Escrito por Jessica Faieta.17 de Mayo. Tomado de El Diario de Hoy.
Ver o no ver la pobreza suele ser, como todo en la vida, una decisión personal. Pero lo cierto es que en El Salvador la pobreza y la exclusión social existen, y en dimensiones todavía muy grandes. Esto, sin ignorar que el país goza de reconocimiento internacional por sus profundas transformaciones sociopolíticas alcanzadas a partir de la firma de los Acuerdos de Paz, así como por los avances en el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
En este contexto, hay algunas preguntas aparentemente simples que continúan siendo relevantes: ¿Qué deben de hacer los salvadoreños para combatir de manera más efectiva la pobreza y la desigualdad que les abate? ¿Qué hay que mejorar en la capacidad de las instituciones en materia de protección social? ¿Cómo hacer para desviar aunque sea temporalmente las miradas de nuestro propio bienestar y reconocer que existen muchos que no disponen de servicios básicos como agua potable o inodoros con conexión a alcantarillado en sus sitios de habitación, y que habitan en lugares que muchas veces ni siquiera pueden catalogarse como viviendas? ¿Qué más puede hacer este país para continuar ampliando y mejorando los servicios educativos y las oportunidades de empleo, en especial para las generaciones de jóvenes?
Avanzar hacia las respuestas, o como dirían algunos, trascender del discurso a la acción, requiere de voluntades y compromisos, pero también de destrezas. Desde la Organización que represento, he tenido el privilegio de ser testigo de un esfuerzo pionero en esta dirección: la elaboración del Mapa de pobreza urbana y exclusión social.
El Mapa es más que un producto, es el resultado de un proceso que deja evidencia de estas tres condiciones. Es, en primer lugar, una manifestación de la voluntad de gobiernos de distintas posturas ideológicas de revelar los grandes retos sociales que enfrentan hoy por hoy las zonas urbanas del país.
El Mapa es, además, una muestra del compromiso de profesionales salvadoreños con el desarrollo humano de su gente; profesionales como nuestro querido colega y amigo Carlos Briones, impregnados de una visión moderna y comprometida con las necesidades de sus compatriotas. Es también reflejo de las destrezas técnicas de un equipo multidisciplinario de salvadoreños y salvadoreñas que, desde el anonimato, construyó a lo largo de dos años de trabajo esta valiosa herramienta de planificación.
El Mapa no es, en definitiva, la solución a uno de los mayores problemas sociales que afectan a El Salvador ni la respuesta a aquellas complejas, eternas y siempre relevantes interrogantes. Es, sin embargo, un alto en el camino y un llamado de atención para ver la pobreza que nos rodea en las ciudades desde una óptica más realista, dimensionando su complejidad y magnitud. Es, ante todo, un ejemplo de las múltiples posibilidades que existen de construir instrumentos que sirvan de base para hacer una política pública más sólida, más estable, más acorde a los derechos y a las necesidades de la población.
Como Representante Residente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y Coordinadora del Sistema de Naciones Unidas en El Salvador, no puedo más que expresar orgullo y satisfacción por haber sido parte de este interesante, novedoso y útil proceso.
A menos de un mes de la finalización de mi asignación y retiro del país, la emoción que más me llena es de un profundo agradecimiento, por haber tenido la suerte de vivir y trabajar en El Salvador, de conocer este pequeño gran país, compartir sus esperanzas, pero sobre todo, por haber tenido la oportunidad de intercambiar con personas que no se olvidan de estas preguntas fundamentales, y que desde sus posiciones y vocaciones, trabajan día a día en las respuestas.
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