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2011/01/11

RAICES -La izquierda y su relación con la revolución cubana- Periodismo Alternativo desde El Salvador

 Marlene Azor Hernández.11 de Enero. Tomado de Raices.

¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los libros figuran sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos bloques de piedra?
…A tantas historias, tantas preguntas.
—Bertolt Becht, Preguntas de un obrero que lee.

El presente texto se propone analizar las posiciones epistemológicas de la izquierda internacional que hoy elabora un discurso sobre la revolución cubana. Me refiero a los intelectuales (periodistas y académicos) o militantes de partidos de izquierda de América Latina, Europa y Estados Unidos que hacen balances en la actualidad sobre la revolución cubana. Son corrientes múltiples de la izquierda: marxistas y neomarxistas, socialdemócratas, trotskistas, anarquistas, y lo que podemos diferenciar como una nueva izquierda antiautoritaria, que se define más por su oposición al autoritarismo que por una línea ideológica inscrita en las diversas corrientes tradicionales de la izquierda.

La reducción ex profeso

Los intelectuales que analizan la experiencia de la revolución cubana a través de sus máximos líderes consideran que hacer una biografía de los grandes personajes protagónicos y de sus gestas militares agotan la lectura de la realidad que pretenden explicar. Ésta es una manera decimonónica de entender la historia.

Desde la Escuela de los Annales en la segunda década del siglo pasado esta manera de discursar sobre la historia quedó en entredicho, y ha tenido contrapropuestas por las generaciones sucesivas de esa escuela y por los marxistas y neomarxistas agrupados alrededor de la publicación New Left Review. Los estudios culturales desde la década de los ochenta también participan en comprender la historia desde otras perspectivas.

Los autores de dos biografías recientes de Fidel Castro, a través de las cuales se pretende entender el proceso histórico cubano de los últimos 50 años, “olvidan” visualizar la historia también desde las estrategias de resistencia, desde las percepciones de los subordinados. El periodista alemán Volker Skierka (Fidel, 2002) declara al final de su biografía que la figura de Castro no podrá ser entendida sino cuando mueran las generaciones de sus contemporáneos. Deberá pasar mucho tiempo para hacer una valoración “imparcial y justa” de su figura. Sin duda, poco provecho encontrará este “lector” ideal de las futuras generaciones, por el vacío espectacular de conocimiento e información que este enfoque nos propone. Si existen muchas “pasiones encontradas” sobre la revolución cubana y su histórico líder, ¿por qué no convertir en objeto de estudio también las razones, tendencias, orígenes y percepciones disímiles de “las pasiones encontradas” y no sólo de las elites gubernamentales o institucionales de adentro y afuera de Cuba?

Ignacio Ramonet, sociólogo de origen español (Fidel Castro, 2006), en uno de los apéndices finales de su libro elabora una cronología de “Fechas clave en la vida de Fidel Castro y de la Revolución cubana” haciendo una similitud entre figura histórica y proceso histórico, y en la sinopsis de la contraportada también se ratifica que entender a esa figura es entender el proceso histórico cubano. Igualar el máximo líder con el proceso histórico como si fueran lo mismo, o leer el proceso histórico a partir de una figura, da un resultado en sus respectivas biografías de justificar las posturas de la figura histórica, y dejar fuera del análisis el resto de la realidad. Entonces, paradójicamente, intentando tener una posición solidaria con la revolución cubana, repiten la exaltación del “culto a la personalidad” como si la izquierda fuera incapaz de aprender de la experiencia histórica acumulada.

Si el pensamiento de izquierda pretende ser eficaz en lo que critica y más en lo que propone como alternativa, dejar afuera del análisis a la inmensa mayoría de los actores internos y externos (no gubernamentales), ignorando sus percepciones, sus historias y sus luchas, es un “olvido” que nos conduce a perder lo más preciado de la experiencia histórica cubana: aprender. Las biografías son plausibles, pero lo que no es posible hoy es pretender comprender un proceso histórico a través de la biografía de una sola figura, por muy protagónica que haya sido.1

Desde este enfoque “las masas” y “el pueblo” siguen siendo palabras para rellenar el telón de fondo de la historia, cuyas voces no merecen atención, sino una opaca presencia desdibujada para resaltar la figura del “héroe”.

