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2010/10/24

El Faro - ¿Quién le teme a Vargas Llosa? - ElFaro.net El Primer Periódico Digital Latinoamericano

 Por Álvaro Rivera Larios.25 de Octubre. Tomado de El Faro.

Hay personas que tienen fuertes principios; otras, en cambio, poseen  ideas petrificadas. Alguien con fuertes principios defiende de forma coherente sus visiones y posiciones sin renunciar  a los planteamientos complejos. La lógica del creyente petrificado es simple y definida como el filo de una navaja: tiene el monopolio exclusivo de todas las virtudes y sus adversarios ideológicos, hagan lo que hagan y digan lo que digan, siempre estarán equivocados y siempre serán de dudosa condición moral.

No es trabajo fácil valorar, aunque sea literariamente, a un autor que ya fue juzgado y condenado como un intelectual reaccionario. Para mucha gente Vargas Llosa encarna la figura del escritor enemigo. Da igual lo que opine o escriba, ya está condenado y la condena de sus ideas es al mismo tiempo un juicio literario. Decir que a uno le gusta el novelista Vargas Llosa, exige aclaraciones. No se concibe que un liberal sea también un magnifico escritor.

Y esa es otra cosa, en nuestra cultura (la de la izquierda salvadoreña) liberal es sinónimo de maligno. Muy pocos distinguen  a un liberal de un conservador. Vargas Llosa, en sus escritos periodísticos, ha salido en defensa de los homosexuales, en defensa de la legalización de las drogas, en defensa de una legislación más flexible sobre el aborto. Ninguna de estas causas las haría suyas un presunto liberal salvadoreño. Nuestra derecha toma del escritor peruano lo que le interesa (sus ideas económicas), pero cierra los ojos ante su defensa de los derechos civiles y una noción más compleja de la autonomía individual.

Habría que preguntarse hasta qué punto es coherente su programa liberal con las realidades de un capitalismo moderno cuya tendencia es precisamente a limitar más los derechos y a reducir la política a mero simulacro. Si hay una crisis profunda en el marxismo, sería de idiotas latinoamericanos negar que exista otra en el campo liberal.

El fantasma de la impotencia política, del fatalismo, recorre el universo de las democracias “desarrolladas” y ese fatalismo justifica, en nombre de la realidad, el que los trabajadores vean reducida su calidad de vida.

Más que pensador original o profundo, Mario Vargas Llosa es un divulgador inteligente y, sobre todo, un magnifico literato. Y ser un maestro de su difícil oficio, llegar a ser un grande entre los grandes, sobra decirlo: no es poca cosa. A él le debemos la escritura inolvidable de La ciudad y los perros, Conversaciones en la Catedral, La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo y Las travesuras de la niña mala. La novelística de Vargas Llosa es mucho más compleja y personal que la ideología que nutre su trabajo periodístico.

Si las ideas de Vargas Llosa son discutibles, los universos literarios que ha creado son de inestimable valor. Hay que darle al César lo que es del César y a Vargas Llosa el elogio que se ha ganado tras una labor literaria de gran magnitud. Como ha dicho alguien, este Nobel se lo pudieron dar perfectamente hace treinta años. Pero ya que se lo han dado hoy, bien dado está.

La vida es así, no hay peor ciego que aquel que no reconoce los méritos del hombre con el cual discrepa. No todo el talento y la creatividad son un patrimonio exclusivo de la izquierda, también la cultura liberal ha dado hombres con talento y altura ética. Cuando se habla de las influencias de Marx se señala su ruptura con el liberalismo, pero se callan ciertas premisas generales que todavía comparte con dicho pensamiento (los modelos económicos liberales y marxistas no necesitan a Dios para funcionar, el marxismo hereda de los liberales la separación de la Iglesia y el Estado; ambos credos políticos confían en la ciencia, en la política racional; ambos creen en el progreso y el crecimiento económico). Las ideas que niega también explican a Marx. Cometemos un error al juzgar en bloque, de un plumazo, todos los conceptos y todas las creaciones de los liberales lúcidos y coherentes. Muy maniqueo hay que ser para despreciar toda la obra de un autor como John Stuart Mill (Mill, por cierto, fue de los primeros filósofos en teorizar sobre la libertad de la mujer en el mundo moderno).

El maniqueísmo puritano de cierta izquierda posiblemente le ayude a defender sus principios frente a liberales peligrosos, por su inteligencia, como Raymond Aron. Esa izquierda que solo quiere escuchar valoraciones elogiosas de sí misma comete a la larga un error político, porque las ideas propias también avanzan y se depuran si se debate contra un adversario intelectualmente poderoso. No le tengamos miedo, pues, a Vargas Llosa. Combatamos aquellas ideas suyas que consideremos erróneas sin dejar de admirar su talento literario y el valor que tienen algunos de sus planteamientos. El mundo no es tan simple como un combate entre ángeles y demonios.   

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