, violencia social y lucha de clases - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Oscar A. Fernández O. 26 de Octubre. Tomado de Contra Punto.

A la mujer obrera le es indiferente
si su patrón es hombre o mujer.» 
Alexandra Kollontai (1913)


SAN SALVADOR
-Es obvio señalar que, en el último siglo, las mujeres de los países occidentales han conseguido grandes avances en materia de derechos civiles y económicos. La incorporación al mundo laboral, el acceso a los anticonceptivos, el aborto legal o la flexibilidad de las leyes del divorcio, son buenos ejemplos de ello. Pero, por otra parte, también es necesario subrayar que la situación de las mujeres sigue siendo desigual respecto a la de los hombres en muchos sentidos.
Si bien se dan numerosas diferencias en nuestra estructura social, también se presenta en ésta, como en otras muchas, ciertas características comunes de estructura familiar patriarcal que sojuzga a la mujer. No obstante, las características de un sistema económico excluyente y desigual, han provocado con el tiempo, que la estructura clásica parental se rompa y se vulnere, generalizándose las familias lideradas por mujeres solas, que como efecto incrementan los índices de desigualdad. 
En el hogar patriarcal, el hombre es amo y señor de la vida de su esposa e hijos. El hombre protege a su familia contra otros hombres, pero no hay protección contra el patriarca que representa un poder arbitrario aprobado y alentado por el sistema capitalista, que se basa en la desigualdad. No obstante, que las leyes penales castigan la violencia familiar, este poder abusivo predomina.
No hay duda que la lucha debe ser terminar con esta sujeción, para permitir el desarrollo de la sociedad igualitaria de mujeres y hombres. Sin embargo, es menester preguntarse ¿Tendríamos un mundo de paz y justicia si las mujeres hacen todo lo que hoy los hombres? Una doctrina extremista por ejemplo, es que la paz  mundial será producto del gobierno de las mujeres. La antigua guerra de los sexos, consiste en que tanto hombres como mujeres, se consideran oprimidas víctimas del sexo opuesto. Es ese sentirse víctimas, recalcan sociólogos y psicólogos, la causa de distorsiones del comportamiento que desfiguran el cuerpo social y obstaculizan el desarrollo personal de cada mujer y cada hombre. Como la mujer se percibe como una víctima “fácil”, sobre ellas recae en gran parte la violencia conductual de la sociedad.
La violación por ejemplo, acto brutal y odioso, que deja cicatrices físicas y psicológicas a la víctima, se concibe como el intento exaltado de un macho inmaduro, asediado y torturado por un intolerable sentimiento de insuficiencia, que intenta afirmar su integridad y su humanidad. El esfuerzo que se hace para observar desde el interior al agresor y a la víctima, lleva a considerar la violencia social desde un ángulo diferente, afirman los estudiosos. 
“La imagen del hombre guerrero, del héroe conquistador, ha evolucionado paralelamente con la del dios conquistador y todopoderoso a medida que la humanidad avanzaba en sus distintas etapas sociales, hasta los sistemas de dominación más complejos que hoy conocemos. Zeus tronante, presidiendo un panteón de héroes violadores, ha sido el modelo e inspiración del sexo masculino. A la base de esta mitología, el modelo de la mujer ha sido el de la sumisión a la violación” (Elise Boulding, Violencia contra la mujer.)
Pese a los avances de la sicología, todavía no comprendemos  el proceso de maduración que permite a los niños, esencialmente bisexuales en la prepubertad, puedan ser adultos no patológicos al integrar sus características bisexuales con las características que distinguen su propio sexo (Jean Sherfey. Naturaleza y evolución de la sexualidad. 1976) Si las variantes patológicas de la función sexual que llevan a la violencia, son comunes en sociedades secularmente machistas como en la que vivimos, debemos tenerlo muy en cuenta en las estrategias para reducir la violencia social.
El ideal andrógino, cuyas características de autoafirmación son para el hombre y las de crianza para la mujer, aparece desde las primitivas estructuras sociales  reafirmado por las religiones de ámbito universal, cuyos principales Dioses y profetas son figuras masculinas. Con la influencia de este modelo, la sociedad sigue justificando para funcionar, personalidades andróginas. 