Entender y escribir sobre el proceso revolucionario cubano por su discurso oficial2

Encontramos este enfoque en los textos escritos como homenaje a los 50 años de la revolución cubana3 en autores como Néstor Kohan, Atilio Borón, Emir Sader, Manuel Cabieses Donoso, Paul Estrade, Víctor Flores Olea, Pablo González Casanova, Gianni Miná, entre otros.4

La primera limitación de este enfoque es no hacer la distinción entre los conceptos de revolución y régimen político, la segunda es leer la realidad cubana como “la revolución permanente”. Con la primera limitación se identifica como lo mismo la rebelión y la toma del poder, los cambios anticapitalistas en la sociedad, la institucionalización del poder y el funcionamiento de sus instituciones, las políticas económicas disímiles, las igualdades y desigualdades sociales, todo ello visto desde la posición de la elite del poder. Otros muchos estudiosos de la experiencia hacen un distingo entre los dos conceptos permitiendo un conocimiento más preciso de la realidad, pero es una minoría poco conocida en el panorama de la izquierda.5

La segunda limitación da por sentado que el proceso histórico se mantiene idéntico en la adhesión, entusiasmo, transformación, participación real y sacrificio voluntario de la población cubana que sólo es posible leer en el órgano oficial del Partido Comunista Cubano, el periódico Granma, pero que no da cuenta de un proceso de cristalización del poder en las instituciones estatales y políticas después de la primera década de la revolución cubana, ni de sus implicaciones. Las consecuencias prácticas son un profundo desconocimiento del proceso histórico por parte de la izquierda que toma “un deber ser” por la realidad y retrasa el aprendizaje necesario de la experiencia y las solidaridades pertinentes.

Como corolario de este enfoque, se le pide recurrentemente a la población cubana que siga resistiendo en las condiciones que vive, en favor de “continuar siendo un ejemplo” para el resto de los movimientos sociales que luchan por mejorar sus respectivos universos, pero la solidaridad con relación a esa población a la que piden resistir, a los diferentes grupos que la conforman, a sus expectativas, desesperanzas y luchas, está ausente. Resultado práctico de esa postura es la indefensión y vulnerabilidad de numerosos grupos de jóvenes de izquierda en la isla que son hoy la vanguardia real de ese proceso en sus discursos, en sus prácticas civiles y culturales, que han logrado sobreponerse al desarme y la desesperanza, para reivindicar más democracia en lo político, económico, cultural y social, conservando una orientación transformadora revolucionaria (Chaguaceda, 2010). Ellos, los más necesitados de solidaridad internacional por parte de la izquierda, no cuentan con ningún apoyo y son todos los días censurados o reprimidos de distintas maneras por las diferentes instituciones oficiales cubanas. Sencillamente, para los autores de esta perspectiva de análisis, no se concibe que existan otras voces de izquierda que no sean gubernamentales porque se toma el discurso oficial como la única verdad de izquierda para entender la realidad cubana.

También existe la postura arbitraria de hacer coincidir revolución e institucionalidad. La revolución dura mientras dura su poder constituido. En esta acepción el concepto de revolución se vacía de su contenido transformador, de ruptura y cambio radical, para acotarlo al contenido de una elite en el poder, que se autoproclama revolucionaria en su discurso y mantiene en el tiempo una estructura y funcionamiento de sus instituciones (no importa de qué tipo) sin cambios sustanciales.

Un conocedor mínimo del proceso cubano puede distinguir de manera evidente la década de los años sesenta de la década de los setenta, procesos distintos no sólo con relación a una institucionalización de diferente tipo sino también en las percepciones, imaginarios y prácticas de los actores sociales, modelos de sociedad que se instauran y los niveles de vida alcanzados. Lo mismo es necesario apuntar para los años ochenta y para los últimos 20 años de crisis no superada si tomamos como parámetros los índices de 1989, último año de apoyo soviético a la economía cubana.6

¿Qué aprendió la izquierda del derrumbe del “socialismo real”? ¿Cómo fue posible una transformación tan súbita hacia el capitalismo sin resistencia alguna de millones de soviéticos, que asistían masivamente a los numerosos desfiles convocados y estaban organizados en grandes organizaciones políticas y de masas? Hay múltiples razones para explicarlo, pero me detengo sólo en dos.

