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2010/10/15

LPG-Tolerancia y convivencia

 Todos pedimos tolerancia con nuestras creencias y modos de vida, pero pocas veces la dispensamos cuando se trata de las convicciones y maneras de vivir de los demás. Todos pedimos justicia, aunque no siempre ejecutamos los actos justos que debemos a otras personas. Así ocurre siempre con las virtudes, es decir, con aquellos hábitos de bien que permanecemos muy atentos a comprobar si otros los poseen y escasamente a si nosotros mismos los observamos.

Escrito por Eduardo Cálix.15 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Resultará todo lo humano que se quiera tratarnos en nuestros defectos con mayor benevolencia que la que mostramos ante las faltas de los demás, aunque deberíamos esforzarnos por conseguir un mayor equilibrio entre la crítica que derrochamos y la autocrítica de que somos indigentes.

Concentrándonos en la tolerancia, consiste ella en la disposición y en la práctica de convivir pacíficamente con creencias y modos de vida que nunca adoptaríamos, y que, más aun, reprobamos y hasta rechazamos.

La tolerancia parecería poca cosa, puesto que no va más allá de resignarnos a vivir en paz con la diferencia, aunque su entronización en Occidente, a raíz de las guerras que sacudieron a Europa en el siglo XVI luego de romperse la unidad religiosa en distintos reinos de la época, constituyó un notable avance.

Surgida inesperadamente allí donde las creencias de los hombres suelen ser más firmes e irreductibles –el ámbito de la fe– y como una solución política ante la amenaza que para el poder de los monarcas significaron las cruentas guerras de religión, la tolerancia se expandió luego hasta conquistar algo más que la sola libertad religiosa –la libertad de conciencia–, que es ya el reconocimiento de la autonomía de cada individuo para formarse sus propias convicciones en importantes campos de la vida, distintos de la fe, tales como la moral, la política, la educación, el arte.

Como señaló Bertrand Russell, “el cansancio resultante de las guerras de religión motivó el desarrollo de la creencia en la tolerancia religiosa, que fue una de las fuentes del movimiento que desembocó en el liberalismo de los siglos XVIII y XIX”.

Actualmente, lo que predomina en las sociedades democráticas y abiertas como las conocemos es una manifiesta diversidad de creencias y puntos de vista, la cual trae aparejada una similar pluralidad de ideas acerca de lo que es una vida buena y de los caminos para realizarla.

Es por eso que en el tipo de sociedad que nos toca vivir, la nostalgia por la unidad que alguna vez pudo existir, e incluso la aspiración a constituir una comunidad, deben ceder hoy a favor de una leal y pacífica convivencia en medio de profundos y permanentes desacuerdos.

“Convivencia” es un término que suena, y que de hecho es algo menos que comunidad, y que es todavía menos que unidad, pero se trata del único logro razonable al que pueden aspirar individuos autónomos que no quieren ser tratados como medios, sino como fines, y que se proponen tratar a los demás de esa misma forma, sin cederle ya a nadie –persona o institución– el derecho a imponer visiones únicas ni hegemónicas.

Tales son algunas reflexiones que provocan no pocas lamentaciones, ante la pérdida de una pretendida unidad y el advenimiento de un debilitado sentido de comunidad.

El servir con justicia y equidad nace solo en la comunidad y de esto se deriva la maravillosa unidad. Si no existe justicia se disgrega la unidad, desaparece la comunidad, y la convivencia se convierte en un infierno.

Debemos integrarnos a la convivencia ciudadana en nuestros entornos sociales, cumpliendo con los mandamientos de vida de servir realmente a Dios, a nuestra familia, trabajo y comunidad.

Tolerancia y convivencia

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