Pero una política con cualquier forma de dominación, por más justa que sea, sólo abundará en lo mismo: el ejercicio del poder de forma parcializada y con daño para ambos sexos. El concepto de violencia estructural como la que se desarrolla en El Salvador, que incita a la violencia conductual, se aplica a las estructuras institucionales orgánicas de la familia, así como al estado y a los sistemas económico, cultural y político, que conducen a la opresión de determinadas clases sociales y personas a quienes se les niegan los servicios y ventajas sociales, haciéndolas más vulnerables al sufrimiento y a la muerte. El criminalista J. Merton (1960) por ejemplo, al mismo tiempo que reconoce la heterogeneidad del crimen, encuentra la explicación de la conducta criminal en que nuestras sociedades crean una serie de necesidades pero no provee a todos con iguales medios para satisfacer esas necesidades dentro de la ley.
Al contrario de la teoría del patriarcado, la teoría marxista no defiende el hecho que las mujeres y los hombres constituyan dos clases diferentes. La tradición marxista analiza la historia en función de la lucha de clases, pero las clases no están definidas en función del género sino de las relaciones de producción. En este sentido, en el capitalismo existen fundamentalmente dos clases: la capitalista, que posee los medios de producción, y la clase trabajadora, que tiene que vender su fuerza de trabajo para conseguir un salario. Los capitalistas extraen un beneficio económico, la plusvalía, del trabajo de los y las trabajadoras.
Éste es el mecanismo de explotación del capitalismo. Sin embargo, al mismo tiempo, éste necesita conseguir que la clase trabajadora, la cual es la única que tiene el potencial revolucionario para revertir el orden de las cosas por la posición que ocupa en el sistema productivo, no se una y no luche para conseguirlo. De ahí que durante siglos el capitalismo haya utilizado cualquier tipo de división social, de género, el color de la piel, la etnia, religión, la tendencia sexual, la nacionalidad, etc., para dividir a la clase trabajadora.
La prostitución y la pornografía, por ejemplo, que utiliza a la mujer como símbolo de un sexo sumiso e irracional, es producto de que el hombre concibe a la mujer como un objeto de estimulación sexual, justificando que con ello libra a la esposa de “irrazonables exigencias sexuales”. La definición de la mujer-objeto en la que se basa la institución de la violación, representa el factor que dinamiza y condiciona la prostitución y la pornografía por un lado, y la noción de la mujer como “no-persona” en los planos político y económico. 
Es curioso constatar que la paulatina superación de la mujer como propiedad, a medida que las leyes les reconocen como sujetos de derecho, no tenga ningún efecto práctico sobre la visión básica de la mujer como objeto. Por el contrario, la ética seudo libertaria que defiende la industria pornográfica ha llevado a una retórica de liberación sexual de la mujer, creando una nueva reserva de mercancía sexual y privando a las mujeres de la poca protección que tan penosamente han conseguido (Samuel Firestone. Dialéctica sexual: la revolución feminista) Pese a los avances en la lucha por sus derechos, las mujeres siguen siendo más las víctimas que las causantes de violencia. 
Para que una sociedad sea justa y pacífica, es necesaria la participación igualitaria de mujeres y hombres en todos los ámbitos y esto solo puede darse si debatimos concientemente, los valores y las opciones como lo ha hecho siempre la humanidad en los momentos cruciales de su historia. Este planteamiento no descarta la meritocracia, aunque se reconoce que a la mujer le ha estado casi vedado cosechar éxitos, en un sistema que le dificulta esta legítima aspiración mientras se la facilita al hombre. Por lo tanto, en nombre de la igualdad, será necesario inclinar nuestra balanza temporalmente a favor de la mujer, para saldar una elevada cuota histórica de desigualdad. 
La posición marxista sobre la cuestión de la mujer, de su emancipación, parte del reconocimiento científico de los orígenes de la opresión de la mujer, sus bases y la forma de superarla: la opresión de la mujer no está determinada por su biología. Su origen tiene un carácter social y económico.

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