La sociedad soviética —como la cubana aún hoy— estaba estructurada en una pirámide jerárquica de funciones extraordinariamente vertical, cuyo principio de ordenamiento era el llamado “centralismo democrático”. En la práctica, era la primacía de los órganos superiores —estatales y partidistas— sobre los inferiores y de los ejecutivos sobre los representativos, concentrando la toma de decisiones en un número muy reducido de personas, las cuales tenían toda la potestad para orientar, detener, desautorizar toda iniciativa que no coincidiera con su percepción de lo “correcto o incorrecto”. En segundo lugar, la sociedad civil estaba organizada a la manera de “las poleas de transmisión”, como conjunto de organizaciones para obedecer las órdenes superiores y responsables de coartar toda iniciativa y autonomía que no viniera orientada desde “arriba”. Una sociedad con instituciones de este tipo produce una ciudadanía desarmada que no sabe cómo organizarse y reivindicar sus intereses, una vez que los superiores cambian y se reconvierten en los nuevos capitalistas, por lo que el aprendizaje de la organización y defensa de sus derechos debe recomenzar desde cero. Es la experiencia por la que han pasado todas las sociedades ex socialistas de Europa Oriental y la antigua URSS.

Paradójicamente, esta supuesta institucionalidad de “izquierda” genera el desarme ciudadano, la apatía mayoritaria y el giro del imaginario social hacia la aspiración idealizada de instituciones, derechos y mecanismos de las sociedades capitalistas, en el entendido de que éstas funcionan, en contraposición a una realidad que no pueden cambiar y les asfixia.

Los autores que leen la realidad cubana a través de su discurso oficial se refieren a la burocratización para decir que ése ha sido un problema en las experiencias del socialismo de Estado del siglo XX, pero ignoran sus expresiones dentro de la revolución cubana. Ésta es la postura de Atilio Borón en una obra reciente7 donde analiza la experiencia cubana citando los discursos de sus máximos líderes, para evitar cualquier análisis. Expone todos los errores que no debe repetir la izquierda ni el socialismo del siglo XXI —con los cuales coincido—, pero no describe cuáles de esos errores siguen presentes en la experiencia cubana y se abstiene también de analizar sus consecuencias prácticas.

Una postura semejante sostiene Klaudio Katz en un libro reciente,8 pero al menos este autor nos ofrece dos breves análisis sobre la posible evolución del proceso cubano y la agenda pendiente a realizar. Los peligros de la restauración capitalista en Cuba no se hallan…“tanto en los pequeños mercados, el comercio informal y el trabajo independiente, como en las conexiones internacionales de las elites interesadas en comandar un modelo socialdemócrata (concertado con Europa) o un esquema autoritario (afín al precedente chino)”.9 Reconoce así que quienes están trabajando en una u otra opción son las elites políticas cubanas y que el proceso de restauración ocurrido en los países ex socialistas ya está en marcha o que se avizora un capitalismo de Estado como en China.

En relación con la agenda pendiente del proceso cubano, señala que el único antídoto efectivo frente a la desidia y la apatía, es la participación popular en un sistema político crecientemente democratizado, con debates más abiertos, alineamientos políticos más diferenciados, libertades sindicales y medios de comunicación modernizados, yo agregaría más plurales. Desconocer la realidad burocratizada de la sociedad cubana y apostar por la ética incólume de la dirigencia cubana y del funcionariado que le acompaña (una honradez sin tacha frente al erario público y una vocación raigal democrática) que uno puede encontrar en sus discursos pero no en sus prácticas,10 son los defectos de esta agenda.

Reconocimiento a los avances de la revolución con análisis y balances

En esta línea se inscriben autores como Hans Jurgen Burchardt,11 Claudia Hilb12 y Daniel Barret. El primero analiza el sistema económico cubano y constata la repetición de las estrategias de desarrollo y crecimiento económico del sistema copiado de la ex URSS, con un crecimiento extensivo en la primera etapa hasta inicio de los ochenta y un decrecimiento, estancamiento y crisis hasta la actualidad. Reconoce el avance de los desarrollos sociales de la revolución mientras sostuvo un crecimiento económico extensivo —lo llama el primer Estado de bienestar en América Latina— pero constata que, a pesar de mantenerse como voluntad política, hay una precariedad creciente de esos servicios desde la crisis de los noventa. Alerta sobre la necesidad de cambios estructurales para salir definitivamente de la crisis y poder mantener los logros sociales adquiridos. “El mayor problema del socialismo tropical, a pesar de condiciones externas sumamente desfavorables, es que se bloquean desarrollos internos”.13

Para el autor es posible resolver el doble desafío de no aplicar políticas neoliberales y conservar los avances sociales alcanzados, con mayor responsabilidad en su sustentabilidad por los propios actores internos y, a la vez, democratizar paulatinamente todo el sistema económico y político, logrando la autonomía de la sociedad civil frente al Estado.

Los análisis de Burchardt abren de nuevo la discusión: ¿anticapitalista o un Estado de bienestar que ya sería capitalista? El asunto es plantearse si se prefiere una población en la miseria con servicios sociales precarios, con salarios que no le permiten alcanzar la canasta básica14 y una elite autoritaria que no permite la participación ciudadana en las decisiones y en las críticas a las políticas en curso (o a la falta de políticas en curso), o una transición hacia una sociedad con las propiedades que nos describe Burchardt. Las desigualdades ya están en marcha y son estructurales (sociales y territoriales).15 Sería necesario plebiscitar este asunto con toda urgencia, aunque no creo que la elite esté dispuesta a hacerlo. El principio de la redistribución del ingreso y los servicios al margen de la rentabilidad, que ha sido el único ingrediente económico anticapitalista real en Cuba, hoy es fuertemente criticado por la propia dirigencia cubana16 que enaltece al pueblo “heroico” cuando es obediente y no hace críticas a su actuación, pero a lo largo de los 50 años y a pesar del enorme avance educativo masivo, sigue considerando al pueblo y sus intelectuales, incapaces e ignorantes si se refieren a la política y a la economía del país. Parece ser una situación sin salida y, lo peor, siempre al margen de la sociedad.17

Claudia Hilb18 propone una tesis para explicar el prolongado silencio de la izquierda democrática latinoamericana con relación al régimen político cubano. Ella entiende que el proceso de cambios estructurales y la expansión de los servicios sociales universales, así como la igualdad social desde la primera década del poder revolucionario, es concomitante con la necesidad comprendida por su núcleo dirigente de controlar la totalidad social; pero nos alerta que si ambos procesos deben darse como condición para lograr esos avances, no se puede seguir soñando con una sociedad igualitaria que tenga el costo de reproducir formas de dominación, sumisión y control opuestas a los ideales de una sociedad libre y emancipada.

Analiza las formas de control de la totalidad y el proceso de sometimiento y adaptación que producen: la conversión de la participación inicial entendida como valor social, en el temor, la adaptación y la simulación cotidiana entendida por los actores sociales como estrategias de sobrevivencia. Evalúa los niveles de desigualdad generados desde la crisis de los noventa y compara la parte más pobre de la población cubana con los habitantes de las villas miserias en su país, para concluir que si el cubano “está un poquito mejor”, ese resultado, con el costo concomitante en relación a la sumisión que se le exige, no puede ser la aspiración de ninguna fuerza de la izquierda democrática.

Los dos autores hacen análisis críticos, del tipo de instituciones que conforman el régimen político cubano. Burchardt lo compara con los rasgos del neopatrimonialismo, que resulta una de las variantes en que se rutiniza el carisma comprendido según la tipología weberiana. Hilb, por su parte, clasifica al régimen cubano de totalitario analizando los mecanismos de sumisión y control hasta el nivel reticular.

Exponente de la corriente anarquista, el uruguayo Daniel Barret19 hace un análisis de la síntesis construida por la propia elite revolucionaria entre Partido-Estado-Nación-Fidel Castro-antimperialismo-socialismo, núcleo discursivo que —a su entender— impedirá a la izquierda no anarquista —o incluso a algunos de ellos— enfrentar los retrocesos del proceso cubano y su lógica interna de represión sistemática a toda disidencia frente a las posiciones oficiales.

La izquierda internacional ha dejado en el silencio —salvo raras excepciones— las carencias elementales de la vida cotidiana de la población cubana y el fardo asfixiante de prohibiciones para su actuación civil,20 y eso lo constata Daniel Barret. Cuando se pronuncian, le piden a la población cubana un modelo sacrificial de conducta y de perpetua e incondicional lealtad a la elite dirigente cubana, cual sumisión totémica, que bien se abstendrían de proponerlo a los movimientos sociales y grupos políticos en sus respectivos países.

Este autor reconoce la existencia de las agresiones norteamericanas de distinto tipo, pero señala que la sobreevaluación de esta variable ha permitido a la dirigencia cubana crear el síndrome de guerra permanente al interior del país con sus respectivos niveles de control, vigilancia y represión interna. Barret refiere la polémica en torno a la ola represiva de la primavera de 2003 y constata que esos sucesos produjeron una fuerte fisura en el alineamiento exterior de la izquierda con Cuba.21 Para él, lo decisivo del devenir de Cuba se juega en los niveles político e ideológico en los que la autogestión de la población no vendrá nunca de la elite del poder sino de una ruptura de las bases populares con las estructuras establecidas, para crear organizaciones libres, voluntarias y horizontales, única posibilidad de retomar el control de sus propias vidas y la lucha por sus intereses.

A manera de conclusión

La izquierda internacional ha privilegiado un discurso sobre la revolución cubana acotado a la solidaridad con el gobierno y con sus máximas figuras, desechando el análisis de los procesos económicos, políticos, sociales y culturales al interior del país, o leyéndolos a partir del discurso oficial. La mayoría, enalteciendo la figura del líder máximo en una repetición desenfrenada del culto a la personalidad, otros, defendiendo a Cuba desde el discurso oficial del gobierno cubano en sus relaciones internacionales (el ejemplo de Cuba para los movimientos de los años sesenta y setenta o en el plano de una nación siempre agredida por Estados Unidos) y considerando el interior de Cuba como una caja negra imposible o innecesaria de descifrar. Así la solidaridad con la población cubana ha quedado en el telón de fondo de la historia, y el pensamiento cubano de izquierdas (no gubernamental) dentro y fuera de la isla ha sido condenado al ostracismo, la negación, o el “disciplinamiento” con el tipo de solidaridades de los “simpatizantes” de la revolución cubana. Sólo en los últimos años algunas voces de izquierda se distancian del discurso oficial y hacen un análisis al exterior e interior de la realidad cubana y sólo ellos, la izquierda democrática y antiautoritaria, constatan y lamentan el largo silencio desastroso o la ceguera persistente del resto de la izquierda internacional.

Marlene Azor Hernández. Candidata a doctora en sociología por la Universidad de París VIII, Saint Denis, Francia. Ha sido docente en dicha universidad, así como en la Universidad de La Habana (Cuba) y la Universidad Anáhuac (México). Sus artículos han aparecido en revistas científicas de Cuba, España y Francia. De Nexos, México.

Citas:
1 Los dos autores se distancian de las políticas represivas de la primavera de 2003 y de la pena de muerte ejecutada a tres jóvenes negros que secuestraron una embarcación para salir del país en la misma época. Salvo en relación a estos acontecimientos, los dos autores no contrastan sus opiniones con otros enfoques sobre la revolución cubana.
2 Entiendo por discurso oficial la narración sobre el pasado y el presente del proceso histórico de la revolución cubana, elaborado por sus dirigentes.
3 Textos reunidos en dosier especial en la revista Casa de las Americas, número 254, enero-marzo 2009, La Habana, Cuba.
4 Otras personalidades como Noam Chomsky, José Saramago y Eduardo Galeano, han defendido desde la misma postura a la revolución cubana, considerándola como una caja negra: hacia dentro no se hacen análisis de la realidad cubana. Hacia fuera la isla ha sido asediada por su opción socialista y antiimperialista —lo cual es cierto— pero al desconocer la realidad interna del país toman el discurso oficial por la realidad y obvian la creciente marginalidad y pobreza de la población, “la pesadilla” de la vida cotidiana en Cuba.
5 Ver al respecto Hilb 2010, Burchardt 2006 y Barret 2009.
6 Según cifras consensuadas y relativamente públicas, el 15% de la población cubana recibe remesas familiares que le permiten tener un consumo superior al resto de la población sin relación con el trabajo. Un aproximado del 40% (en cifras optimistas) de la población logra o por remesas o por estar insertos en empresas mixtas: capital privado-Estado o por actividades comerciales ilícitas, unos estándares de vida semejantes a la década de los ochenta, que era un consumo decoroso y modesto, el resto, el 60% de la población, no ha podido ver la recuperación a los niveles de los años ochenta.
7 Cfr. Borón, 2008, pp. 112-138.
8 Cfr. Katz, 2008, pp. 84-87, 111-113, 206 y 207.
9 Ibíd., p. 112.
10 Llama la atención la reciente expulsión del Partido de un intelectual probado en su fidelidad como Esteban Morales por haber escrito un artículo sobre la corrupción en Cuba como el mayor peligro que enfrenta hoy la revolución. El tema es demasiado peligroso para las elites del poder. ¿Y qué decir de las sucesivas generaciones de dirigentes desbancados del poder pero ninguno en prisión? O fusilados como el caso de Ochoa y Patricio de la Guardia o en puestos de base. ¿Serían corruptos y/o reformadores? La falta de libertad de prensa y el “pensamiento único oficial” no permite deslindar de qué se trata realmente, pero estos supuestos “delincuentes” de “cuello blanco” siguen libres.
11 Cfr. Burchardt, 2006, pp. 59-73, 178-195.
12 Hilb, 2010.
13 Burchardt, op. cit., p. 191.
14 La “libreta” (cartilla de racionamiento) cubre la nutrición de 10 días, marcialmente administrada y sin incluir todos los productos de primera necesidad. El resto se debe adquirir en los mercados agropecuarios a precios libres y en las tiendas en divisa, con precios que incluyen un impuesto de 240% sobre su costo real.
15 Según cálculos de Mesa Lago, si la diferencia entre los salarios más elevados y los más bajos era, en salarios oficiales, de 4.5 a 1 en 1989, las diferencias extremas entre ingresos serán de 829 a 1 en 1995, y de 12,500 a 1 en 2002. A esta cifra se añade que, en 2001, el 10% de la población ubicado en lo alto de la escala de ingresos obtenía un ingreso 199 veces superior al que obtenía el 10% de la población ubicado en el escalón más bajo. Citado por Claudia Hilb, p. 124. Ver Espina, 2008 y Dilla, 2005.
16 De la dirigencia histórica, Ramiro Valdés “regañó” sin más a la población cubana a la que comparó con pichones que esperan con el pico abierto la manutención por parte del Estado (septiembre 2009). Ya el presidente Raúl Castro (2008) se ha pronunciado por la necesidad de eliminar la “libreta”, se ha dejado de subsidiar los comedores para los trabajadores, se refuerza el elitismo “blanco” para acceder a la enseñanza superior, con exámenes más “exigentes” que impidan el acceso a un nivel de enseñanza que ha sido universal, y en diciembre se comenzará a despedir a un millón 200 mil empleados por un Estado que es el único empleador real en Cuba.
17 ¿”Modelo Chino”?, ¿“modelo socialdemócrata”? o “patrón de acumulación actual”: el Estado negocia con el capital internacional y enajena de la población cubana grandes franjas de territorio y de recursos, la opacidad de su gestión impide conocer cuántos de esos recursos se desvían a cuentas personales o a negocios grupales. Además su segundo renglón de ingresos son las remesas de los emigrados y todo lo redistribuye centralmente a niveles de subconsumo. Ninguno de los tres es anticapitalista.
18 Hilb, 2010.
19 Barret, 2009.
20 Seguridad alimentaria, precariedad de la vivienda, del abasto de agua, el hacinamiento, la precariedad del transporte y todas las prohibiciones para resolverlos.
21 Las posiciones en contra de estos actos del gobierno cubano lo plantean intelectuales como Noam Chomsky, Michael Albert, Naomi Klein, Wallerstein, Saramago y Galeano, aunque James Petras y Heinz Dieterich Steffan se apresten a desacreditar sus posturas o a repetir las razones de “seguridad nacional” del Estado cubano intentando llamarlos al orden de la lealtad incondicional, única postura que admite y exige el gobierno cubano de sus amigos. Otros muchos artistas progresistas de Europa y América Latina se distanciaron definitivamente de la revolución cubana, entendida como apoyo a su gobierno.

Bibliografía:
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Borón, Atilio (2008), Socialismo siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo?, Editora Luxemburg, Buenos Aires.
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